LUNES 18 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Aurelio Fernández Fuentes Ť
Las crisis por el Popo
La peligrosidad que representa actualmente el Popocatépetl exhibe un conjunto de condiciones de incertidumbre, incapacidad y omisión. Hay en la actividad eruptiva de los últimos meses algunos componentes novedosos que llevan a varios de quienes estudian el fenómeno geofísico a estimar aumento en la posibilidad de una erupción desastrosa.
Sin embargo, el avance de la ciencia no permite realizar aún una predicción exacta como para determinar en un rango de tiempo aceptable cuándo se presentaría un episodio verdaderamente destructivo. La calidad y cantidad de los equipos humano y técnico con los que México cuenta para estudiar el comportamiento de don Gregorio está, además, por debajo de los mayores avances de frontera, a pesar de los esfuerzos llevados a cabo por investigadores e instituciones en algunas partes del país, especialmente en la UNAM.
La peligrosidad del Popocatépetl es enorme y, de repetirse alguna de las grandes erupciones históricas (el investigador de la UNAM Claus Siebe estima ocho en 24 mil años), pueden afectar seriamente a más de 20 millones de habitantes. Erupciones del nivel que vemos actualmente, con un periodo de recurrencia aproximado de 70 años, pueden afectar directamente a cerca de un millón de habitantes. No tomar en serio esta advertencia sería un acto de negligencia de los gobernantes, incluso criminal. Pero, con todo, la principal omisión no está en este campo, sino en otros dos: la ausencia de una política integral de prevención de desastres, que ha incluido como su parte más notoria la falta de apoyo presupuestal y de atención al Sistema Nacional de Protección Civil; y segundo, el prácticamente nulo estímulo y financiamiento a las investigaciones sociales en la materia.
Hoy vemos que una parte del llamado Comité Científico Asesor del volcán Popocatépetl, junto con las autoridades federales de Protección Civil, recomendaron la pertinencia de que las personas no estuvieran en un radio de 13 kilómetros alrededor del volcán. Se dijo que deberían ser evacuadas más de 41 mil personas, y sin embargo, se reconoce que en las primeras 24 horas no había ni 5 mil en los refugios. Además, la mayoría de la gente ha regresado a sus pueblos. ƑPor qué no creen los habitantes las advertencias gubernamentales?
En nuestra opinión, no se ha comprendido que los mecanismos de comunicación utilizados por las autoridades gubernamentales, los científicos y aun los medios, no corresponden a las formas culturales de los lugareños, y en muchas ocasiones chocan con ellas. La gente teme más que sus animales se mueran por falta de alimento, o que alguien robe sus propiedades, que a un daño producido por el volcán. Hay temor también de que se trate de un nuevo engaño de los gobernantes para quitarles sus tierras, miedo fundado en el ancestral despojo del que los campesinos han sido víctimas. Estos temores los justifican con argumentos tales como "el volcán no hará nada", "sólo Dios puede saber lo que pasará y si lo decide moriremos aquí y moriremos todos", o la increíble y difundida conseja de que, como Salinas de Gortari vendió el volcán a los japoneses, la erupción es un pretexto para sacarlos de sus propiedades y así quitárselas.
Hay, entonces, una fallida relación entre estos dos mundos, que se refleja en la imposibilidad de llevar a cabo las medidas de seguridad más elementales. En el discurso emitido ayer en Cholula por Santiago Creel y otros funcionarios, con motivo de la evaluación del plan operativo, se deslizó un argumento que, si las condiciones empeoran, veremos exhibir con más frecuencia: "la evacuación es una responsabilidad compartida"; "dejaremos que la gente tome la decisión de salir, libremente". Parece buena postura, sobre todo si la comparamos con la sugerencia latente de que intervenga el Ejército "a bayoneta calada" para sacar de la zona de peligro a los "indios remisos" y salvarles la vida. Pero no es un asunto tan simple. Este Estado posmoderno ya se ha retirado considerablemente de la actividad económica, y quiere hacer lo propio en la salud, la educación, la inversión pública, para que el laissez-faire automatice el funcionamiento social. Uno debe preguntarse: si el Estado y sus representantes no se preocupan ya ni siquiera por la seguridad de las personas, Ƒcuál es su razón de ser?
En un país tan heterogéneo como el nuestro, donde la urbanidad, la modernidad y el progreso han abusado de los campesinos y de los indios hasta la ignominia, no podemos fácilmente transferirles la responsabilidad de comprender los mayores avances de la geofísica para que buenamente pongan a salvo sus vidas "en total libertad".
En nuestra opinión, el nuevo gobierno, sin importar su color, debiera revisar dos aspectos en esta materia: qué es lo que verdaderamente genera los desastres y cuáles son los esfuerzos humanos y materiales que debieran desarrollarse para reducirlos.
En el caso del Popocatépetl, vivimos una inaceptable incongruencia. Si el volcán está en un momento tan peligroso como se dice, no deberían estar en sus hogares prácticamente todos los habitantes de la zona de peligro. Ahora bien, si la autoridad permite que los habitantes estén ahí, es porque las condiciones de peligro no son tan graves.