SABADO 16 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Manuel Vázquez Montalbán Ť
El retorno de Marcos
Coloquio en Bolonia con motivo de la presentación de mi novela L'uomo della mia vita. Un grupo de muchachos me pregunta si estaría dispuesto a viajar a México con ellos para llevar una turbina a La Realidad, el centro radial de recepción y percepción zapatista. Yo contemplé en ese poblado de Chiapas los trabajos de un grupo de jóvenes voluntarios italianos que estaban preparando la turbina para proporcionar electricidad a la comunidad indígena. Esperaba la llamada del subcomandante Marcos para cumplir nuestro encuentro en la selva Lacandona y los trabajos y los días de los cooperantes, italianos y españoles en aquel momento, me parecían un prodigio: la supervivencia de la cultura de la solidaridad.
Tras el coloquio de Bolonia viajo a México convocado por la Feria Internacional del Libro, de Guadalajara, en la que está vivo mi libro Marcos, el señor de los espejos, el fruto del encuentro en la selva, y todos los periodistas me preguntan por el silencio del subcomandante, callado desde el verano pasado, cuando se pronunció con una dura homilía contra los intelectuales de izquierdas que se habían pasado a la metafísica neoliberal. En plena feria, toma posesión de su cargo el nuevo Presidente mexicano, Fox, y terminan más de 70 años de hegemonía política del PRI, de su dictadura democrática tal como la calificara Mario Vargas Llosa. Fox representa la derecha derecha y el neoliberalismo neoliberalismo, pero su largo discurso de investidura es domsturziano, conciliatorio, quiere que su poderosa estatura física coincida con la estatura de un estadista social, y de pronto concede un lugar de privilegio a la solución del problema indígena y por lo tanto al encuentro con los zapatistas. Milagro de la estrategia pactada o milagro a secas, Marcos sale de su silencio y de su ocultación y manifiesta su disposición a negociar con Fox, siempre y cuando no sea un puro ejercicio de merodeo político.
Durante su discurso de investidura, Fox hizo un inventario de todos los males aplazados y citó muy preferentemente el zapatista. De momento cumple lo prometido y retira mil 500 soldados de Chiapas, una pequeña parte de los 60 mil que, según los comandantes indígenas, la administración PRI desplegó en la zona. Marcos insiste en que las conversaciones serán posibles si hay acuerdos sustanciales en la mejora de las condiciones de vida indígenas, y de momento Fox ha suscrito los principios ratificadores de los derechos humanos y ha asegurado que México debe salir del agujero negro de su incumplimiento. Repetidas veces Amnistía Internacional señaló al gobierno mexicano como destacado incumplidor. Recuerdo mis conversaciones con Marcos en la selva Lacandona que dieron origen a Marcos, el señor de los espejos, y el subcomandante me dijo que cualquier cosa que implicara el cambio era esperanzadora y que una victoria del PRI significaría la insistencia en la parálisis.
No hay datos para anticipar un final feliz, pero al nuevo gobierno mexicano le bastaría asumir los acuerdos de San Andrés, pactados con los zapatistas y nunca cumplidos por el PRI, para desbloquear la cuestión y apuntarse un tanto de voluntad pacificadora, que luego requerirá una empeñada búsqueda de palabras y obras efectivas. Diez millones de indígenas marginalizados y 50 por ciento de pobres cohabitantes en un país en muchos aspectos moderno y rico esperan el milagro del neoliberalismo o de una síntesis prodigiosa entre el neoliberalismo y su contrario.
Los zapatistas van a negociar a comienzos de año fundamentalmente en nombre de la razón indígena. Pero su vuelta al primer plano les devuelve en cierto sentido su condición de metáfora del globalizado enfrentada al globalizador, al tiempo que movimientos contestatarios similares crecen no sólo en América Latina sino también en el Norte rico y fértil, a manera de polimórfico nuevo sujeto histórico crítico en el que cabe Marcos con su máscara y las airadas comunidades de consumidores de productos averiados: sean vacas locas, sean los subproductos de verdades que llenan los supermercados de la democracia.