DOMINGO 10 DE DICIEMBRE DE 2000

Ť Su última grabación, en el disco Masterpiece, de Tito Puente


Inadvertida en México la muerte del salsero Pete El Conde Rodríguez

Ť Fue considerado por Rubén Blades o Héctor Lavoe como el maestro y un ejemplo a seguir

Ernesto Márquez Ť Hace una semana falleció en la ciudad de Nueva York Pete El Conde Rodríguez, una de las figuras más importante del movimiento salsero de los años setenta. La noticia del lamentable deceso del cantante boricua, que estremeció al mundo musical afrolatino, pasó casi inadvertida en nuestro país. Si acaso una nota perdida en las páginas de espectáculos que, eso sí, destacaban por todo lo alto el juicio de Gloria Trevi y palomilla.

Pete, como se le conocía a Pedro Juan Rodríguez Ferrer, de 67 años, era originario de la ciudad de Ponce, Puerto Rico, pero desde principio de los sesenta se avecindó en el Bronx neoyorquino desde donde proyectó su enorme valía de sonero rotundo.

Su historia es similar a la de muchos boricuas soñadores que llegan a la Gran Manzana en busca del sueño americano, sólo que esta, la suya, tuvo un discurso y un destino especialísimo.

Cantante clave de la orquesta de Johnny Pacheco y forjador de un estilo de hacer musica que guardaba equilibrio entre el viejo son cubano y formas innovadoras en el canto Caribe, Pete El Conde Rodríguez se erigio muy pronto como un ejemplo a seguir por jóvenes leones de la salsa tales como Rubén Blades, Héctor Lavoe e Ismael Miranda quienes siempre le aclamaron como "maestro" y "auténtica estrella de Fania".

El artista puertorriqueño que popularizara temas pingones como Catalina la O, Pueblo latino y Un toque pa' Yambaó, se proyectó como el más serio y orgulloso de los cantantes de la Fania buscando siempre alternativas distintas tanto en el cantar como en el comportamineto escénico. Lo suyo era cuidar su imagen e imponer su personalidad. Siempre andaba acicalado, en etiqueta, fino, elegante y con un toque de clase. Parecía un conde. Así se le reconocía en el medio y con ese apodo Fania Records promocionó su carrera para diferenciarlo del pianista boricua Pete Rodríguez, el rey del bugalú.

"Lo de mi sobrenombre -nos decía en cierta ocasión que lo entrevistamos- sucedió un día cuando mi barbero bromeando me dijo que parecía un conde (...) A mi me gusta vestir bien cuando voy a la tarima. Muchos me tachan de 'negro presuntuoso' y no es que lo sea, simplemente ese es mi estilo... Me preguntan por qué no me pongo viejo. Eso es un secreto. Yo soy un viejo bonito que se cuida. Además mi carácter siempre es el mismo. A mi nada me molesta. Me cuido de no tener el corazón agrio".

El negro se debe preparar

Nos contaba Pete que su niñez y adolescencia en Ponce fueron difíciles. "Yo me crié en el fango. Cuando llovía mucho, las inundaciones del río Portugués llegaban a Las Delicias y el agua se metía en mi casa".

Otras de las penas que guaradaba consigo era lo de la descriminación racial, contra la que luchó denodadamente. Recordaba que en el Ejército de Estados Unidos, donde sirvió como paracaidista durante el conflicto de Corea, fue foco de prejuicios por el color de su piel y su nacionalidad y que a base de puñetazos y de mucho orgullo pudo superar aquello. "La verdad es que no fue fácil para mi ser niche. He tenido tantos encontronazos por el color de mi piel, que si les hubiera hecho caso no estaría vivo. Sólo digo que el negro se debe preparar, educar y darse a respetar".

Pete vivía orgulloso de sus hijos y nietos. Siempre mencionaba a Pete Emilio, joven graduado de una maestría en jazz de Rutgers University, en Nueva Jersey. "Le enseñé lo que es ser puertorriqueño. Que a pesar de haber nacido en Estados Unidos, no podía darse el guille (infulas) de americano. Me he preocupado de enseñarle lo que es la patria, aunque estemos en Nueva York. Yo llegué aquí y asimilé la cultura pero sin dejar la propia. Para vivir en Nueva York, hay que saber inglés. Yo lo aprendí, pero siempre d foto-CELIA  CRUZ ejando saber que soy puertortique–oÓ.

El Conde viv’a modestamente y no se preocupaba en cobrar las regal’as, a pesar de que sus grandes cl‡sicos discogr‡ficos han sido reeditados en el formato digital y promovidos alrededor del mundo. ÔÔPara m’ el dinero no es importanteÓ, nos dec’a. ÒMe interesan m‡s las cosas que me llenan el almaÓ.

La mejor inversi—n de lo generado durante sus a–os de gloria con Fania fue en la educaci—n de sus hijos. Tres dŽcadas despuŽs de grabar obras maestras como Perfecta combinaci—n, Los compadres, Tres de cafŽ y dos de azœcar, El Conde y Este negro s’ es sabroso, depend’a para vivir de los contratos para conciertos, bailes y grabaciones espor‡dicas, como Soneando tromb—n que hiciera con Jimmy Bosch o Masterpiece, el trabajo p—stumo de Tito Puente con Eddie Palmieri, en el que cant— el tema Marchando bien.

El Conde anhelaba vivir en Puerto Rico. Deseaba trabajar para su gente y en el tiempo libre dedicarse a recorrer el pa’s y satisfacer su paladar con los manjares de la cocina criolla. Sue–o de un puertorrique–o que siempre a–or— el terru–o.

ÒYo me criŽ en Puerto Rico y quisiera vivir aqu’. Yo quiero estar en la patria, d‡ndole la vuelta al pa’s, comiendo chicharr—n y lech—n asadoÓ, dec’a.

De hecho intent— regresar a Borinquen en 1993 cuando, utilizando unos ahorritos, grab— con sus hijos Pete Emilio y Cita Rodr’guez el cd Generaciones, una de las m‡s irresistibles entregas de su carrera profesional de casi cuatro dŽcadas. Pero desafortunadamente no tuvo Žxito. Ante la falta de trabajo, retorn— al Bronx neoyorquino que en la madrugada del s‡bado pasado reclam— su vida.

Pete estaba consciente de que su salud era fr‡gil. La noche de la presentaci—n del ‡lbum Masterpiece en Puerto Rico, estuvo sentado durante una hora en su camerino y cuando se levant— para cantar, se sinti— mareado y palideci—. Padec’a presi—n alta pero rehœsaba recibir asistencia mŽdica. ÒMe he recuperado de dos ataques al coraz—n, pero me estoy cuidando. Desde que estoy aqu’, no he descansado lo suficiente y me tengo que cuidarÓ, declaro al diario El Nuevo D’a de San Juan

Tras su deceso, muchos de sus compatriotas solicitaron que el cuerpo fuera trasladado a la ciudad de Ponce donde naci—, aprendi— a tocar la percusi—n y sone— por primera vez. Miles de aficionados se dieron cita en el Parque de Bombas para rendirle œltimo tributo, mismo al que se sumaron compa–eros y amigos de talla rumbera tales como Cheo Feliciano, Papo Lucca, Ismael Miranda, Roberto Roena, Bobby Valent’n y su compadre Johnny Pacheco, quien con l‡grimas en los ojos pero con voz fuerte dijo Òse ha marchado un gran amigo, un gran sonero, pero ha dejado un ejemplo a seguir, ese que ahora enaltece nuestro oficioÓ.