SABADO 9 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Juan Arturo Brennan Ť
Halffter y Copland, para celebrarlos
Anduvimos tan ocupados este año conmemorando el 250 aniversario luctuoso de Juan Sebastián Bach (1685-1750), que se nos pasaron fugaces y casi desapercibidas otras dos efemérides que si bien pudieran parecer menos importantes en el contexto histórico, son especialmente significativas porque nos tocan de cerca. Me refiero a los respectivos centenarios de Rodolfo Halffter (1900-1987) y Aaron Copland (1900-1990). Si bien a lo largo de este crepuscular año 2000 se interpretaron algunas obras de estos dos compositores, la impresión general es que se hizo más por trámite que por convicción, y que se prestó a su conmemoración menos atención de la que en realidad merecía.
Algunas de nuestras instituciones musicales importantes parecen haber incluido a Halffter y Copland en sus programaciones más por aprovechar la ocasión y cumplir el expediente que por un verdadero interés en sus obras. En fin, que algo de estos compositores se alcanzó a escuchar en el notable año 2000, pero si hay que atenerse a la tradición, lo más probable es que amaneciendo el 2001 sean consignados rápidamente al semiolvido musical colectivo, para dar paso a las celebraciones de ocasión. Así, este texto tiene la intención de ser una recomendación, en el estilo de Cómo acercarse a Halffter y Copland sin tener que esperar otros cien años.
Nacido en Madrid y avecindado en México desde 1939, Halffter se hizo ciudadano mexicano y aquí se dedicó a componer, promover, editar y enseñar. Fue maestro de miembros importantes de varias generaciones que le siguieron, y gracias a él se conoció aquí la componente teórica de la música dodecafónica. Riguroso, severo, a veces gruñón, podía ser encantador cuando se requería. Un primer acercamiento a su obra puede hacerse mediante su amplia producción pianística. Para no errar, basta escuchar con atención la grabación integral de la obra para piano de Halffter a cargo de Edison Quintana. De ahí se pueden escoger las Dos sonatas de El escorial, la Danza de Avila, las Tres hojas de álbum, las tres sonatas, Laberinto y Escolio. De su música orquestal recomiendo las suites de La madrugada del panadero y Don Lindo de Almería, así como la Obertura festiva y Tripartita.
De su música vocal, lo mejor está quizá contenido en el ciclo Marinero en tierra, sobre poemas de Alberti, y sus Ocho tientos para cuarteto de cuerdas pueden escucharse como una suma de los elementos de su lenguaje. Si a ello se añade el Pregón para una pascua pobre, la Obertura concertante para piano y orquesta y el Concierto para violín, se tendrá un panorama amplio y variado del pensamiento sonoro halffteriano, que se puede coronar con la sabrosa y agridulce cereza que es Paquiliztli, para percusiones.
Copland, por su parte, no sólo fue un compositor sólido, riguroso y de amplio espectro expresivo, sino que fue el más importante creador de un sonido auténticamente ''americano" en la música de concierto, sin soslayar las contribuciones evidentes hechas por Charles Ives (1874-1954) y Leonard Bernstein (1918-1990). Abstracto aquí, folclorista allá, jazzista en un momento y heroico al siguiente, Copland creó un catálogo en el que junto con piezas de una gran abstracción es posible hallar obras descriptivas, generosamente habitadas por los sonidos country, filtrados por su oficio evidente y su mano segura.
Un somero análisis de la obra y la trayectoria de Copland permitirían hallar puntos de contacto con la figura y la producción de Carlos Chávez (1899-1978); no es casualidad que Chávez, Copland hayan tenido una cercana relación y admiración y respeto recíprocos. De la música escénica de Copland vale la pena oír Primavera de los Apalaches (mejor la versión de cámara que la sinfónica), Billy the Kid y Rodeo, partituras inmersas en el espíritu sonoro del western. Indispensable es la audición del Concierto para clarinete que Copland le dedicó a Benny Goodman y el poderoso Concierto para piano y orquesta. En la vertiente patriótica destaca su Retrato de Lincoln para narrador y orquesta, y su ciclo vocal sobre poemas de Emily Dickinson es estimable.
La severa y compleja Tercera sinfonía es una obra cuya audición cuidadosa permite hacer numerosos descubrimientos, mientras que la hermosa Quiet city para trompeta, corno inglés y cuerdas contiene algunos de los momentos más evocativos de toda la producción de Copland. Y por encima de todas estas obras, la potente y conmovedora Fanfarria para el hombre común, para metales y percusiones, en cuya dedicatoria implícita hay una idea social y humanista a la que jamás se acercaron las fanfarrias celebratorias de fábricas y tractores producidas bajo las reglas musicales del realismo socialista. Aunque se acabe el 2000, escuchemos a Halffter y a Copland; las recompensas para el oído y el intelecto son múltiples.