DISQUERO
Telúrico violín
El artefacto que estrecha entre sus brazos el siberiano Maxim Vengerov es una de las obras maestras concebidas por el laudero legendario Antonio Stradivari en su taller de Cremona, Italia, en 1723. El joven Maxim tiene 26 años de edad, el brillo del genio en la mirada y otra herencia más: la gran escuela violinística rusa, que sobrevive pese a la caída del socialismo real. Como solista de la Filarmónica de Nueva York, Maxim Vengerov hace gemir al instrumento parido por Stradivari con dos partitas exquisitas: el Concierto para violín de Antonin Dvorak (1841-1904) y la Sonata para violín y piano opus 82 de Edward Elgar (1857-1934), ambas recogidas en un disco compacto (Teldec/Warner) grabado en vivo, como gusta realizar sus grabaciones discográficas el señor Kurt Masur, quien es la batuta titular de la orquesta neoyorquina. La gracia, el encanto, el empuje rítmico telúrico de la música de Dvorak es uno de los puntos cardinales que toca el péndulo invisible de esta grabación, otro de ellos es la técnica transparente, vigorosa pero al mismo tiempo delicada, de arcadas fascinantes del chamaco Vengerov. La segunda parte de este disco es un contraste y al mismo tiempo complemento, porque el secreto de la música dumka, es decir la aprehensión del más hondo folclor checo que constituye el pensamiento musical de Dvorak fue una de las debilidades de don Lalo Edward, cuya Sonata para violín y piano escribió en 1918 y que ahora Vengerov, acompañado en el piano por Revital Chachamov, pone en su justa dimensión: una alta reflexión con el alma en vilo.
Cascada alucinada
He aquí una maravilla discográfica: Viaggio Musicale (Teldec/ Warner), del agrupamiento camerístico Il Giardino Armonico es un compendio privilegiado de la música italiana del Seicento. El viaje del título inicia cronológicamente con obras de Salomone Rossi publicadas en 1607, meses antes del estreno en Mantua del Orfeo de Monteverdi, tomada como piedra de toque de la ópera en el mundo y estreno en el que participó como violinista el autor que ahora nos ocupa. Es el inicio del viaje musical pero no del disco, pues el primer track funge a manera de obertura: la Sinfonía de Il ritorno d'Ulisse in Patria, del maestro Monteverdi, a la que sigue, en encadenamiento diseñado con fruición, un par de obritas de Tarquinio Merula (1594-1665), la segunda de las cuales --track 3-- es una cascada alucinada: una improvisación al clavicémbalo solo, solito y su alma. Los autores aquí reunidos son grandes maestros no sólo de la música antigua, sino del arte de la música en general. Un nuevo mentís para aquellos que se obstinan en pensar que la música inició con Bach. Entre esos ilustres artesanos figuran Dario Castello, Giovanni Battista Spadi, Giovanni Battista Riccio, Biagio Marini, Marco Uccellini, Giovanni Battista Fontana, Alessandro Piccinini, Marco Uccellini, Francesco Rognoni, y Giovanni Paolo Cima. La funda del disco, además, es un libro-objeto, una obra de arte en sí misma debido a diseño, buen gusto, cultísimas sutilezas, las fotografías incluidas y por supuesto los textos. El placer que produce el contenido de este viaje musical es por lo menos inenarrable.
Ť Pablo Espinosa Ť