Colombia Moya Ť Quizás la perfección de este ballet, ya tradicional en el mundo occidental desde su estreno en el Teatro Marinsky de San Petersburgo en 1892, admite una serie de preguntas sobre su origen y realización, sobre todo para gentes ansiosas de descubrir la fórmula de la perfecta puesta en escena de una narración, un cuento, un mito, tal vez sólo una idea.
Cuando Alejandro Dumás descubrió el formidable tema del escritor, crítico, cuentista y músico alemán, Ernst Theodore Amadeus Hoffman, nacido en Alemania en 1776, llamado El Cascanueces, no dudó un segundo en realizar una adaptación escénica que pronto usaría magistralmente el coreógrafo Marius Petipa para hacer el libreto de un ballet inmortal. Sin embargo, otros factores se mezclarían mágicamente para arribar al milagro de la creación.
Petipa contaba incondicionalmente con Tchaikovsky como compositor, y con Lev Ivanov, su asistente, diamante purismo opacado por la gloria del maestro extranjero en Rusia, modesto y callado, también incondicional del coreógrafo francés, participando en todo momento con el verdadero montaje de pasos y secuencias de los bailarines, tal como también lo hizo en El Lago de los Cisnes. Petipa sin embargo, se puso a trabajar sin descanso con Tchaikovsky nota por nota. Existen documentos con los textos y dibujos de Petipa para la escena de los copos de nieve y Clara, donde le explica a Tchaikosvky exactamente cuántos compases quiere para tal o cual evolución, con qué ambiente y sonoridad. El compositor, entusiasmado también por la fiebre creativa materializaba espléndidamente en notas cada estado de ánimo de Petipa, quien a su vez, había absorbido a la perfección la idea de Dumás y éste de Hoffmann. Inmediatamente, el genio de Lev Ivanov, traducía en rutinas y diseños perfectos toda la estructura de una vieja leyenda, tan común en los fríos países del norte de Europa. Así, surgiendo como borbotones de magia en una noche de Navidad, todos los personajes del Cascanueces y su profunda significación, que abarca hasta las más densas capas de inconsciente, como los sueños de Clara, no pocas veces calificados de eróticos, invaden el escenario para maravillar a los niños y a sus papás, pues el ballet, ya tradicional en la Compañía Nacional de Danza, desde 1980, siempre tratando de emular la producción neoyorquina del American Ballet, en realidad ya es parte esencial del repertorio del grupo oficial, y El Cascanueces, una de sus mejores cartas. Con el maestro Enrique Patrón de Rueda y José Areán alternándose al frente de la orquesta de Bellas Artes, El Cascanueces estará en Bellas Artes hasta el 30 de diciembre, en la versión "jazzeada" de James Kelly.
No se la pierda.