DOMINGO 10 DE DICIEMBRE DE 2000
Jornaleros
Viaje a la sobrevivencia
Cada año, más de tres millones de
mexicanos abandonan sus tierras para ir a los campos
agrícolas. Alrededor de 200 mil llegan a los fértiles
valles de Sinaloa, luego de dejar atrás sus pueblos
abandonados. En los campos están los daños a la salud
por los agroquímicos, el hacinamiento, las duras jornadas, el
trabajo infantil, pero también el empleo que en sus lugares de
origen no existe. En ocasiones, el viaje termina en tragedia, como
sucedió con los 19 jornaleros mixtecos que murieron hace dos
semanas en Jalisco, luego de que el autobús en que viajaban
cayó desde un puente. No es algo nuevo: las pésimas
condiciones del transporte de jornaleros han costado cientos de vidas
en los últimos años.
Masiosare
acompañó a un grupo de jornaleros de San Miguel El
Grande, en la sierra Mixteca Baja, Guerrero, hasta el Campo Pagador,
en el Valle de Culiacán, Sinaloa.
Esta es la crónica
de un viaje a la sobrevivencia
Tania MOLINA RAMIREZ * Fotos: Silvia
CALATAYUD
Tras 27 horas de viaje, Marco Antonio Méndez, el único chofer, decide: "A dormir tres horas". Se acomoda en un asiento a descansar. Entonces, el bebé de Petra Mateo comienza a llorar. A juzgar por los ronquidos, Marco Antonio sólo duerme dos horas. El viaje de la Mixteca oaxaqueña al Valle de Culiacán tendrá una duración de 40 horas, con un solo chofer y 54 pasajeros, incluyendo unos 15 niños.
Pese a todo, los habitantes de San Miguel El Grande llegan sanos y salvos a su destino. No todos tienen la misma suerte. El pasado domingo 26 de noviembre, un autobús de Transportes Turísticos Juxtlahuaca, con destino al Valle de San Quintín, en Baja California, cayó de un puente en Tlaquepaque, Jalisco. Murieron 19 pasajeros -seis de ellos niños- y uno de los choferes.
No era la primera vez que el viaje a la sobrevivencia terminaba en la muerte. Es práctica común que los transportistas contratados por los agricultores de Sinaloa o Baja California sobrepasen el cupo de sus unidades, porque están obligados a llevar al menos 40 trabajadores -mayores de 14 años- en cada viaje. También, como en el caso del viaje en que Masiosare acompañó a los jornaleros de San Miguel El Grande, que se busque ahorrar con un solo chofer para un viaje de 40 horas o más.
No era, sin embargo, el caso del autobús accidentado en Tlaquepaque, que pertenecía a una de las seis "líneas turísticas" de la Mixteca (cada una tiene alrededor de tres unidades).
El accidente ocurrió minutos después de que el segundo chofer había tomado el volante.
Marco Antonio Méndez, en cambio, maneja solo. "Fumo y oigo música para mantenerme despierto", presume.
En las cercanías de Tepic, después de dormitar tres horas, Marco se levanta cuando uno de los viajeros enciende una casetera a todo volumen. Una canción popular mixteca suena para despertarlo. El viaje a la sobrevivencia continúa.
*El transporte de la muerte
En los campos de Baja California todavía se recuerda a los 23 jornaleros muertos hace 12 años, cuando volcó un camión de redilas. A raíz de accidentes como ese, las autoridades exigieron a las empresas agrícolas la compra de autobuses, para dejar de trasladar a sus trabajadores en ese tipo de camiones. Los campos se poblaron de autobuses amarillos, antes usados en las escuelas de Estados Unidos. Pero la muerte no paró.
El 21 de julio del año pasado fallecieron 11 jornaleros y 37 resultaron heridos, cuando volvían de un campo de la empresa Rancho Saucedo. El dictamen: falta de preparación del conductor y malas condiciones mecánicas del vehículo.
Entre 1994 y 1999, según reportes de prensa, se registraron al menos tres accidentes más en el Valle de San Quintín a causa del exceso de velocidad.
