JUEVES 14 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Olga Harmony Ť
Strindberg.com./gurrola
Hasta que nos quede claro a todos en qué consiste la idea de ciudadanizar la cultura, me temo que he de abrir mis notas con cuestionamientos acerca del tema. El término cultura es muy amplio y abarca muchas cosas, desde la cultura científica hasta la que impregna la vida de las diferentes etnias que existen en nuestro país. Desde que apareció el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA), la idea de las artes separada por la conjunción de la cultura me ha provocado grandes dudas. Prefiero hablar, entonces, de la cultura artística y todos nos entendemos, ya que el amenazador nombramiento de Raúl Arroyo para dirigir el INAH queda fuera de mi competencia, como ocurre con las artes que no son el teatro. Sin embargo es alentadora la designación de Ignacio Toscano al frente del INBA, quien es acusado de continuismo por los mismos que deseaban funcionarios con experiencia en el ramo (ƑY quién los entiende?). Víctor Hugo Rascón Banda es, también, un personaje aglutinador entre escritores y teatristas aunque su papel como asesor externo no nos quede muy claro.
Ambos personajes, además de sus conocimientos y experiencia, poseen muy buenas maneras lo que, al parecer por las notas de prensa, no le sobran a la señora Bermúdez. La presidenta del CNCA parece estar a la defensiva porque su nombramiento ha causado malestar en casi todos los miembros de la comunidad artística, que parece estar a la espera de que sea definida su política cultural para expresarse. No creo, como afirma con bastante rudeza la aguda columnista Lourdes Galaz -a quien desde aquí felicito por su merecido premio- de que no se manifiesten abiertamente por temor a perder premios y cononjías: por lo que he podido escuchar, su cautela obedece a la incertidumbre porque no existe proyecto sobre el cual manifestarse. Por otra parte, el hecho de que uno de los primeros actos de Sara Bermúdez haya sido celebrar con un desayuno el cumpleaños de su esposo, a cuenta del erario y en las instalaciones del Consejo es mucho más que una ridícula anécdota: es una señal de que se siente dueña y señora de lo que a todos nos pertenece.
Posiblemente este artículo aparezca al mismo tiempo que la noticia del designado como coordinador de teatro del INBA. Ya me ocuparé de ello y de los descabellados planteamientos a los que la municipalización cultural puede llevarnos. Quiero entrar en materia y escribir acerca de Strindeberg.com./gurrola, las variaciones acerca de La más fuerte, de Augusto Strindberg, de Juan José Gurrola -con apoyo del dramaturgista Raúl Falcó- que representa el retorno al teatro del talento-so y controvertido director. De Strindberg se ofrece completo el seudomonólogo -con alguna ''morcilla" gurrolesca- y textos tomados de Autodefensa el texto autobiográfico del autor y posiblemente de Infierno, en menor medida. De Gurrola es fácil reconocer la escena del camerino, introducción a la historia de las dos mujeres que aparecen en La más fuerte y en donde, en un juego con la realidad, las actrices hablan de alternar los papeles de la obra a representar y que es, justamente, lo que ocurre en las funciones reales.
La misoginia de Strindberg más la misoginia de Gurrola no aparecen tan evidentes como era de temer. Desde la primera escena muda, casi ritual, de ambas mujeres con un espolón de cuero en el vestuario -que es otra muestra de lo imaginativa que puede ser Adriana Olivera- se marca la tremenda rivalidad. Antes, un personaje que muy bien puede ser Strindberg, se ha descolgado del gancho del que pendía como monigote, vapuleado objeto de tal rivalidad. Pero a continuación hace el amor con una y con otra; de manera estilizadamente lasciva con la Dama 1, de forma brutal y grotesca con la Dama 2, mientras son dichos los parlamentos autobiográficos. Las actuaciones son muy poco realistas, casi se podría decir expresionistas, antes de las escenas del camerino y -tras un intermedio en que terminan las variaciones- la del texto central, estas últimas estructuradas en un tono realista.
En una escenografía del propio Gurrola y Manuel Larrosa, en que parte del butaquerío del Granero está ocupado por pinos recortados en forma humana y que en la cafetería -con muebles muy reales y un vestuario casi realista de las protagonistas- se convierten en arreglo navideño, Gurrola da los diferentes tonos.
En la función de estreno me correspondió ver a Surya Macgregor como la mujer que habla y a Rocío Boliver como la que no habla, en lo que debieron ser actuaciones realistas en contraste con las que ambas actrices tuvieron en sus escenas previas.
Por desgracia, el muy buen desempeño de Surya Macgregor se vio estorbado por los apayasados gestos de su contrincante: es verdad que el papel de Amelia es dificilísimo por consistir en mudas reacciones a lo que escucha, pero aquí no vimos más que chistosadas sin sentido. Bien Alejandro Reza en su doliente El y discreta Claudia Cabrera en sus pequeñas participaciones.