ANTESALA
Otra de revistas. Si
sus mercedes, o séase usted y usted, lector y lectora fieles a toda
prueba que han superado leyendo esta columna vagarosa y más bien
iconoclasta (con todo y lo esnob que esta iconoclastia conlleva); si vuestras
mercedes, decía, me concedieron el beneficio de la duda a favor
de que escribiría mejor, o al menos bien, mi columna del domingo
anterior, habrán caído en la cuenta de que el tema fueron
las revistas. En este número aquí su tecleador continúa
con el mencionado tema puesto que acaba de caer en sus manos otra más
de las numerosas Nuevas épocas que ha sufrido la revista
Los
Universitarios. Ora sí que me quedé speechless,
como dicen los gringos; sin habla, que decimos nosotros; sin aliento, como
dijo Godard. El lujo de la susodicha es asiático, comparado, claro,
con su costo al público: diez blindados y a prueba de Serras Puches,
Giles Díaz y errores de diciembre. Nacho Solares, coordinador de
la Difusión Cultural de la unam y sin duda silencioso preceptor
de la revista sabe muy bien, y lo demuestra así, lo que es subvencionar
a la cultura. Los Universitarios es impecable por donde quiera que
se vea. El diseño de Daniela Rocha tiene el formato consistente
e impecable de un libro de arte, o de mesa de café. El contenido
del número dos, que es el único que conozco es de gran
calidad, por lo que respecta al poema reciente de Hugo Gutiérrez
Vega, "Un poeta en la sombra", doblemente extraordinario: por la factura
impecable del tono y el ritmo, la cual resalta por el gran formato y el
aire entre los versos, que llenan dos hermosas páginas; y por la
sabiduría que entraña la redonda mirada de un poeta en ese
punto de madurez en que la poesía ya no sólo es rigor autocrítico
sino también generosidad y nostalgia: "(
) Miraba el halo de las
cosas / mucho más que las cosas, / la vibración lumínica
/ más que el sol iracundo, / la emoción sin sentido / mejor
que la certeza / y el momento preciso / en que el día ya no es día
/ y la noche aún no es noche. (
)" También podemos quedar
hechizados por las magníficas fotografías de Gabriel Figueroa:
paisajes seudolunares; soledades de montes, de nubes, de lagos espejeantes
y exactos; escapes y puntos de fuga entre lava congelada y cilindros de
vestigios inteligentes; Terra espectra, le llama Gabriel a estos
rostros sorprendentes de un México cósmico de inhóspita
y esdrújula belleza. Por diez blindados, o chance y gratis si usted
se pone aguzado, bien vale la pena lanzarse a conseguir Los Universitarios
donde sea. Como dijo Nike mientras explotaba mano de obra, infantil y no
tanto, en Filipinas e Indonesia: Just do it.
Víctor Manuel Mendiola, o el Beso del Diablo. Y llevado
por el repaso de revistas, me encuentro con que la revista Equis
correspondiente a diciembre saca un número especial dedicado a "Un
siglo de cultura". La idea parece excelente si no fuera porque se les ocurrió,
en mala hora, abrir el número con un artículo del aún
presidente del pen Club México (el cual no ha visto un solo acto
digno de mencionarse), editor (para cobrar las ediciones es que sirve el
membrete del pen, entre otras cosas o no, quizás ninguna otra cosa
más), poeta (no comments) y ensayista, but of course,
Víctor Manuel Mendiola. "Poeta armado, poesía desarmada"
es el compendio que se le ocurrió al susodicho para celebrar un
siglo de poesía en México. La tesis es la siguiente: poetas,
lo que se dice poetas, sólo los Contemporáneos (así,
en paquete) y su culminación y remate, Octavio Paz. Desaparecido
Paz, la poesía mexicana es un simple corpus amorfo, perdida en sus
propias vacilaciones. Ya no hay poetas, pues. Solamente Guillermo Sheridan,
que ya sabemos que es capaz de decir cualquier cosa con tal de hacer un
chiste para escandalizarnos, podría aventurar esta afirmación
y quedarse tan orondo. A Sheridan se lo perdonamos porque, además
de poseer una brillante inteligencia que por lo general ejercita pensando
en cómo hacer el mal, sabemos que su alter ego es Jack Nicholson
en la película Mejor, imposible. Es decir, allá, muy
en el fondo, en lo más profundo, cerca del abismo sin fondo, hay
un alma buena quizás. Mendiola en cambio no es malo, ni siquiera
