Reacciones encontradas en Rusia por la detención de Gusinski
Ť El hecho sienta precedente de aplicación selectiva de la justicia
Ť Más allá de lo político podría esconderse una venganza personal
Juan Pablo Duch, corresponsal, Moscú, 13 de diciembre Ť La detención provisional en España de Vladimir Gusinski, el magnate de medios enfrentado al presidente Vladimir Putin, en cumplimiento de una orden internacional dictada por la justicia rusa y tramitada por Interpol, provocó en esta capital reacciones encontradas.
Causó estupor en los sectores liberales y en la prensa independiente, que ven en ello una amenaza a la libertad de expresión, y aprobación en un amplio estrato de la población, pauperizado por las reformas de Boris Yeltsin, que repudia a cuantos de la nada hicieron fortuna a la sombra del anterior presidente.
Esto último, en el contexto de un cada vez menos encubierto antisemitismo tolerado desde el Kremlin, encuentra respaldo adicional cuando se trata de un judío, como son Gusinski o el otro magnate exiliado, Boris Berezovsky. La diferencia es que este último propuso una suerte de pacto de no agresión, al revelar que posee pruebas del financiamiento ilegal de la campaña presidencial de Putin, lo cual hasta ahora garantiza su impunidad.
La situación de Gusinski es más vulnerable. Y el problema de fondo no es que no haya motivos para fincarle responsabilidades penales a él o a cualquier otro potentado surgido del entorno de Yeltsin, todos tienen el mismo origen turbio, sino el grave precedente que sienta de aplicación selectiva de la justicia.
Rusia, no obstante los avances que son innegables, dista de ser un Estado de derecho y ello explica que este martes, apenas un día después de que se conoció en Moscú la detención de Gusinski, la propia procuraduría anunció el cierre del caso Mabetex, por "ausencia de delito que perseguir".
De un plumazo, la procuraduría rusa desconoció los años que la fiscalía suiza dedicó a investigar uno de los más sonados casos de corrupción y lavado de dinero, que involucraba a una constructora suiza, que obtuvo jugosos contratos para remodelar el Kremlin y otros edificios gubernamentales, y a personajes muy cercanos a Yeltsin, incluidas sus dos hijas, Tatiana y Elena.
Larga lucha por un imperio
La detención de Gusinski, pendiente de que la justicia española determine si procede o no su extradición a Rusia, en principio es viable dado que ambos países se adhirieron a la Convención europea en la materia de 1957, a menos que los abogados del magnate logren demostrar que la persecución es por motivos políticos, se inscribe en el ámbito de la venganza personal, pero no sólo.
Importa más ubicarla como el penúltimo episodio de una larga lucha por el control de su imperio mediático, que ya lo había llevado a la cárcel de Butyrka por tres días en julio pasado.
Pactada la venta de sus acciones a su principal acreedor, el monopolio estatal del gas, Gazprom, Gusinski fue liberado y su caso, sobreseído. Denunció, entonces, ya desde el extranjero, que había firmado bajo presión y presentó como prueba un llamado protocolo adicional No. 4, que establecía claramente el compromiso de las autoridades de cesar toda persecución judicial contra Gusinski. El documento llevaba la firma del ministro de Información y Prensa, Mijail Lesin, personero de Putin en las negociaciones.
El Kremlin quedó en una situación bochornosa y trató de deslindarse, endosando la culpa a Lesin, quien no obstante sólo recibió una tímida reprimenda pública por "inmiscuirse a título personal en asuntos que no son de su incumbencia".
Empezó, a partir de ese momento, una nueva ronda de negociaciones que, tras varios entendimientos y vueltas al punto de partida, culminó con la firma de un reciente acuerdo que resuelve el diferendo económico entre deudor y acreedor, mas deja abierta la posibilidad de que ningún socio pueda imponer al otro su voluntad en materia de contenidos informativos.
Media-Most y Gazprom convinieron saldar la primera parte de la deuda del primero, 211 millones de dólares, mediante la entrega de 16 por ciento de las acciones de NTV, el canal de televisión del consorcio, que se suma a 30 por ciento que ya tenía, además de 25 por ciento más una acción del resto de los medios de Most. Otro 19 por ciento de NTV, y un adicional 25 por ciento más una acción de los otros medios, quedaron como garantía de pago de la segunda parte de la deuda, 262 millones de dólares, que vence en julio de 2001.
Una cláusula impide que, dentro de ocho meses, Gazprom tenga la mayoría absoluta de los activos de Media-Most al asentar la obligación de vender a un inversionista extranjero el 19 por ciento que está como garantía de pago, más otro 6 por ciento. Si Gusinski no paga el segundo tramo de la deuda, para julio de 2001, Gazprom tendría 45.5 por ciento de NTV (y participación importante en otros medios del consorcio), Gusinski y su grupo se quedarían con 29.5 por ciento y el inversionista extranjero, con 25 por ciento. Ello, a juicio de Media-Most, debe asegurar la independencia de su política informativa.
Si el problema fuera económico, difícilmente se podría haber alcanzado un acuerdo más satisfactorio para Gazprom. La respuesta del Kremlin, con la apertura de un nuevo proceso penal contra Gusinski por desviar al extranjero activos de Media-Most que servían de garantía a la deuda, a pesar de que Gazprom ya había retirado la respectiva demanda, no dejó dudas sobre su intención de acorralar al magnate para forzarlo a vender sus acciones y echar abajo el plan de incorporar a un inversionista extranjero.
Aquí, junto con el interés político, parece ser determinante la motivación de la venganza personal. Gusinski se equivocó de candidato presidencial al apostar por el entonces primer ministro Evgueni Primakov y apoyar después la coalición de éste con el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov.
En esa lucha por el poder sin cuartel ni reglas, Gusinski se hizo de muchos enemigos en el entorno de Yeltsin, que quedaron en posiciones de primer nivel ya con Putin. Además, Putin no le perdona a Gusinski el severo cuestionamiento de NTV sobre su gestión, y menos las burlas en el programa satírico Kukly.
La animadversión de Gusinski y Aleksandr Voloshin, el jefe de la Oficina de la Presidencia, llegó a niveles irreconciliables a partir de las denuncias sobre corrupción que durante meses le lanzaron NTV y otros medios del consorcio. Voloshin es considerado el artífice de la persecución contra Gusinski y, además, siempre ha querido ser director general de Gazprom, posibilidad que ahora se ve más cercana.
El director general de Gazprom, Rem Viajiriev, concluye su actual mandato en mayo próximo, pero circulan rumores en el sentido de que en breve podría "tomar vacaciones acumuladas", de las cuales ya no retornaría al cargo, despejando el camino a un interinato de Voloshin hasta que se formalice su designación en el plazo permitido por la ley.
Viajiriev, sabedor de que ostenta la dirección
de la empresa más importante del país, no da su brazo a torcer
y se resiste al relevo promovido desde el Kremlin. En todo caso, el acoso
a Gusinski puede inscribirse en la soterrada disputa por Gazprom, en la
medida en que se le ha vendido a Putin la idea de que con Voloshin al frente
del monopolio del gas se acabaría todo asomo de crítica en
NTV y los otros medios del magnate detenido en España.