JUEVES 14 DE DICIEMBRE DE 2000

 

Ť Sami David Ť

Voluntad para pactar

Una constante en nuestras instituciones ha sido la voluntad de cambio. La pluralidad política y el gobierno dividido que ahora vivimos son muestras fehacientes de lo señalado. Sin embargo, ningún revanchismo, del signo partidista que sea, es válido para guardar el equilibrio que necesita el país. Ni al Ejecutivo de hoy corresponde el protagonismo, ni la nación está lista para confrontaciones políticas o religiosas.

México transita por un sendero difícil para todos. La serpiente de la inquina, las penumbras de la animadversión acechan. Política y creencia representan una peligrosa combinación. Muchos gobernantes olvidan que lo primordial es construir una etapa equilibrada, republicana, para alcanzar el sano desarrollo político. Los nuevos tiempos exigen y demandan respeto, tolerancia, madurez, responsabilidad, conciencia y profunda sensibilidad de todos los actores para fortalecer los valores de la sociedad, no para generar rencores ni venganzas.

Dignificar la política como un espacio idóneo para dirimir controversias, resolver diferencias, equilibrar tensiones es lo urgente. No el discurso contestatario ni los juegos de palabras como retórica oficial. Las constantes reiteraciones pueden terminar en un eco elemental, en un burdo retintín carente de significado. El comedimiento y la comprensión, lo he señalado en diversas ocasiones, son la más clara expresión de pluralidad y de convivencia social. Hay entre nosotros suficiente espacio para la autocrítica, la negociación y el diálogo. Negarlo supone sólo inmadurez o ignorancia.

En la medida que la competencia política se traduzca en discrepancia civilizada y no en querella aniquilante, la democracia formará parte fundamental de la vida cotidiana. Será una afirmación del florecimiento que el país anhela. Este es, por si alguien lo ha olvidado, no un imperativo legal, sino un elevado mandato de ética política. A ello deben comprometerse todos los partidos y no hay excepción que valga. Y a riesgo de caer en obviedades o parecer repetitivo, insisto en señalar que la República no se construye por el solo hecho de invocarla. El avance democrático impone a todos los partidos responsabilidades que no es válido eludir. El pueblo de México quiere la consolidación de las libertades obtenidas con sacrificio. Las desea conseguir, pero sin fractura social.

Frente a las voces y actitudes beligerantes en algunas partes del país, recordemos también que la democracia no se perfecciona invalidando los mecanismos de que ésta dispone para enraizarse, puesto que si un partido político no triunfa en las elecciones, quien se monte en la cresta del poder tampoco tiene la totalidad de la voluntad ciudadana. Quien asume el mando por medio de la instancia electoral, tampoco debe caer en los excesos del autoritarismo. Ni siquiera en el discurso.

Ahora, más que nunca, precisemos que la democracia no puede tomarse como pretexto para dividir a los mexicanos. La sociedad reclama partidos políticos fuertes, con apego a principios transparentes, leales a la nación. México no admite la simulación ni el engaño. Lo que haya que renovar, hagámoslo mediante la concertación de voluntades, no por medio del revanchismo o del resentimiento. La política debe ser, por encima de todo, voluntad para pactar las transformaciones.