LUNES 11 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Elba Esther Gordillo Ť
Aprender en la democracia
Si bien es cierto que los mexicanos elegimos el cambio del sistema político para iniciar el nuevo milenio, también lo es que apenas empezamos a descifrar cómo se traduce ese cambio en la realización de nuestras expectativas, en la solución de nuestros problemas, en la definición de lo que habremos de hacer en el futuro... en fin, en todo aquello que convertimos en razón para escoger una oferta.
Habrá quienes argumenten que no basta con que otro partido llegue a la Presidencia para que las cosas cambien; otros dirán que debemos concederle tiempo al nuevo gobierno para percibir la diferencia, pero habrá otros, quizá la inmensa mayoría, que estén convencidos de que el cambio será inmediato y que podrán convertir su voto en beneficios concretos en muy corto tiempo.
Las expectativas que se generaron durante las campañas y, más aún, lo que sucedió después y que tuvo su punto culminante el 1o. de diciembre, cuando Vicente Fox decidió inaugurar su gobierno, y más que eso, la nueva era política que pretende encabezar rompiendo con los símbolos de una época vigente por más de 70 años, sólo podrá realizarse con una política a fondo.
Paradójicamente, más que el fin de camino, el tránsito entre la ilusión desbordada y la realidad a secas será el punto en que los mexicanos empezaremos a aprender acerca de la democracia, sus límites, de las prevenciones que debemos imponerle para no caer ni en la apatía ni en el desánimo, y será también el primer reto de la gobernabilidad que habrá de sustentar al nuevo régimen.
Hay historiadores que afirman que la verdadera razón que impulsó a Díaz a renunciar a la Presidencia en momentos en que la fuerza del gobierno, militarmente hablando, se mantenía vigente, fue que leyó muy claramente que las enormes expectativas que Madero despertó en la sociedad de inicios de siglo muy difícilmente podrían cumplirse, no sin antes pagar el alto costo de convertir la ilusión de la oferta política en hechos de gobierno posibles a partir de las enormes carencias y desigualdades existentes.
Sin embargo, el actual punto de inflexión constituye también una gran oportunidad para que la política adquiera su verdadera dimensión, y los partidos políticos desplieguen toda su experiencia y creatividad, aprovechando el mismo andamiaje que los mexicanos construimos.
Es poco probable que los habitantes del Distrito Federal hayan escogido al PRD para enfrentarlo con el PAN y que ello se traduzca en el incremento de sus problemas, como tampoco es creíble que los electores depositaran su confianza en Fox para enfrentarlo con un Congreso perfectamente equilibrado, o que los chiapanecos esperen que los resultados de las elecciones federales y estatales se conviertan en nuevos pretextos para mantener el clima de zozobra.
Si las diferencias entre los partidos políticos de verdad existen, si cada partido dispone de importantes trozos de poder pero ninguno acapara el todo, es evidente que tenemos todos los elementos para el comienzo de una muy relevante etapa de la vida nacional.
Su reto consiste en probar, con hechos y en los hechos, las diferencias; que esos hechos se traduzcan en ventajas demostrables para los ciudadanos, más allá de la mercadotecnia política, y que comprendan que, por encima de sus percepciones políticas o de la red de intereses que hay en su interior, la política ya cambió, para bien o para mal, y que lo hizo para no volver atrás.