eso; simplemente es torpe. Y, también, le encantaría hacer
desaparecer a sus contemporáneos y a las subsiguientes generaciones
de poetas. Menciona a Jaime Sabines al principio del escrito y no lo vuelve
a nombrar. Hace un extraño elogio, que de pronto se convierte en
vituperio, de Marco Antonio Montes de Oca, José Carlos Becerra y
sí, aunque usted no lo crea Homero Aridjis. ¿Qué
tienen en común estos poetas? Alejar a la poesía "de una
de sus principales fuentes de poder: la originalidad y la exactitud de
los Contemporáneos". Eso sí, selecciona a un pequeño
grupo de poetas en los que "podemos observar una reacción al vago
tono sinuoso dominante"; no quisiera apenarlos volviendo a repetir aquí
sus nombres, con un beso del diablo es más que suficiente. En efecto,
ella y ellos son buenos, algunos excelentes poetas pero no son los únicos,
como quisiera insinuarnos Mendiola, quien por sabido se calla encabeza
el grupo. Quizá sí son los únicos que todavía
lo saludan, o como mejor diría Eduardo Hurtado una noche en el restorán
El Garufa, cuando Mendiola pasó al lado nuestro sin saludar. Hurtado
le gritó: ""¡Víctor Manuel Mendiola, saluda a los pocos
amigos que te quedan!" Y eso fue hace ocho años. ¿Recuerda
usted cuando ser visto en compañía o por los rumbos de Luis
Echeverría era como recibir el Beso del Diablo? Bueno, pues evítese
la molestia de quedar marcado por el hierro ardiente de un halago del multicitado.
Cambio y fuera.
CarlosGarcía-Tort
|
LAS
GLORIAS DE SAN GORDIANO (IV)
Así como tuvo, tiene
y tendrá poetas merecedores de flores naturales y oradores que enaltecen
al verbo de la juventud, San Gordiano tiene también poetas populares
que, por razones de caridad y de amor al pueblo bajo, conviene tolerar
y en algunos casos, muy contados por supuesto, estimular a través
de prudentes festejos que, a la postre, los pondrán en su insignificante
sitio y no les permitirán la entrada al parnaso.
Uno de esos poetas del vulgo ignaro que algunas veces tuvo cierta gruesa
chispa, fue Celestino Gómez. Nacido en San Gordiano, abandonó
muy pronto la "amiga" de las señoritas Pitaluga y Rosado para dedicarse
a la carga de bultos en el mercado, a la inmoderada ingestión del
plebeyo pulque y a la versificación de sus experiencias vitales,
bastante vulgares por cierto. Terco como un jumento, consiguió ser
nombrado orador en los actos celebratorios del aniversario de la Independencia.
Para impresionar al auditorio, el pintoresco tribuno pronunció su
discurso en verso. Le habían prestado traje y corbata y ese día
dejó de beber, tomó un baño y se arregló un
poco la pelambre hirsuta y la barba escasa. A la mitad de su rimada perorata,
sus compañeros de pulquería empezaron a abuchearlo y a lanzarle
hirientes pullas. Una parte del público se unió a los reventadores
y Celestino, disgustadísimo, produjo su mejor improvisación.
Pido disculpas a mis finos lectores por citar textualmente al grosero orador.
Lo hago para ser fiel a la verdad histórica y para dejar constancia
de lo peligroso que es permitir a los improvisados miembros de las clases
humildes que participen en actos sólo propios de espíritus
exquisitos, de personas cultivadas y de gentes decentes y de familias conocidas.
Así contestó a los silbadores el impresentable Celestino:
se arrancó la corbata, se abrió la camisa y, dirigiéndose
al núcleo más fuerte de sus burlones críticos, les
dedicó estos versitos de rima forzada, pero de efecto contundente:
"Y si a alguno no le cuadre mi patriótica elocuencia, que vaya y
chingue a su madre y arriba la Independencia." Ante tamaña injuria,
al principio todos nos quedamos callados, pero, apenas se superó
la estupefacción, las personas decentes reaccionaron y dieron una
paliza regular al zafio defensor de una independencia que, justo es reconocerlo,
fue también bastante zafia, pues quitado el cura que era nada más
de medio pelo, Allende, Aldama, el Corregidor y la Corregidora que eran
militares los unos y funcionarios importantes los otros (el cura levantado
en armas en el sur era, como bien se sabe, medio mulato. Usaba paliacate
para aplacar su pelo crespo), el resto eran chusma indocta y resentida.