Según las autoridades de Sinaloa, más de 80% de los vehículos para jornaleros no está en buenas condiciones.
Los consecuencias han dejado huella en notas sueltas de los diarios.
En octubre de 1991, también en San Quintín, unos 80 jornaleros resultaron heridos al volcar un camión de redilas.
En el otro extremo del país, el pasado 12 de enero, una persona murió y 44 resultaron heridas al desbarrancarse un camión con jornaleros guatemaltecos que iban a una finca cafetalera.
*Tierra abandonada
Primer día. 4:00 horas. San Miguel El Grande, sierra Mixteca Baja. Dos terceras partes de los habitantes del pueblo, unas 30 familias, abandonan en sus casas molinos de mano, envases de refrescos, algún carrito de plástico en el piso de tierra y los fogones apagados. Para mediados de noviembre sólo quedan en el pueblo algunos viejos y los que tienen cargo.
La mitad del año, Tilapa y San Miguel son pueblos fantasma: de noviembre a mayo la mayoría de las 230 familias viven en los campos sinaloenses.
No les queda de otra: aquí cada familia posee una o dos hectáreas de temporal, donde siembra maíz, frijol, y un poco de calabaza y plátano.
"No alcanza, hay que comprar maíz en la tienda (Diconsa)".
Por eso, como cada año, ellos responden al llamado del patrón, Enrique López Podesta. Los pueblos de Tilapa y San Miguel se van a trabajar en las hortalizas.
El movimiento comienza cuando Timoteo Muñoz, de oficio "enganchador" -es decir, encargado de contratar y llevar gente a trabajar a los campos agrícolas-, pasa a las casas a avisar que la salida será a las cuatro y media de la mañana.
Aún no sale el sol y hace frío cuando las mujeres cargan sus criaturas, las niñas mayores a sus hermanitos; los hombres y niños llevan los costales y las mochilas. Las familias bajan del monte y llegan al camino, a esperar que "los carros" pasen por ellos.
En la sierra Mixteca, siguiendo un camino de terracería que parte de Juxtlahuaca, hay dos poblados: Santiago Tilapa y Rancho Pastor, separados por una línea imaginaria de la comunidad guerrerense San Miguel El Grande.
"Aquí no cuentan (los límites entre estados), andamos revueltos", dice Agustín García, el enganchador de Tilapa.
San Miguel tiene razones para preferir "andar revuelto" con su vecino oaxaqueño: las poblaciones con servicios -hospital, secundaria- están en Oaxaca. Además, a diferencia de su vecino Tilapa, San Miguel no tiene agua potable, ni tienda Diconsa.
5:30. Dos camionetas de redilas arrancan hacia Tecomaztlahuaca. La más grande, de tres toneladas y media, lleva unas 40 personas, sin contar los menores de cinco años.
En la cabina de la camioneta se escucha un corrido del Grupo Acción: "Nació en Oaxaca, muy pegadito a la sierra (...) en Sinaloa lo vieron crecer (...) hoy se encuentra con los gringos...".
La sierra Mixteca es una de las regiones con más alta migración del país. Tan sólo del distrito de Juxtlahuaca, Oaxaca, emigran, cada temporada, unos 7 mil jornaleros, según David Sánchez, director del Programa con Jornaleros Agrícolas de la Sedeso en la zona.
Hasta hace unos 20 años, los habitantes de los poblados aledaños a Juxtlahuaca se iban en tren al corte de caña en Veracruz y a la cosecha de hortalizas en el noroeste. Algunos cruzaban la frontera en busca de un mejor salario. Fruto de estos viajes y del Programa Bracero, los mixtecos tejieron lazos en ambos lados del río Bravo.
Hoy, la mayoría de los pueblos cercanos a la cabecera distrital emigran a Estados Unidos. En cambio, las comunidades más alejadas de la cabecera distrital, las más marginadas, son las que emigran a los campos del noroeste.
Aunque no les falten ganas de ir más lejos: "Aquí no van para el otro lado porque no hay dinero; cuesta unos cinco, seis mil pesos cruzar", dice Agustín García.
