JUEVES 21 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Olga Harmony Ť
Una (in)modesta proposición
La actitud de la titular del Conaculta parece haber cambiado, rodeada, como está, por personas experimentadas. Muchos de sus nombramientos recientes han merecido los plácemes de intelectuales y artistas, como el de Gonzalo Celorio al frente del Fondo de Cultura Económica y el del escritor Felipe Garrido como director de Publicaciones, entre otros. Y de dos de los puestos más disputados a quienes no entraron a la disputa. Me refiero a Ignacio Toscano como director general del INBA y Mario Espinosa al frente del Fonca, aunque falte el muy esperado del Festival Cervantino que puede despejar las dudas -o incrementarlas- acerca del destino de este festival. Faltan también los nombramientos de los coordinadores en el Instituto Nacional de Bellas Artes, pero es de esperarse que no nos defrauden.
Mario Espinosa, a quien conozco muy de cerca, promete mayor transparencia en el otorgamiento de las muy controvertidas becas y coproducciones y hay que creerle porque como coordinador de teatro del INBA su conducta fue siempre de la más recta sinceridad (la que, hay que reconocerlo, molestó a más de uno). Las aportaciones del Fonca no deben desaparecer como proponen algunos, porque es deber del Estado, sea cual sea el gobierno en turno, fomentar tanto a la ciencia como a las artes, aunque desde luego estas aportaciones, no nos cansamos de repetirlo, requieren de diversas adecuaciones. Que no nos vengan con la desagradable frase de que no hay que pedirle todo a ''papá gobierno", porque sí hay que exigirle lo que constitucionalmente le corresponde en todos los renglones de su quehacer.
(Y aquí se me ocurre una pequeña variación a una parábola china que conozco gracias a Brecht y que ofrezco a mis sufridos lectores como un pequeño cuento de Navidad:
''Iba un magnate en su lujoso automóvil pensando en comer el rico salmón importado que acababa de comprar, cuando lo detuvo un grupo de famélicos individuos. Pensó que le pedían limosna.
-No les voy a dar de mi rico pescado, pero les propongo un crédito de mil pesos para que alguien les enseñe a pescar -les dijo muy orondo.
-Nosotros sabemos pescar -le respondió el que parecía ser el cabecilla del piquete- pero su banco nos embargó nuestros instrumentos de pesca y sus industrias han contaminado las aguas por lo que los peces están muertos. ƑQué piensa hacer para resolver el problema?".
Fin del cuento y vuelvo a lo mío.)
Mi (in)modesta proposición parte del desgaste que han sufrido los premios que ofrecen las diferentes asociaciones de críticos de teatro y que dan lugar a los más mordaces comentarios. Los dioses me libren de poner en solfa a mis colegas reunidos en esas asociaciones (aunque parece que en algunas no todos son mis colegas por la sencilla razón de que no existe diario o revista en que colaboren), pero desde hace tiempo me ronda en la cabeza la necesidad de unificar criterios en muchos renglones. Los premios siempre son agradecibles para cualquier artista y dejemos que las asociaciones hagan lo que han venido haciendo, que por desgracia es cada vez menos agradecible.
En la entrada del nuevo siglo, nuevo milenio y nuevos funcionarios culturales, me atrevo a formular la propuesta de que los teatristas formaran una Academia de Artes Teatrales. Lo he platicado con algunos artistas serios e importantes y les parece bien la idea, incluso alguna vez Mario Espinosa planteó que podrían ser sus miembros los becarios del Fonca que así lo desearan, más algunos destacados miembros de la comunidad teatral que no hubieran solicitado beca, además de actores y actrices que nunca se han beneficiado de ellos porque por alguna extraña razón no se les considera creadores.
Aunque sabemos que un organismo nuevo se lleva muchos recursos en burocracia y estructura, de aceptarse mi propuesta pienso que la generosidad de los teatristas haría que la Academia se consolidara con mínimos recursos. Alguien como Víctor Hugo Rascón Banda los podría asesorar en cuanto a las formas de su constitución y sus estatutos. No se trata de convertir al caballo teatral en un camello con la giba de una nueva estructura, sino de reunir esfuerzos y talentos no sólo para otorgar los preciados premios (sea cual sea la modalidad que se escoja), sino buscar la manera de que entidades internacionales como la UNESCO le reconocieran personalidad en lugar de esa extraña sección mexicana de la Asociación Internacional de Críticos de Teatro, que es enteramente desconocida en nuestro medio. No es tan descabellada ni tan inmodesta como parece mi propuesta que sin duda, de aceptarse, será afinada por los talentos del medio teatral mexicano.