VIERNES 22 DE DICIEMBRE DE 2000

Ť Comerciantes convierten la Alameda Central en espacio multicolor


La foto con Santa, tradición que se niega a morir

Agustín Salgado Ť Primero son las barbas y un estómago abundante, luego un traje de terciopelo rojo con sus botas negras y un cinturón ancho con hebilla dorada, después, una larga cabellera blanca y para finalizar algo de maquillaje que logre blanquearle el rostro moreno y curtido que a la menor provocación suda de manera copiosa.

Poco a poco el señor Ramírez se transforma en un anciano bondadoso y regordete. Mientras que su hija prepara la cámara instantánea y su esposa sacude la banca acolchonada que hace las veces de trineo. Son las cuatro de la tarde y la jornada de trabajo apenas se inicia.

Al lado derecho de los Ramírez ya hay un Santaclós en brega, a su izquierda se encuentra el Hemiciclo a Juárez y enfrente un puesto de algodones inicia la venta.

Este año las autoridades de la delegación Cuauhtémoc permitieron que las estructuras que se instalan durante esta época del año en la Alameda Central quedaran semifijas, lo cual le ha ahorrado tiempo, dinero y esfuerzo a los comerciantes que se encuentran en la zona desde el pasado 16 de diciembre.

Es una verbena tradicional a la que por lo menos una vez en la vida hay que acudir y por lo tanto siempre existirán los clientes.

Después de la Nochebuena Santaclós se convertirá en rey mago y el reno de la nariz roja en elefante, pero los muñecos de peluche y las cajas envueltas que pretenden ser regalos se mantendrán hasta el 7 de enero.

La esposa del señor Ramírez se esmera infructuosamente en liberar del polvo a los regalos expuestos en el escenario. Maru, su hija, prueba una y otra vez la polaroid, pero don Jesús apenas hace sonar la campana que intenta atraer la atención de los niños.

Aún no les cae el primer cliente y tienen que limitarse a observar cómo en el puesto de al lado otro hombre disfrazado carga sobre sus piernas a una niña, que luego de una indicación de su madre, sonríe de manera forzada y observa de reojo cómo su padre, sin pudor alguno, posa su brazo izquierdo en la espalda del homólogo de don Jesús. Es una foto familiar, una imagen que sin duda será guardada y que desde hace mucho tiempo es parte de los festejos navideños de los capitalinos.

Hoy en día los villancicos se confunden con cumbias y corridos: cada puesto posee una grabadora de la cual emerge música y tal vez por ello la campana del señor Ramírez no capta la atención de los transeúntes.

Del lado de avenida Hidalgo predominan los juegos mecánicos, sobre la calle de doctor Mora hay dardos, canicas y rifles de postas, y sobre Angela Peralta se encuentran merolicos y artesanos.

Ya son las cinco de la tarde y el sudor de don Jesús le ha borrado en gran parte el maquillaje, su esposa se ha cansado de limpiar muñecos impregnados de polvo y su hija desvía la mirada sobre una pareja que luego de haber comido en el Horreo se dirige hacia el Palacio de Bellas Artes a una de las funciones del Cascanueces.

En la Plaza de la Solidaridad continúan abocados al ajedrez, en el Palacio de Correos aún hay quien recurre al género epistolar y sobre el Eje Central, automovilistas embotellados muestran signos de desesperación.

Por fin le llega al puesto de los Ramírez el primer cliente, es un niño de aproximadamente cuatro años de edad acompañado por su tío. Don Jesús realiza un esfuerzo por ser amable con el pequeño mientras Maru le explica al adulto que ellos pertenecen a la Asociación de Fotógrafos en Cinco Minutos y que desde hace más de 40 años cada época decembrina se dedican a esto: "si lo que buscas es tradición, con nosotros la encuentras".

El tío convencido y el niño ilusionado aceptan el precio, abordan el escenario y en un espejo que les acerca la señora Ramírez se dan una última peinada.

Son las cinco y media, los Ramírez por fin se han persignado y resulta obvio preguntarse por qué aún hay gente que acude a la Alameda Central para tomarse una foto con Santaclós o los Reyes Magos. Es una tradición que hay que mantener.