MIERCOLES 13 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Carlos Martínez GarcíaŤ
ƑTodos guadalupanos?
Por euforia, triunfalismo o negativa a reconocer la diversidad de la nación mexicana, integrantes del gabinete de Vicente Fox y líderes eclesiásticos católicos tratan de invisibilizar a cerca de doce millones de mexicanos(as) que no profesan la religión católica ni son guadalupanos.
El secretario de Trabajo y Previsión Social, Carlos Abascal Carranza, tuvo a bien encomendar su recién nombrado equipo de colaboradores a la Virgen de Guadalupe, por ser ella Patrona de los trabajadores de México. Me imagino que quienes son devotos de la señora del Tepeyac se los agradecerán, pero quienes son trabajadores y mexicanos con otros credos no tienen por qué ser incluidos en la idea y práctica de que la Guadalupana también es virgen de su devoción. Aunque se tarde más o le cueste trabajo deshacerse de sus deseos religiosos uniformizadores, el funcionario -conspicuo militante de Los Legionarios de Cristo- debe matizar sus encomiendas y decir que la mayoría de los obreros(as) son guadalupanos pero de ninguna manera todos. Por su parte el cardenal Norberto Rivera al referirse a quienes mostraron desacuerdo con la expresión de Abascal, dijo que "nadie puede tener la piel tan sensible como para convertirse en un intolerante, por una expresión cultural que tenemos los mexicanos". No se trata de intolerancia, sino del justo derecho a no ser incluido en un grupo, por claramente mayoritario que sea, distinto con el que alguien se siente identificado.
De acuerdo con las cifras del censo realizado a principios de este año, 88 por ciento de los habitantes del país de cinco años o más son católicos. El restante doce por ciento está conformado por integrantes de otra o ninguna religión. Un estudio detenido del ejercicio estadístico realizado por el INEGI me ha llevado a concluir que el porcentaje de no católicos en el país es unos cuantos puntos más que el consignado por ese instituto. Por la extensión del trabajo mis observaciones no pueden ser desarrolladas en este espacio. Simplemente consigno que de modo arbitrario los diseñadores y analistas del censo decidieron ubicar a los adventistas junto con seguidores de credos paraprotestantes (mormones y testigos de Jehová), los englobaron a los tres bajo el rubro iglesias bíblicas no evangélicas. Los adventistas -que guardan el sábado y no el domingo- son reconocidos como de raigambre evangélica por la literatura seria que se ocupa de clasificar en grandes familias confesionales a los variados grupos religiosos que tienen ligas históricas con las reformas protestantes del siglo xvi. Un dato más: en el consejo directivo de una de las organizaciones evangélicas más antiguas del país (con presencia desde 1827), la Sociedad Bíblica de México, tiene su lugar un integrante del adventismo.
Si nos ponemos más críticos, en el renglón iglesias bíblicas no evangélicas, le hacemos saber a los autores del censo, bien podría haber quedado la religión mayoritaria. Porque aunque se autorreconoce como bíblica, evidentemente no es evangélica. Para la Iglesia católica la Biblia no es la única fuente de autoridad en asuntos de fe y conducta, mientras que sí lo es para los protestantes/evangélicos. De acuerdo con el dogma romano la tradición, el magisterio de la Iglesia (la alta burocracia, pues, con el Papa a la cabeza) es el filtro desde el cual se interpretan correctamente las Escrituras. Estas son identificadas con el canon largo, que contiene libros del Antiguo Testamento que no son aceptados por la Biblia hebrea ni por el protestantismo. Y, así, podríamos seguir con los yerros censales que mal midieron la diversidad religiosa con una óptica que pareciera les fue dictada desde el Episcopado mexicano. Pero nuestro tema es otro.
Me adelanto a quienes pudieran ver en mi argumentación un liberalismo juarista a ultranza, que desconoce y hasta se aterra del nuevo clima de libertad para que los altos funcionarios gubernamentales expresen en público su religiosidad. No es así, precisamente, porque la libertad de credo y culto fue una reivindicación arrancada al autoritarismo clerical católico. Mi desacuerdo es con las desatadas prácticas confesionales desde un poder que, teóricamente, debe mantener un prudente equilibrio público con la diversidad religiosa de quienes integran la nación mexicana. Con la divisa de que los nuevos funcionarios católicos no están dispuestos, como sus antecesores, a ser creyentes vergonzantes, asistimos ahora a la ostentación mediática de la fe. Los desatados miembros católicos de la gerentecracia (šgerentes del mundo, uníos!), con el presidente Vicente Fox a la cabeza, incurren en fariseísmo cuando con estudiado histrionismo imparten bendiciones urbi et orbi.
Pretender hacer invisibles a las minorías, quererlas asimilar a la corriente hegemónica y estigmatizarlas por resistirse a ello ("la raíz cultural de los mexicanos es la Guadalupana", ergo los evangélicos no son mexicanos, o como dijo el cardenal Sandoval Iñiguez: "No tienen madre"), es un anhelo inquisitorial contrario a la democracia que se supone ya llegó a México.