MARTES 19 DE DICIEMBRE DE 2000

 

Ť Alberto Aziz Nassif Ť

Los costos de la transición

En los últimos años muchas veces me pregunté cuáles serían los costos de la transición a la democracia en México. Desde los años ochenta, cuando el panismo empezó a ganar puestos de elección popular, había muchas resistencias de la llamada izquierda por el avance de la llamada derecha. Era una actualización de la vieja polémica sobre los alcances y límites de la democracia electoral o democracia representativa. Con la elección de 1997 el PRD ganó la ciudad de México y la izquierda partidista tuvo avances importantes en el Congreso. Ahora en el año 2000, el PAN ganó el gobierno federal, el PRD repitió su triunfo en el gobierno de la capital del país, y la pregunta sobre los costos de la transición vuelve a cobrar significados que es necesario analizar.

Después de la formación de los equipos de trabajo y el inicio del gobierno foxista las primeras acciones empiezan a definir el mapa de grupos e intereses que forman la actual coalición gobernante. Las primeras miradas dejan una extraña sensación, la gran oferta de promesas de la campaña ha comenzado a pasar la prueba del ácido de los intereses. De forma paralela se mezclan los altos índices de aceptación del presidente Fox y también los primeros desencantos. El esperado despliegue de un gobierno plural no ha resultado, por lo pronto ganaron las posiciones más hacia la derecha, salvo excepciones. En la parte económica del gobierno hay continuidades en la macroeconomía, y se ha privilegiado la estabilidad sobre el cambio. En estos días vemos las negociaciones entre los poderes para sacar adelante el presupuesto. La dinámica de la cobija se ha instalado, lo que se le aumente a un sector, necesariamente se le va a quitar a otro. El perfil empresarial domina en el gabinete económico. Tal vez este sea un costo no sólo de la transición y del triunfo panista, sino del modelo de una economía globalizada. Pero al final de cuentas no había una gran expectativa de que en ese sector las cosas serían muy diferentes. Los equilibrios vendrían por la parte social, la cultura, el trabajo, la ciencia, pero parece que no sucedió así, y es donde los costos se incrementan de forma preocupante.

Al analizar las áreas sociales, en las que se asientan expectativas de cambio, las señales son negativas para el desarrollo democrático del país. Un primer recorrido deja saldos que no pueden pasarse por alto, sobre todo si queremos poner en práctica una nueva cultura política ciudadana de vigilancia. A la zona de la política social han llegado grupos ligados a los organismos empresariales y a los sectores católicos más a la derecha (Legionarios, Opus). El perfil de las prácticas tipo el Teletón, sin negarle sus logros, puede generalizarse en el espacio de la política social, lo cual resulta inadecuado en un país con severos niveles de pobreza. En materia de cultura la decepción ha sido la tónica; tanto que se habló de los más capaces para ocupar los puestos, y llega una persona cuyo currículum no muestra esa capacidad, al igual que en la secretaría de Desarrollo Social. Y no podemos dejar de preguntarnos qué pasó con el Conacyt y con el equipo y el proyecto que preparó desde agosto la transición en esta importante área del país; al parecer los intereses convencionales de los grupos que siempre se han repartido el pastel de la ciencia y la tecnología no están dispuestos a perder su espacio y han obstaculizado la solución. Hasta aquí se podrá decir que se trata de especulación y de posibilidades, pero vayamos a los hechos: en la Secretaría del Trabajo las viejas prácticas de violar la ley y desconocer los derechos de los trabajadores se han puesto en práctica, como si no hubiera habido cambio, de hecho ya se declaró la primera inexistencia de una huelga del sindicato de azucareros y se pasó toda la legalidad por el arco del triunfo. Al margen de la ley y con pretextos se declaró la inexistencia de un movimiento sindical que tenía varias semanas negociando. Se violenta el estado de derecho y se sienta una pésima señal de entrada.

Es cierto que la transición mexicana en estos momentos no ha tenido contenidos violentos, sin desconocer las cuotas de sangre que derramaron en las últimas décadas, pero los costos de la transición a la democracia tendrán que pasar por fuertes ajustes tanto en las reglas del juego, como en la dinámica política. De cualquier forma considero que lo que tenemos hoy es mejor que lo que había antes, lo cual no significa negar que todavía quedan muchas luchas por delante en la construcción de las instituciones democráticas que hoy no tenemos.