VIERNES 22 DE DICIEMBRE DE 2000

Jorge Camil

ƑMás de lo mismo?

La reciente debacle electoral en Estados Unidos puso de manifiesto que los votantes encuentran cada vez más difícil distinguir entre las diferentes propuestas de gobierno. Un empate técnico en el voto popular, tras una avalancha de cien millones de votos, y una escalofriante diferencia de cuatro votos en el Colegio Electoral, que es donde se decide la elección presidencial, son evidencias de una sociedad que se ha quedado sin verdaderas opciones políticas. Lo demostraron las encuestas, empatadas durante toda la campaña electoral, y lo confirmó una elección finalmente resuelta en el esotérico sancta sanctorum del Poder Judicial. Como las ofertas eran insignificantemente diferentes, los electores se alinearon en uno u otro bando impulsados por la costumbre o la tradición familiar, o finalmente convencidos por meras apariencias, razones históricas, o la fuerza persuasiva de los medios de comunicación. Otro criterio de elección, uno que es universalmente aceptado, pero que en Estados Unidos es el equivalente de andar en arenas movedizas, fue el de la supuesta ubicación ideológica de los partidos políticos. Con que los obreros, las minorías y los intelectuales votaron, como siempre, por el Partido Demócrata (que representa una izquierda agonizante), mientras que los magnates empresariales, la clase media, los profesionales y los yuppies: el establishment, optaron por el Partido Republicano (una derecha cada vez más dominada por el puritanismo al estilo de Kenneth Starr, el implacable inquisidor de la familia Clinton). El problema es que el Partido Demócrata está cada vez más firmemente financiado por las mismas corporaciones que contribuyen simultáneamente a la causa del Partido Republicano, y así las diferencias ideológicas se esfuman en un área nebulosa donde los verdaderos amos del universo resultan ser los magnates financieros de Wall Street, y los capitanes de una industria que califica la gestión gubernamental en función de los parámetros económicos.

México atraviesa por una situación similar, especialmente ahora que pasó del neoliberalismo globalizador (hábilmente disfrazado de nacionalismo revolucionario) a un auténtico Estado empresarial. El discurso juarista abrió paso al fervor guadalupano, pero las prioridades gubernamentales permanecieron inmutables: inflación, exportaciones, tipo de cambio, deuda externa, mercados, recaudación, ahorro interno y reservas internacionales. La lógica es lapidaria, basta preguntarle al FMI: son verdades universales, se afirma, sin las cuales no hay crecimiento sostenido ni abatimiento de la agobiante desigualdad social. Pero, Ƒqué hacer con los pobres? šAh!, esos desaparecerán en su momento, absorbidos por la fuerza incontenible del crecimiento macroeconómico. (A esos efectos, conviene recordar que los economistas de ayer y de hoy prometen que la riqueza manifestada en estadísticas económicas, y las sanas finanzas públicas, erradicarán eventualmente la codicia y fomentarán la solidaridad social: así sea.)

Apenas iniciada la gestión de Vicente Fox, algunos legisladores priístas y perredistas alzaron la voz para acusar: "šMás de lo mismo!", refiriéndose a la retórica económica que iniciaron los gobiernos priístas en 1982, cuando la lámpara votiva de la Revolución se fue extinguiendo paulatinamente hasta desaparecer en 1988. Es cierto que los partidos políticos atraviesan por una crisis existencial en todo el mundo, pero, Ƒvivimos acaso el fin de las ideologías políticas? ƑHemos cambiado la cultura idealista de la justicia social por la dictadura inclemente de las utilidades? ƑEstamos en el umbral del Estado empresarial? Así parece indicarlo el trajinar de los administradores profesionales que, primero en Estados Unidos y ahora en México, transitan de la empresa privada a la gestión pública con el mismo desparpajo con el que antes pasaban de la industria automotriz a la banca de inversión.

Luis Sánchez Aguilar, el malogrado luchador social mexicano, acuñó la palabra "PRIAN" en 1982 para denunciar acuerdos de cooperación fraguados entre el PRI y el PAN al inicio del sexenio salinista, y que recientemente culminaron con la aprobación del Fobaproa. Curiosamente ahora, Ralph Nader, el Quijote de los consumidores estadunidenses, que participó en la pasada campaña presidencial como candidato del Partido Verde, acusó a George W. Bush y a Al Gore de ser candidatos de facciones diferentes de un mismo partido político controlado, en última instancia, por el gran capital. ƑMás de lo mismo?