9:30. Tecomaztlahuaca. Todos los pasajeros llegan cubiertos de polvo que sólo deja ver los ojos. La espera será larga, porque las camionetas deben regresar por más pasajeros a San Miguel.
La temporada pasada, el Programa con Jornaleros registró la salida de unos 28 autobuses -con unas 50 personas cada uno- de Tecomaztlahuaca.
Los hombres, mujeres y niños se acomodan en el suelo. Se recargan en los costales con sus pertenencias a esperar el largo viaje a Sinaloa, una de las cinco primeras entidades en atracción de mano de obra y el primer destino migratorio de los mixtecos.
Los jornaleros dejarán atrás sus pueblos para recorrer mil 700 kilómetros. La mayoría volverá al cabo de seis meses, cuando termine la cosecha.
*Antes de partir
18:00. "Apúnteme en la lista, no quiero quedar", suplica un muchacho de unos 16 años. Alrededor de Timoteo Muñoz se interrumpen unos a otros los hombres de San Miguel. Timoteo sostiene unas hojas con listas, hace cuentas y frunce el ceño. No toda la gente cabe en los tres autobuses. Todos los hombres piden asientos para sus familias. Al cabo de un rato algunos se resignan a esperar los autobuses del día siguiente.
Media hora después, decenas de adultos -mayores de 14 años- y alrededor de 15 niños y bebés, sin chistar, se amontonan en los asientos y pasillos de los vehículos.
"ƑQuién es el encargado?", pregunta Marco Antonio Méndez, el chofer. Antonio López, tímido, alza la mano. Y Marco se dirige a él: "No voy a llegar al campo a que no me quieran pagar... tengo que llevar 40 adultos; a ver, cuéntale, aquí no son 40... Te voy a ayudar a contar..."
Marco recorre el pasillo y, en tono burlón, va contando con voz pausada: "Uuno... dooos... treeees... Ahí van dos niños juntos... pueden ir en el pasillo acostados".
La gente se reacomoda. Unos tres hombres y varios niños quedan de pie en el pasillo. En cada asiento viajarán dos adultos; en algunos, con dos o tres niños pequeños.
18:30. "Vámonos de fiesta", exclama el chofer, y arranca al ritmo de la Banda El Recodo: "šSoy del mero Sinaloa, donde se rompen las olas..."
Cada año, la empresa agrícola Santa Teresa contrata unos 20 autobuses de Viajes Pulido Pardo de Guadalajara durante noviembre y diciembre para traer a trabajadores de Oaxaca, Guerrero y, recientemente, de Veracruz.
Marco -de 33 años, propietario de camiones y chofer de toda la vida- tiene más de tres lustros de hacer los viajes. Esa experiencia le ha enseñado algo: "Con los éstos (los jornaleros) es otra cultura: hay días que huelen muy mal, se hacen del baño, se quitan los zapatos, pero yo los trato igual".
Con todo, los aprecia: "ƑNunca ha visto cómo viaja la gente de Puebla que va a la caña en Veracruz? Este viaje es limpio".
*El viaje
Día 2. 5:15 horas. México, DF. Gabino Felipe, de cuatro años, mira fijamente la avenida y bosteza. Dos veces al año, su familia -padre, madre, cinco hijos- cruza la ciudad de México, con sus calles enormes y su río de vehículos de todo tipo.
Un tráiler rebasa al autobús, y Gabino, entre serio y emocionado, lo sigue con la vista.
Como Gabino, cada año viajan a los campos de Sinaloa miles de niños con sus familias. Unos 17 mil trabajan como jornaleros, según autoridades federales del trabajo.
Petra Mateo, la madre de Gabino, va sentada atrás del chofer; medio dormida, acomoda a su bebé para darle pecho. El padre de Gabino, Eduardo Felipe, va parado en el pasillo, dormido. En el piso, delante de él, hay un cuerpo hecho bolita cubierto por una toalla.
Es la hija mayor, Rosa, de 14 años, quien cubre con su cuerpo a su hermana de unos dos años. Al lado de ellas va Julia, de unos tres años, quien lloriquea, por su ojo infectado.
