MIERCOLES 20 DE DICIEMBRE DE 2000

 

Ť Arnoldo Kraus Ť

Palpación: una mirada

Advierten los expertos, los expertos que entienden los vericuetos del mundo digital y que saben también sobre el ser humano, acerca de las mutaciones que han sufrido los sentidos. La vista, el gusto, el olfato, el oído, el tacto. Esos cambios no sólo son inseparables del tiempo: dependen de él. El tiempo como un espacio que da o no, que posibilita o no, la explosión de todos esos sentires. El tiempo de hoy es diferente al de ayer: corre sin alto y se lee con otras miradas. "Tiempo tecnológico" y "tiempo aprisa" son las variables que nos habitan. Los sentidos, en muchos aspectos, han sido sometidos a esas modificaciones.

Ver requiere tiempo. Oír es un espacio de la espera. Oler es minutos, horas, días. Tocar, palpar, degustar son, a la vez, años largos. Los sentidos no son sin el tiempo y éste no sería sin ellos. En la era digital, las comunicaciones, con cables o sin cables, han suplido esas sensaciones y han impuesto otros horarios y otros encuentros. Impersonales, atemporales, aislacionistas, yermos de contacto, o, simplemente, enajenantes. Una suerte de voz sin escuchar, de probar el vacío, de tocar sin tacto, de oler sin aroma, de observar sin objeto. Esa es una de las herencias del mundo virtual y de la tecnología: la intoxicación de los sentidos, la invención de otros seres humanos. Informados pero ajenos. Conocedores pero ausentes. De sus mismos yos y de los otros yos. En ese caminar, los propósitos virtuales exaltan eficiencia y rapidez mientras desdibujan rostros y adormecen el tacto.

El "tiempo rápido", y el "tiempo tecnológico", han transformado muchas de las fibras de los sentidos. En las grandes urbes, esas dotes, esas costumbres, saber escuchar, entender lo que se ve y toca, palidecen, se pierden. Las caras, sin esas cualidades, son menos humanas. En las ciudades de concreto, sin cielo, sin calles para caminar, hay niñas y niños que nunca han visto animales sueltos. Y en sus avenidas, y en sus casas, hay muchas personas que nunca han sido tocadas. ƑPuede perderse el tacto, la palpación? O, Ƒpuede un ser humano ser humano sin tocar, sin ser tocado?

A los médicos se les acusa de muchas cosas. Entre ellas, de carecer de tiempo, y por ende, de haber olvidado las maniobras que antes acostumbraban: escuchar, interrogar, ver. Palpare, en latín, significa tratar al paciente. Palpus implica recorrer con la mano el cuerpo del enfermo. Con el tacto -y con tiempo- se detectan los sitios donde hay contracturas o tensiones, las áreas de molestia, los lugares donde el dolor recuerda que esos espacios existen, o donde el enfermo llama dolor el lamento del alma. El tacto revela calor, irregularidades, alteraciones en la sensibilidad. Con los años, al tentar, los dedos saben si el dolor es real o fingido. Palpar no sólo sirve para diagnosticar: en muchos casos es terapéutico. ƑPuede un enfermo curar tan sólo por ser tocado? ƑPuede disminuir el dolor y la angustia después de la consulta? Sí. En muchos aspectos y en no pocos entrecruzamientos, palpar y tratar son sinónimos, son continuos. Son la invención de una cierta confianza que deviene mejoría.

Algo similar sucede en la cotidianidad. Tocar y palpar son maniobras médicas, pero antes, rincones humanos, sensaciones vitales. Así se nace: tomados por las manos, recargados en el vientre. Y así se muere: amortajados por las últimas manos. Los tiempos sin tiempo, los "tiempos tecnología", han opacado, e incluso desaparecido, esos renglones. Se tiene menos, se palpa menos, se conoce menos al otro. Tocar y ser tocado es vital. A los moribundos, por temor, ni se les roza, cuando lo que más requieren es percibir el calor de los vivos. Y a los melancólicos no se les acaricia porque no se sabe cómo hacerlo. Al otro, ese tan largo otro, se le abraza menos. Por incapacidad, por imposibilidad, por impericia. ƑEs humano o terapéutico tocar?

El sufrimiento, la depresión, el mal de estar solo o yermo de deseo, se mitiga con esos encuentros. Acercarse, sentir, es una línea bidireccional, que le permite a uno verterse en el otro, y al otro, cuando herido, retomar el mundo y regresar a sus adentros. Palpar devuelve al ser a estados más primitivos, en donde la expresión del afecto era natural, y la vista, el olfato y el gusto, extensiones del alma. Tocar es un ejercicio del alma, del deseo. Las coplas del poeta, en la Oda a Main lo dicen bien: "Para ser tuyo/ que es lo que más quiero/ necesito verterme en ti/ tocar para tocarme/ y así saberme vivo".

Palpare, apretar, acariciar, son estados que hacen del hombremujer, seres humanos.