LUNES 18 DE DICIEMBRE DE 2000
ƑLA FIESTA EN PAZ?
Mansedumbres
Leonardo Páez Ť Como bien observó un villamelón pensante, de esos que luego resultan más lúcidos que los taurinos arrogantes: "La verdadera crisis de la fiesta brava es que la volvieron mansa".
Y sí, a principios de los setentas, en plena euforia empresarial y de la crítica con Martínez, Cavazos y Rivera, quien por cierto reaparece en la Plaza México el próximo enero, la mansedumbre del ganado de lidia en nuestro país se volvió una cualidad.
Mansedumbre que cuando menos conservaba recorrido en el último tercio, lo que aunado al oficio y personalidad de las tres figuras determinó el curso del espectáculo taurino, con las consecuencias por todos padecidas, excepto por quienes manejan el negocito.
Una vez concluido el ciclo de estos llenaplazas, ventajistas y díscolos si los ha habido, pues además de disminuir edad y bravura en las reses retrasaron al máximo el relevo generacional torero, empresas y ganaderos siguieron con los mismos vicios, es decir, criando y anunciando una versión aproximada de toro bravo, aunque ahora para toreros sin mayor oficio ni personalidad.
Como resultado de esta mansedumbre generalizada de hombres y bestias, en México la llamada fiesta brava perdió atractivo y debilitó su posicionamiento, al tiempo que se multiplicaban deportes de alto riesgo y espectáculos si no más atractivos menos cruentos.
Pero queda claro que la responsabilidad inicial de esta severa crisis en la fiesta de los toros ha sido de los propios taurinos, con la anuencia de las autoridades, y no de las ligas protectoras de mascotas ni de la falsa conmiseración globalizada.
Ayer, en la novena corrida, se comprobó una vez más otra vertiente de la mansedumbre: la falta de imaginación y de sensibilidad por parte de quienes intervinieron en el intrascendente antiespectáculo, así haya habido hasta un triunfador.
1. Una empresa sin criterio para dar oportunidades a jóvenes toreros con potencial, empeñada en anteponer el amiguismo a la planeación con bases y en combinar diestros y ganado incombinables.
2. Una ganadería -Carranco- hace años sin brújula en lo que a bravura, fuerza y trapío de sus toros se refiere, pero obsesionada, como tantos otros hierros, en la nobleza, el buen estilo y la suavidad en la embestida, precisamente para toreros de discreto nivel técnico y anímico.
3. Una autoridad irresponsable, sin el menor sentido del ejercicio de ésta, comprometida en apoyar a la empresa aprobando cuanto novillo llega a los corrales, omitiendo resultados de los post mortem y repartiendo orejas como si de una feria de pueblo se tratara.
4. Unos diestros -nacionales y extranjeros- que además de no invertir en publicidad ni darse a conocer fuera del submundo taurino, condicionan su desempeño y sentido de la actuación en el ruedo a la mayor o menor bondad del toro.
5. Un público si bien cada día más escaso, salvo cuando se anuncia a Ponce o al Juli, últimas cartas fuertes de la dependiente empresa, con una pasividad patológica hacia lo que sale por toriles o hacia las torpes decisiones del juez en turno, pero con una equivocada disposición a divertirse.
6. Una crítica incondicional y ciega.