Rosa ya lleva, contra la ley, un par de ciclos agrícolas limpiando y pizcando jitomate. Ella es parte del más de un millón de niños mexicanos que, según el consultor de Unicef, Francisco Javier Matos Mota, trabajan como jornaleros (como en las empresas de la familia de Vicente Fox, por ejemplo).
De ese millón de niños, "sólo una pequeña fracción" va a la escuela, según la Secretaría de Educación Pública. Los gobiernos federal y estatales han puesto en marcha diversos programas para que los niños no trabajen. Pero los resultados han sido magros. En Sinaloa, en el ciclo escolar 1997-1998, 5 mil 43 niños jornaleros asistieron a clases, de estos, 3 mil 38 presentaron exámenes. Sólo 109 pasaron de año.
Lo más probable es que Rosa tampoco estudie este año.
Su familia la necesita en el campo: "En Culiacán está barato, a 40, 45 la paga, quiere de los niños, quiere de todos", dice Juana, de Tilapa.
9:50. Pénjamo, Guanajuato. "Parada para ir al baño, cinco minutos", dice el chofer.
Todos bajan del camión, pero en vez de dirigirse a los baños del paradero van al campo de al lado. Ahí se ponen en cuclillas, como acostumbran en San Miguel. Sólo dos o tres van a los sanitarios. A donde sí van es a la tiendita, para comprar frituras y Coca Colas.
Petra Mateo se queda en el camión, a cambiar a su bebé, víctima de una terrible rozadura: es la primera vez que usa pañales desechables.
17:20. Tequila, Jalisco. La segunda parada es en Mario's Campestre. El patrón sinaloense envía mil 800 pesos por autobús para la comida. A cada trabajador le debían tocar 50 pesos para todo el viaje. Las cuentas no salen. Antonio López reparte 40 pesos por adulto.
En la primera parada, la comida corrida costó 30 pesos. Cada familia compartió una o dos comidas. Ahora hacen lo mismo: una orden de pollo es para seis o siete. Con algo deben completar: "Los del camión que se acaba de ir se comieron 25 kilos de tortilla", dice Mario, el dueño del restaurante, quien desde 1987 da servicio a los autobuses de jornaleros.
Ya le halló al negocio. Tiene tres autobuses, que manejan sus hijos, para llevar jornaleros a Sinaloa.
"Ellos (los jornaleros) también son clientes, pero antes que nada son seres humanos, no les vamos a cerrar las puertas", explica con algo parecido al orgullo.
Dice que hace años puso una llave de agua potable: "Antes se iban al arroyo a lavarse. Les fuimos enseñando ...".
Mario presume que "de aquí no sale un niño sin comer: les damos caldo de pollo, sin carne, claro"; y a los adultos, "lo que normalmente comen: pollo o carne en salsa y, eso sí, mucha tortilla... šcómo les gusta la tortilla!"
*Fox y los retenes
Día 3. 4:40 horas. Llovizna. El aire está caliente. La mayoría de los vehículos que circulan son tráileres.
"La Poderosa le da la temperatura: Mazatlán, Sinaloa: 22.4 grados ..."
Todos los viajeros duermen, menos Gabino, sentado en un bote junto al chofer, atento a la carretera.
5:30. Villa Unión, Sinaloa.
Retén de la Procuraduría General de la República:
-Buenas, jefe, Ƒa dónde van? -pregunta un hombre al chofer.
-Al tomate.
-ƑCuántos van?
-Cincuenta.
Dos policías suben al camión, lo inspeccionan y bajan.
8:08. Retén de la Policía Federal Preventiva en la carretera Mazatlán-Culiacán. Los policías tienen sus armas listas.
"Abra la cajuela", grita uno.
"Traigo exceso de gente, así que piden mínimo 20 pesos. Pero les gané, les dije que qué lindos se ven en este retén tan ordenado, y ya no me dijeron nada", explica Marco.
No siempre es tan fácil. A veces, los policías exigen más dinero y bajan a los jornaleros del camión. "Cuando te dicen 'pasa al cuartito', ya te chingas, mínimo te encueran".
