LUNES 11 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Refrenda su calidad en el Claustro de Sor Juana
El Kronos Quartet convirtió en oasis dos noches citadinas
Ť En las cuerdas del grupo sonaron obras de Peteris Vaks, Philip Glass, Steve Reich, Terry Riley y Aleksandra Vrebalov
Pablo Espinosa Ť De dos noches con el Kronos Quartet en vivo quedan, entre otras iluminaciones, el sonido en movimiento perpetuo de cuarto artefactos de madera con cuerdas de vientre de sirena resonando en el cerebro, un aroma exquisito de exóticas reverberancias y el elán de un vientecito tibio soplando las mejillas y que escapa, imperceptible para quienes no quieran escuchar con el sentido de la vista incluido en las entendederas, desde las bocinas donde se amplifican los prodigios que nacen de esos instrumentos de madera vieja, agrandados merced a pastillitas de materiales de high tech que les conectan y les desconectan al inicio y al término de todas y cada una de las 18 partituras que, en el transcurso de 48 horas, hicieron sonar durante dos sesiones imborrables en el patio del Claustro de Sor Juana, en el Centro Histórico de la ciudad de México.
Entre las novedades que trajo en su reciente visita este cuarteto de cuerdas, refrendado al mismo tiempo como un símil de The Rolling Stones en el terreno de la música de concierto, es la presencia de una nueva integrante, la violo nchelista Jennifer Culp, quien sustituyó hace un año a la rubia Joan Jeanrenaud, fundadora hace 27 años de este trabuco camerístico y quien decidió recuperar su vida personal, agotada por el ritmo frenético de giras y grabaciones que mantiene el Kronos Quartet sin tregua ni respiro.
La compenetración, el trabajo de equipo y la renovación de sonido que trae Jennifer Culp al Kronos fue evidente en su par de presentaciones, con programas diferentes, en México. Sus arcadas, precisión, sonido vigoroso y maleabilidad colorística renueva, refuerza, revitaliza el trabajo de conjunto. También resultó transparente el refrendamiento de la calidad estratégica del violista Hank Dutt, al punto que difícilmente podría imaginarse una suplantación de ese puesto sin menoscabo de identidad sónica en el Kronos. La finura, la sutileza, los ahondamiento de atmósferas y los subrayamientos peculiares de la viola de Dutt son únicos en el planeta. Buena parte de la personalidad Kronos está en su instrumento. Siguiendo el símil con Sus Satanísimas Majestades, un cambio de viola en el Kronos sería como sustituir a Keith Richards. John Sherba, segundo violín, vendría a ser el Charlie Watts del grupo.
Sin duda, el arco-testa batuta de David Harrington, violinista principal y artífice krónico, es la piedra de toque de este proyecto fascinante cuyos seguidores se cuentan por millares en el mundo, algunos de los cuales calentaron el aire helado de dos noches mexicanas con la euforia de una música que resultaría increíble de no ser porque estaba sonando frente a nuestros ojos. Escuchar el violonchelo de Jennifer Culp soplar como si de un fagot se tratase, ver reptar la viola de Hank Dutt, observar el vuelo impávido del violín de Sherba, observar no sin pasmo los sonidos camaleónicos que rugían desde la madera con cuerdas y arco de Harrington, era privilegio de dioses, delicia de mortales.
En sus dos programas, el Kronos incluyó, como una cortesía diplomática, La muerte chiquita, título de una de las rolas del grupo mexicano Café Tacuba, cuya insistencia (tres veces la tocaron en dos noches) hizo más notorias su distancia con los altos vuelos técnicos de las otras partituras del repertorio del Kronos: el Cuarteto Número 4, de Peteris Vaks, con el que concluyó la última sesión la noche del sábado, por ejemplo. Alcances estéticos comparables con el mismísimo Bela Bartok, furia sonora equivalente a la de Shostakovich, profundidad emocional similar a la conseguida por Gorecki, son algunos de los valores de la obra de Peteris Vaks, una de las más recientes escritas ex profeso para el Kronos Quartet.
Obras de Philip Glass (cinco movimientos de la banda sonora del filme Drácula), Steve Reich (su Triple Cuarteto y su alucinante Different Trains, prácticamente una ópera), el maestro Terry Riley, así como la emblemática Pannonia Boundles, de la yugoslava Aleksandra Vrebalov y el ahora tarantinesco Misirlou Twist constituyeron los andamios invisibles del aire durante dos noches de oasis y calidad artística de proporciones monumentales.
Loor a sus Alivianadísimas Majestades, Kronos Quartet.