MIERCOLES 20 DE DICIEMBRE DE 2000

 

Ť Luis Linares Zapata Ť

Fox y los paisanos del otro lado

Al tiempo de concluir el diseño de su gabinete de gobierno, el presidente Vicente Fox se lanza, con ahínco ejemplar, a la cruzada por el fervor público para el que tanto se siente disponible y para lo que está, ciertamente, preparado. Los números de las encuestas de popularidad le dan altas calificaciones en su cometido. Pero la carrera será larga y la opinión pública es por demás veleidosa y frágil. Empujarla, con toda una intensa campaña para enfatizar el intangible de la esperanza que acarrea el nuevo amanecer de la propaganda, lleva un discutible basamento ético.

Pero no todo cae en este renglón de la mercadología sin trasfondo sólido. La gira por el norte para supervisar el arranque del Programa Paisano es un ejemplo que recoge y revela toda una estrategia reivindicadora que ojalá y sea fundamental. La emigración, y su reconocimiento como un fenómeno distintivo del México contemporáneo, permanecía en la retaguardia de los triques sucios y menores en el que la clasificaron, con pocas variaciones, las últimas cinco administraciones priístas. Fox, al parecer, intenta poner a flote uno de los mayores capitales con que cuenta México para sobrevivir: las grandes aportaciones de los emigrados al norte. Una contribución largamente ninguneada y a la que no se le ha dado la crucial importancia que requiere. Y la tiene desde varias perspectivas y considerandos. Una, la principal para motivos de una administración que quiere elevar a rango prioritario la productividad y la inversión, se encuentra en apreciar, en su real magnitud, la gigantesca repatriación de ahorros que los mexicanos residentes en EU hacen año con año: de 6 a 8 mil millones de dólares. Con ello se sostienen o complementan su precaria forma de vida un millón de familias, es decir, 4 o 5 millones de personas. Todas ellas en la marginación y la pobreza. Todas ellas en zonas depauperadas. Sin esos recursos la paz social sería una línea inexistente y la misma continuidad de la República hace muchos años hubiera sido puesta en entredicho. Esos dólares son, además, los que permiten mitigar los desbalances estructurales de las cuentas externas de la economía. Pero, hasta hace algunos pocos años, se violaban las cartas y todavía no funciona un aceptable sistema de traslado de fondos que no sea incautador y tramposo.

Otra dimensión, ésta de naturaleza cultural y política, se muestra de mayor profundidad, de difícil tratamiento y apreciación en su justa magnitud, pero de consecuencias y calidades también multimillonarias. Para darle la dignidad que tal cúmulo de logros, tragedias y sacrificios demandan, por su propia energía creadora, hubo que empezar a enderezar el contrahecho barco de los derechos humanos y ciudadanos de esos millones de hombres y mujeres a quienes les habían sido, y siguen siendo, conculcadas sus prerrogativas. Se tiene que reconocer que han salido expulsados por la incapacidad del sistema de convivencia para darles cabida. Y pedir perdón por ello. La misma consideración de la doble nacionalidad tuvo que esperar años para que fuera un derecho vigente a tomar en cuenta por las elites del país. No se aceptaba la idea de conceder ese estatus jurídico, se le apreciaba peligroso y se justificaba con el secreto y la mentira oficial. Se alegaba, en todo caso, que los americanos manipularían a los connacionales y la soberanía de la nación estaría en riesgo. No se les ocurría pensar en el sentido inverso. En las posibilidades de contar con la opinión y el poder de presión, en los mismos Estados Unidos, de una minoría organizada y fiel a sus orígenes.

Nadie se preocupaba por saber de qué lugares se iban al norte, en qué condiciones o lo que les pasaba en el camino. Muchos se avergonzaban de verlos en sus esfuerzos por llegar hasta que no fue posible el disimulo. Otros no querían ni siquiera visitar, por miedo o racismo, los barrios de las ciudades grandes de Estados Unidos donde se concentraban por cientos de miles. Las creaciones musicales de los chicanos eran ajenas a la clase media nacional. Pero un día ocuparon los primeros ratings de la radio y algunos empresarios y publicistas se ocuparon de esa porción de activos consumidores. El paulatino pero constante mejoramiento de sus condiciones de vida dieron forma a un mercado billonario en dólares. Las agrupaciones de hispanos se fortalecieron. Engrosaron sus filas mucho antes de que tuvieran cabida en las consideraciones de política interna y bastante antes de que lo hicieran en la internacional. Si la reforma democratizadora anunciada por Fox va en serio, habrá que reponer el abandono en que se ha mantenido a los ciudadanos mexicanos del otro lado. Darle, en primer término, un sustento organizativo y tecnológico a la vigilancia para que no maltraten y extorsionen a los visitantes. Luego, promover los contactos mutuos para un mejor conocimiento, repensar las celebraciones de independencia, rebasar la dimensión difusiva, normar y facilitar los envíos de dólares, movilizar los recursos de apoyo a oficinas y programas de atención a sus problemas y, finalmente, otorgarles el voto y hacerlo efectivo de inmediato para ensanchar la soberanía. Pero, con justicia y trabajo, evitar que se sigan yendo.