9:30. Antonio López, de 40 años, al fin se anima a decir algo. Cuatro meses después de las elecciones, está preocupado: "Oiga, Ƒes cierto que si gana (Vicente) Fox en la ciudad de México va a haber huelga?".
Y explica: "En San Miguel andan diciendo que los militares andan buscando un lugar para esconderse por si gana Fox".
*La llegada
11:20. Campos agrícolas del Valle de Culiacán. Los viajeros se asoman por las ventanas, cansados pero contentos. Parecen felices de engrosar las filas de los 200 y 300 mil jornaleros que cada temporada agrícola trabajan aquí.
"Está mejor que allá", dice un hombre mientras reconoce los alrededores del lugar donde vive la mitad del año.
Al fin llegan al Campo Pagador, de la familia Podesta.
"Nieves, nieves... a dos pesos...", grita un vendedor desde una camioneta. Algunos bajan del camión. La cuota es de un helado por familia y la golosina circula del padre al hijo y a la madre, mientras todos esperan la llegada del mayordomo, quien debe contarlos arriba del autobús.
*"šNo queremos mierda!"
"Aquí me llegué con gente de mi pueblo; me pienso y me sufro al no entender", cuenta Antonio López de la primera vez que llegó a Sinaloa, sin saber español.
Hoy, sufre al entender:
"šNo los queremos aquí!", grita una señora mientras él y otros encargados buscan cuartos. La mujer está parada en el corredor de lodo que divide las hileras de cuartos. Tres mujeres más se paran detrás de la gritona.
"šNo queremos mierda!". Y, señalando el corredor, exclama: "šNo queremos que se caguen aquí; aquí tenemos limpio!" Como no recibe respuesta, sigue: "Somos de Veracruz, aquí no queremos a los de Oaxaca".
Antonio López y los demás continúan su camino.
*La vida en el campo
Los cuartos para cada familia son de 3 x 4 metros. Las 180 "viviendas" de material y con piso de tierra no tienen ventanas, sólo una pequeña rendija. Afuera de cada cuarto, una base de cemento servirá como estufa de leña.
Las "calles" de esta pequeña colonia son puro lodo y están llenas de moscas que zumban sin cesar.
Aun así, las condiciones son "mejores" que las que dejaron atrás: el campo tiene 20 regaderas (špara más de 700 personas!), 20 letrinas y lavaderos, clínica del IMSS con enfermera ("son como animalitos: a veces nos entienden, a veces no", dice ella) y doctora; guardería y tienda.
Pero, sobre todo, hay trabajo: a 48 pesos el día.
*Conservar la vida
"Aquí viven mejor que en sus pueblos", presumen desde siempre los agricultores de Sinaloa.
Pero también saben que ellos dependen del trabajo de los jornaleros: "Si dejan de venir, no hay producción", reconoce el agricultor Jaime López.
Seguirán llegando, sin duda.
"Aquí más o menos me gusta", dice Antonio López.
Hace seis años, cuenta él mismo, hubo una epidemia de cólera en San Miguel: "Antes no había carro, se moría mucha gente del cólera; mi esposa murió".
Antonio no tiene dudas: "ƑPor qué viene la gente de mi pueblo? Para conservar la vida".
LOS CONSENTIDOS Y LOS OLVIDADOS
"šSin agricultores no hay comida!", gritan los pegotes en las camionetas que recorren todos los días los caminos rectos que atraviesan los cientos de hectáreas sembradas con jitomate, pepino, berenjenas, es decir las hortalizas de exportación del campo sinaloense.
Los agricultores, en este caso, son los dueños. Y puede ser cierta su consigna: sin ellos no hay comida. Pero tampoco sin el trabajo de los 200 a 300 mil jornaleros que cada ciclo trabajan como hormiguitas en estos campos.
* Los puercos de Tarriba
Los empresarios agrícolas han sido grandes consentidos de los gobiernos. Muestras sobran.
Hará cosa de un año, los vecinos de un pueblo cercano a Culiacán le salieron al paso al gobernador Juan Millán y le explicaron su problema: los desechos de unas grandes porquerizas instaladas sobre una loma bajaban hasta sus casas y destruían todo a su paso.
