EU: DESENLACE BAJO SOSPECHA
La
decisión del hasta ayer candidato demócrata Al Gore de darse
por vencido en la disputa legal por la presidencia de Estados Unidos marca
el fin de un conflicto poselectoral sin precedentes en ese país
y abre la perspectiva inmediata de la asunción de su rival, el republicano
George W. Bush, a la jefatura de Estado. Innumerables ciudadanos de la
nación vecina --y muchos otros en el mundo-- respiraron aliviados
por la culminación de más de un mes de incertidumbre política
en la más importante potencia del mundo.
Hay, sin duda, un elemento tranquilizador en el hecho
de que esa crisis no haya desembocado en una desestabilización financiera
que habría podido tener consecuencias devastadoras para la economía
global y para los delicados equilibrios político-diplomáticos
en el planeta; sin embargo, debe tenerse claro que el inesperado e inédito
empate o empantanamiento electoral en que culminaron los comicios presidenciales
del mes pasado, así como el traslado del diferendo de las urnas
a los tribunales, causaron un daño profundo e irreversible a la
credibilidad y la legitimidad de la presidencia de George W. Bush y del
sistema político estadunidense en su conjunto.
En efecto, el hasta ahora gobernador republicano de Texas
será el primer mandatario que ocupe la Casa Blanca tras sufrir una
derrota en el voto popular --toda vez que Gore obtuvo más votos
ciudadanos--; el primero cuya victoria electoral haya sido impugnada ante
la Corte Suprema de Justicia y una corte estatal; será, asimismo,
el primer presidente que tendrá que confesar que el cargo no se
lo debe a los sufragios de los ciudadanos sino a los jueces y a las peculiaridades
legales de un obsoleto sistema de votación indirecta; será,
en suma, un jefe del Ejecutivo que no podrá esgrimir un mandato
ciudadano inequívoco. En consecuencia, la próxima presidencia
estadunidense padecerá una marcada debilidad de origen y tendrá
que mantenerse en una permanente búsqueda de legitimación.
Finalmente, a la luz de la manera torcida en que Bush
logra introducirse a la Casa Blanca, Washington no puede ya presentarse
ante la comunidad internacional como el Estado guardián y máximo
exponente de la democracia, porque desde cualquier perspectiva democrática,
lo ocurrido en estas semanas en Estados Unidos fue una negación
del principio de gobierno de las mayorías, una ofensa a la transparencia
electoral y una muestra de que el poder político no necesariamente
se constituye con base en la decisión ciudadana sino, como pudo
observarse claramente en esta ocasión, a partir de ataques y contraataques
mediáticos, confrontaciones entre leguleyos y normas de representación
indirecta que se encuentran entre las más arcaicas y obsoletas del
mundo. |