Si Iturbide, que tan bien se veía con la corona, el manto y el cetro
de emperador, hubiera ganado, otro gallo nos cantaría a las gentes
decentes, pero ganó otro cuarterón, el tal Guerrero que,
para mayor escándalo, era masonazo, y el peladaje se apoderó
de la situación. Vino después don Valentín, que tenía
cara de gente decente, pero se portaba como un feroz chinacón. Santa
Anna intentó, sin lograrlo, adecentar las cosas y para eso se dio
un título muy respetable y, en varias fiestas, se puso su capa de
armiño y se coronó de laureles inmortales. No nos gustaba
mucho, pero era mejor que los yorquinos o los escoceses que luchaban para
capturar el poder. Vino después Juárez con sus demagogias
y su clara influencia liberal masónica (recuerden que el día
de su muerte en el destartalado Palacio Nacional, el santo obispo de León,
a la hora del pater noster, vio caer un alma a los infiernos. Mis
sutiles lectores ya sabrán de quien se trataba). Apoyado por los
masones
yanquis, Juárez derrotó a Miramón, nuestro joven Macabeo
y, después de armar a sus corrientes soldados con fusiles de repetición,
liquidó nuestro sueño de un gobierno presentable y derrotó
a ese emperador tan aparente que nos mandaron las dinastías de la
Europa. Es claro que no nos gustaba mucho, pues era medio liberalón
y se decía que cuando fue gobernador del Lombardo-Véneto,
ingresó a la peligrosa secta carbonaria. Además, su vida
privada era todo menos edificante y se rumoraba que padecía una
enfermedad venérea que le contagió una mulatona en Salvador
de Bahía de todos los Santos, ciudad que visitó cuando era
almirante de la flota austrohúngara, invitado por su primo, el culto
pero pusilánime emperador Pedro II. No se le hizo a Napoleón
Tercero organizar sus dos imperios latinos en América: Maximiliano
en México y Pedro II en Brasil (ambos tenían embajadores
en Montgomery, acreditados ante Jefferson Davis, presidente de la Confederación).
Los primos se querían bien y, siendo aficionados a la botánica,
la agricultura y la hidráulica, intercambiaron experiencias y plantas.
En el Palacio Imperial de Petrópolis, cercano a Río, hay
una buena cantidad de árboles y arbustos de origen mexicano enviados
como regalo de Maximiliano a su eminente primo a quien dedicó, además,
un libro que publicó en Italia, en el cual se recoge su experiencia
de viajero ilustrado por tierras de Bahía (nada dice de la purgación
crónica que le pegaron y que lo retiró del lecho conyugal
para beneficio de doña Carlota y perjuicio de la India Bonita y
de otras folclóricas que compartieron ardores con el contagioso,
güero, prógnata y lucidor monarca).
Los de San Gordiano no sólo sabemos historia regional sino que
también incursionamos en los grandes episodios nacionales, como
los llamaba don Victoriano Salado Álvarez, sanamente influenciado
por el sospechoso don Benito Pérez Galdós.
Acabadas las veleidades democráticas del indio zapoteca que fue
rescatado de la jungla por un sacerdote de la Santa Iglesia (su protegido
le salió bravo, pues se dedicó al robo de los bienes de la
Santa Madre que tolera muchas cosas, pero se pone furiosa cuando le quitan
sus posesiones materiales), don Porfirio nuevamente intentó adecentarnos.
Se decía que, gracias a doña Carmelita, se había blanqueado
y, aunque seguía siendo liberal, estableció un modus vivendi
con la única iglesia verdadera (así lo acaba de declarar
El Vaticano siempre atinado y oportuno. Quien lo dude, dudará de
la visita diaria de la paloma del espíritu santo a las oficinas
de la burocracia eclesiástica) y se rodeó de Limantures,
Mariscales, Sierras (don Justo no le salió tan bueno porque le refundó
esa cuna de masones y de alborotadores que es la Universidad) y otros miembros
de las buenas familias. Lo que vino después no merece comentario,
pues triunfó el peladaje chinaco y entronizó persecuciones
(ya hablaremos más tarde de la guerra santa) corruptelas y zafiedades.
Ahora, a punto de regresar al poder, nos da desconfianza el populismo del
Sr. Fox y su cacareado pragmatismo que lo inclinará a olvidarse
de batallas fundamentales contra aborteras y abortistas, degenerados, pornógrafos,
encondonados, minifáldicas, despechugadas y artistas sucios y pervertidores.
Dios dirá, pero los buenos gordianenses no cejaremos en nuestra
lucha a favor de la decencia y de las buenas costumbres.
Hugo
Gutiérrez Vega
|