LUNES 11 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť José Cueli Ť
Amarga tarde de quejas
Era ya la tarde y estaban las nubes perfiladas de rayos de sol, cuando los cabales dormíamos arrullados por la más clara de las cervezas, en el misterio de la hora dorada, llena del agrio aroma del humor de los puros corrientes, que nos enlazaba a otra tardes, otros tiempos, en que los toreros pasaban su planta sobre la arena.
ƑAl lado de aquellos toreros, qué hacen estos toreritos tarde a tarde, en la Plaza México para ser gratos a la afición? Los ojos buscando respuesta se hundían en la nada de la tarde que moría coloreada por los últimos rayos bermejos de sol. Los novillos artríticos mal caminaban con pausados giros y el andar cancino de los matadores. Todos deletreaban sabrosona modorra. Qué le vamos hacer.
Los toreros -Mejía, Pizarro y Rivera Ordóñez- incapaces de descifrar el rompecabezas que les planteaban los inocentes y débiles toritos de Marco Garfias, cumplían su destino mansamente al ritmo de los bureles, lejos, muy lejos de hacerla, tan lejos como estaban de los pitones, lo mismo toreando con el pico, que fuera de cacho, en la enésima versión del derechazo desligado en una plaza vacía.
Y los buenos toreritos sentían en su alma que les entraba el demonio del fracaso, muy claro, tan clarito, como se oía en los tendidos šsalud! Y apretando el baile frente a los becerrones de Garfias hacían que hacían.
Nadie sabía quién había plantado a los torerillos sobre el ruedo, corriéndoles la lengua o extasiándolos como embebecidos en un soliloquio inacabable con los toritos. Primero elevándose con serenidad de lámparas votivas bajo el cielo azul y luego terminar aletargados por la tortura de un afán que no podía tener alivio por falta de recursos, valor y lo más lamentable, ganas de ser.
Aire torero ledo, propicio para dormir -una vez más- a los cabales, que es el modo de inducirles lentamente a que se ahíten de la ruindad del ser. Menos mal que el acento torero de Enrique Ponce y El Zotoluco no se ha apagado y la polémica sigue.