El gobernador prometió ayudar a los vecinos y mandó un emisario a hablar con el dueño de las porquerizas: resultó ser Roberto Tarriba, uno de los más grandes agricultores del estado. La respuesta de Tarriba fue una palabra: no.
El gobierno estatal prefirió indemnizar a los vecinos: les dio un millón y medio de pesos para que se compraran terrenos en otro sitio y dejaran en paz a los puercos del señor Tarriba.
* Un "apoyo magnífico"
La mejor prueba del carácter de intocables de los agricultores es uno de los programas estrella de la política social desde mediados del salinismo: el Programa Nacional de Jornaleros Agrícolas, Pronjag.
Cierto, el programa ha significado mejoras sustantivas para los trabajadores del campo. Y en sus filas han trabajado cientos de personas comprometidas en serio con el mejoramiento de las difíciles condiciones de vida de los jornaleros.
Con todo, para los empresarios ha sido un negocio redondo.
Tómese el ejemplo del equipo requerido para que los jornaleros de un campo, donde llegan a habitar mil personas, tomen agua potable. La planta cuesta 300 mil pesos: el gobierno federal pone 100, el estatal 100 más y el agricultor los 100 restantes.
Una buena parte de los campos en Sinaloa tienen, gracias al programa de jornaleros, una zona de usos múltiples que cuenta, en los mejores casos, con guardería, clínica, tienda, tortillería, oficina de trabajo social, módulos de servicio sanitario (letrinas, regaderas, lavaderos), cocina común.
El programa también apoya la construcción de viviendas para los jornaleros: el empresario pone cimientos y piso, y los gobiernos paredes y techos.
Es decir, el gobierno otorga prestaciones que deberían poner los empresarios.
Con todo y el recorte de un tercio en su presupuesto, en este año la inversión del programa sólo en Sinaloa fue de 33 millones 600 mil pesos. Los agricultores le entraron sólo con un tercio.
La Sedeso ha sido "un apoyo magnífico", dice con razón la poderosa Confederación de Asociaciones de Agricultores del Estado de Sinaloa (CAADES).
* "Les pagamos por jugar"
ƑQuién tiene la culpa de que le trabajo infantil siga siendo uno de los principales sostenes de la producción? Los empresarios dicen que parte de la culpa es del gobierno: "A las autoridades de la Secretaría del Trabajo les vale un soberano cacahuate... šQue apliquen la ley como debe ser!", dice Enrique López Podesta, director de la Agrícola Santa Teresa.
Curiosamente, el agricultor coincide con el líder cetemista Diego Aguilar Acuña: los culpables son los padres que "en lugar de mandarlos a las escuelas los mandan al trabajo; es una cuestión de cultura y de falta de roce social".
En la temporada pasada, por ejemplo, los jornaleros se opusieron a una propuesta de la empresa: que ningún menor de 12 años trabajara, y que a los menores de entre 12 y 16 años se les pagaran 40 pesos por media jornada, para que asistieran cuatro horas a la escuela. Al final, los Podesta pagaron 60 pesos parejo y una cuarta parte de los jornaleros fueron niños.
Para los agricultores significa perder: "No queremos que los niños trabajen, porque no trabajan, vienen a jugar, pero les pagamos", se resigna López Podesta.
La resignación es completa: "Ni en el país más avanzado del mundo han podido cambiar al indio...". Y es que el agricultor no entiende a los jornaleros que trabajan en sus campos: "Tienen dinero guardado, pero aun así, todos le deben siempre a la tienda... No los entiendo... šhasta venden a sus hijas!"
En el ciclo 1997-1998 hubo un programa para sacar a los niños menores de 10 años de los campos (a cambio de despensas). Se inscribieron 66 de los 125 campos del Valle de Culiacán. Sólo 25 cumplieron.
Datos oficiales indican que sólo nueve de 125 campos no tienen a menores de 14 años trabajando.
