Ernesto Márquez Ť El debate sobre el término "salsa" viene desde finales de los años sesenta. En torno a su licitud se ha corrido una enorme cantidad de tinta. Se ha polemizado, gesticulado, vociferado y muy pocas veces llegado a conciliar las diferentes opiniones.
La "salsa" no es un ritmo, ni muchos menos un género, es la sonoridad propia de una orquestación de síntesis entre la música caribeña y la impronta sonora adquirida por los antillanos en el ámbito de Nueva York y que englobaba, mayoritariamente, ritmos cubanos, tratados con ciertos aires jazzísticos en los desarrollos instrumentales
Por eso mismo lo peor que se le puede decir a un cubano es que su música sea "salsa". En el mejor de los casos responderá airado que la salsa es viejo son cubano y que el son es un ritmo autóctono cuya conformación proviene de la amalgama de lo africano y lo español.
Cuba, la mayor influencia en los sones caribeños
Para aclarar por qué la música cubana es la base de la salsa, basta decir que hasta finales de los cincuenta, en que "llegó el comandante y mandó parar", Cuba se manifestó como la mayor influencia y el más rico surtidor de sones caribeños de las Antillas y gran parte de la porción continental. Las formas musicales cubanas como el son, la conga, la rumba, el mambo y el cha cha chá, por sólo citar unos cuantos, conformaron el repertorio sonoro de muchas de las agrupaciones salsosas de los años sesenta-setenta. A la fama de orquestas y solistas, como el Septeto Habanero, Trío Matamoros, el conjunto de Arsenio Rodríguez, Ignacio Piñeiro, Benny Moré, Félix Chappotin, Enrique Jorrín o la Orquesta Aragón, se sumó históricamente, una pléyade de seguidores, sobre todo en lugares como México, Venezuela, Colombia, Puerto Rico y Estados Unidos.
En este último país proliferaron las charangas, septetos y grandes bandas, que ceñidos a los parámetros dictados por los creadores de La Habana empezaron a hacer una música que publicitaban como "nueva". Dos factores importantes determinaron la evolución y desarrollo de la "salsa". Por una parte el bloqueo económico impuesto a Cuba y por el otro la numerosa migración de ciudadanos del Caribe hacia el país del norte, quienes al encontrarse en un ambiente adverso fundieron esperanzas y culturas en un todo unificador en el que la música fungió como tabla de salvación, paliativo y sello de identidad.
La palabra "salsa" puede que provenga de ese hecho aglutinador. Pero el musicólogo Pierre Goldman dice que la primera vez que se escuchó, relacionada con la música, fue a finales de los sesenta, dicha por el locutor venezolano Danilio Fidias Escalona, quien tenía un programa radiofónico en Caracas dedicado exclusivamente a la difusión de los géneros afroantillanos titulado "La Hora de la Salsa". Aunque, según otros, su despegue como movimiento se da a partir de 1966 con la edición del disco "Llegó la salsa", de los venezolanos Federico y su Combo. Esto sin contar con que ya antes, mucho antes, Ignacio Piñeiro "El poeta del son", desde Cuba provocaba a los bailadores con aquello de "?échale salsita".
¿Y quién es el padre de la salsa
Muchos se han proclamado como el padre de la criatura. A principio de los años setenta, cuando apenas empezaba el boom salsoso, Eddie Palmieri anunciaba en un concierto en el Avery Fisher Hall de Nueva York la ejecución de una "nueva música cubana" llamada "salsa". Esa noche, la crítica lo recibió con regocijo y apuntó: "La orquesta de Palmieri ha generado un nuevo ritmo, muchísimo más fogoso que el rock and roll; este ritmo está basado en la tradición autóctona de la música afrocubana y se llama 'salsa', por lo que no dudamos en predecir que muy pronto se impondrá sobre la música beat".
Poco antes, Jerry Masucci, un neoyorquino hijo de inmigrantes italianos, había registrado el término como invención propia. Constituyó a partir de eso Fania Records, principal productora y editora de discos de "salsa". Con su socio Johnny Pacheco, Masucci se convirtió en el regidor de los destinos de decenas de agrupaciones e intérpretes latinos.
El término "salsa", por sus implicaciones comerciales, trascendió el marco de lo estrictamente musical. Y como si fuera una coctelera, en su empaque se agitaron, además de los géneros cubanos, los de origen dominicano, brasileño, colombiano, puertorriqueño, venezolano, martiniquenses... y eso fue lo que provocó la confusión entre los incipientes descubridores de las tales músicas. .
Por supuesto, a la falsa etiqueta, en muchas oportunidades se le descosió el borde, dejando entrever esa verdad no por tangible menos discutida. Las declaraciones de algunos de los principales cultores del movimiento sirven para ejemplificar lo absurdo del engaño. Tito Puente, al ser interpelado por quien esto escribe atestiguó: "Yo sólo conozco una salsa que venden en botella, llamada Tabasco. Yo toco música cubana". Asimismo, Celia Cruz respondió: "Esto es lo mismo que cantaba hace 30 años". Y el legendario Johnny Ventura, merenguero aclamado en el boom salsoso como uno de los singulares héroes, enfatizó que: "El merengue no es una nueva forma de salsa, por el contrario, es un ritmo tan viejo como el guaguancó, la guaracha, el son montuno, y todas esas melodías que ponen a gozar a la gente".
Muchos fueron los intérpretes y agrupaciones, de marcada relevancia dentro del movimiento salsero, que se pueden citar por la indiscutible calidad de su entrega, aunque en lo primordial, no rebasaron los esquemas tradicionales del son cubano. Si algún acento novedoso se descubre lo podremos encontrar primeramente en la obra de Eddie Palmieri que desde un principio irrumpe con un lenguaje durísimo, poco acostumbrado hasta ese momento; luego en el trabajo crossover de Joe Cuba, en el de fusión jazzística de Ray Barreto o en el del binomio creativo Willie Colón-Rubén Blades.
Hoy las aguas revueltas se han calmado y los ritmos caribeños son presentados con el ropaje individual que les caracteriza. Y la "salsa", salvo honrosas excepciones de gente como Willie Colón o Rubén Blades y agrupaciones como El Gran Combo y la Sonora Ponceña, se ha quedado como una expresión reblandecida por la uniformidad de criterios que obedecen más al mercado que a los valores estéticos.