Ojarasca 44  diciembre 2000
 
 
 
 

umbral

Se acabó la hora de las mentiras. La palabra de los indios se recorre en las distancias y los obstáculos para alcanzar el corazón de México. La llamada "ley Cocopa", que sigue siendo el consenso indígena más amplio, ingresó nuevamente a los molinos del Congreso de la Unión.

A la vez un puñado de hormigas y abejas se vinieron a pie desde Chiapas para demostrar que de ellos, los últimos, los más pequeños, es la Guadalupana, por más que se le arrodille el presidente. Y que hablándole a ella se están dirigiendo a todo el país.

Las organizaciones indígenas y comunales del Anáhuac y sus alrededores tocan, desde dentro, las puertas de la ciudad de México. Su mensaje es también muy claro: sin ellos, la salvación de los recursos y la vitalidad natural de la región --ese desastre ecológico-- será imposible. Ellos, descendientes de los pobladores originarios, tienen todos los derechos, y parte de la solución.

El movimiento indígena se mueve. No será el foxismo el que le ponga trancas. El "nunca más un México sin ustedes" del presidente al tomar posesión habrá de imprimir su constancia al nuevo régimen, tanto si Fox le hace puro juego al eslogan como si está comprometiendo su palabra. Ya tendrán tiempo de aprender el mandatario y sus funcionarios que para los indios la palabra, y cumplirla, es lo que cuenta, lo que hace al hombre. Contra los engaños del poder han aprendido a desconfiar del palabrerío.

Además, el ezln interpeló al Ejecutivo entrante y a un Congreso donde en los próximos años se moverá la democracia parlamentaria --y si no su caricatura, su morralla. En esencia, los zapatistas hacen el mismo emplazamiento que el Congreso Nacional Indígena y decenas de organizaciones indígenas y campesina acaban de reiterar en Oaxaca: fin de la militarización, cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés y libertad de los presos políticos. Si el Estado prefiere la verborrea de lasposposiciones, quiere decir que le apuesta a seguir la guerra.

Promesas, promesas. De lengua los gobiernos se han comido un plato, pero el reconocimiento a los derechos de los pueblos indígenas, la incorporación de sus lenguas y sus culturas a la Nación y las leyes, y la solución de sus demandas de vida digna, justicia, respeto y paz siguen pendientes.

Hoy que al país lo gobiernan ya no los caciques ni los doctores sino los patrones, ¿qué garantiza a los indios que serán escuchados y respetados? ¿O con cuántas toneladas de papilla esperan los foxistas llenar las bocas de los indígenas a ver si así se callan? Apaleados, torturados, venadeados, perseguidos, desplazados, en la nómina de los pueblos indígenas aparecen los principales y más numerosos presos políticos del país.

En Oaxaca, Guerrero, Puebla, Veracruz y Chiapas, las organizaciones independientes tienen aún mucha gente suya tras las rejas por razones políticas.

El régimen priísta sembró los campos de muertos, sobre todo en sus últimos años. Las heridas siguen abiertas. En regiones enteras, infestadas de paramilitares, guardias blancas y autoridades venales, priva un estado de excepción (no sólo en Chiapas), bajo la ocupación del Ejército y el asedio de las corporaciones policiacas.

Siendo nuestra reserva de humanidad humana, lo mejor del país, los pueblos indios permanecen en el último escalón de la sociedad, como ciudadanos de segunda a los que se cree que basta rociarles de vez en cuando una ayudita, y tengan a'i para su maiz.

No les pueden venir con cuentos. La patraña ya fue. Tocando a las puertas de los poderes terrenales y celestiales, los indios hablan alto y pisan recio. Los nuevos gobernantes saben que un mundo los vigila. Un mundo al tanto de que en México hay indios, muchos, que viven en malas condiciones materiales pero poseen el lenguaje más fuerte y verosímil en el país de las burbujas y las aspirinas económicas.

No sólo en Niza se cuecen habas. El neoliberalismo no va solo, también hay gente y mundo y resistencia cabal. La autoridad moral de los pueblos pone a prueba la eficacia democrática de los "hombres fuertes" del nuevo régimen.

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FE DE ERRORES

Mediante estas breves líneas queremos pedir disculpas a la comunidad de San Pedro Atlapulco y en particular a Mario Flores Juárez, Comisariado de Bienes Comunales, y a Juan Dionicio, representante de la comunidad ante el Congreso Nacional Indígena, por dos imprecisiones cometidas por nuestro equipo editorial en el texto "El Gran Mirador", aparecido en nuestro número 43, noviembre, en las páginas 6 y 7. Traspapelamos el nombre de uno de los entrevistados, Juan Dionicio y le pusimos Juan Nepomuceno. Después sostuvimos sin fundamento que el Parque Insurgente Miguel Hidalgo, era el Parque Nacional Desierto de los Leones. Ambas afirmaciones son incorrectas y podrían crear confusiones que a quienes más afectan son a los directos interesados: la comunidad y los entrevistados. Por eso, valga la aclaración. 


Fraternalmente
Ojarasca

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