* El funcionario de la embajada
El trabajo infantil es una pelota caliente para los empresarios agrícolas. Igual que las condiciones de insalubridad y hacinamiento que imperan en muchos campos. Y no porque la mayoría tengan una idea "moderna", sino porque sus enemigos, los empresarios de Florida, hacen todo lo posible porque se cierre el mercado a las hortalizas mexicanas. Y niños menores de 10 años trabajando en los campos, o letrinas que descargan en los drenes, son un buen pretexto para una campaña en los medios de Estados Unidos.
Un alto funcionario sinaloense cuenta que una de las primeras acciones del gobernador Juan Millán fue traer de visita a un funcionario de la embajada estadunidense. Lo llevó a recorrer los campos y luego lo reunió con algunos agricultores. El funcionario estadunidense preguntó: "ƑUstedes creen que sería bueno que se enteraran en Florida de las condiciones que prevalecen en algunos campos?"
Los agricultores tragaron saliva.
El alto funcionario del gobierno sinaloense concluía: "Muchos empresarios no van a cambiar por voluntad propia. El cambio va a ser a güevo".
* El buque insignia
Cuando se trata de mostrar un modelo, los visitantes nacionales o extranjeros son invariablemente llevados a un campo de la Agrícola San Isidro, donde los recibe un letrero: "Los jornaleros que laboramos aquí nos sentimos orgullosos y damos las gracias".
La diferencia con otros campos es, ciertamente, notable. Viviendas de material, tiendas, "calles" de concreto, consultorios, campo de futbol y canchas deportivas, sin contar los comedores móviles para los campos -únicos en su tipo- y una planta potabilizadora.
"Es nuestro buque insignia", ha reconocido el gobernador Juan Millán.
Su propietario, Eduardo Leyson, exclama: "šNo te fijes en la producción, fíjate en la calidad humana!", y afirma que mejorar las condiciones de vida de los jornaleros le ha permitido incrementar la productividad.
"Hace 15 años (había) cuartos con 30 jornaleros, todos revueltos; tú veías a las oaxaquitas con los senos de fuera, bañándose en el canal", dice Leyson.
Un lunar apenas. Datos del gobierno de Sinaloa indican que 81% de los campos tienen condiciones que van de "malas a pésimas".
En El Nazario, por ejemplo, hay galeras con 90 catres, paredes de lámina y sin ventilación. Y en el campo San Javier las "viviendas" son simplemente techos de lámina de cartón, sin paredes.
Hay un sector de los empresarios agrícolas -dice Omar Garfias, delegado de la Sedeso en Sinaloa-, que ha entendido que el mejoramiento de las condiciones de sus trabajadores aumenta la productividad e inhibe sanciones en el marco del libre comercio (por insalubridad, trabajo infantil, etcétera). Pero otros, especialmente los más chicos, son prácticamente "lumpen-empresarios".
* El líder
Sus maestras: "la vida y el hambre". Diego Aguilar Acuña, líder del Sindicato Nacional de Trabajadores, Obreros de Industria y Asalariados del Campo, Similares y Conexos de la CTM desde hace 11 años, ha sido diputado federal, pero se siente atado a la tierra porque él mismo, dice, fue jornalero. Todavía ahora, el sindicalista se refiere a Benjamín Bon Bustamante -dueño de la Agrícola Bamoa- como "mi patrón".
El sindicato recibe dos pesos a la semana de cada uno de sus más de 200 mil afiliados (la inmensa mayoría, eventuales).
El 45% de ese dinero, dice, se gasta en actos deportivos y recreativos.
Quizá ocupado en organizar encuentros deportivos, Aguilar Acuña nunca se enteró de que los 19 jornaleros muertos en un accidente el pasado 26 de noviembre no tenían seguro de vida de ninguna empresa agrícola.
-El transporte ya los lleva asegurados. Se les da atención, alimento, y van protegidos con un seguro de viaje -dice en su oficina de la CTM.
-ƑCómo es su relación con las empresas?
-El sindicato no es un enemigo de las empresas. No andamos peleando, sino queremos inducirlos a que cumplan con la ley. Tenemos dos años que no estalla una huelga. (Arturo Cano y Tania Molina)