SABADO 9 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť Alberto J. Olvera Ť

Nuevo régimen: cero pactos, dos presidencialismos

Nuestra incipiente democracia ha sido formalmente inaugurada con la toma de posesión del presidente Vicente Fox y con el ulterior ascenso a la jefatura de Gobierno del Distrito Federal de Andrés Manuel López Obrador. Los discursos y los hechos de estos días han puesto de relieve la dificultad para definir un pacto fundacional de un nuevo régimen político democrático, a pesar de que, contrariamente a la imagen que predomina en los medios, las coincidencias entre los principales actores políticos son mucho mayores que las diferencias. Más aún, con todo y los enormes contrastes de estilos personales, para bien o para mal nuestros nuevos líderes políticos tienen más en común de lo que uno se imagina. La atención se ha centrado hasta ahora en las formas y no en el fondo de las cosas, omisión que es necesario corregir.

El presidente Fox ha presentado un proyecto políticamente correcto y con cuyos objetivos los actores políticos y sociales no pueden sino coincidir plenamente: combate a la pobreza, democratización de la vida pública, transparencia y legalidad en el ejercicio de gobierno, descentralización, crecimiento con estabilidad, extensión de los servicios de salud y educación, mayor seguridad pública. Estos objetivos, en palabras más o palabras menos, son los mismos que ha enunciado López Obrador.

Las diferencias empiezan en el cómo y con quién. Fox ha planteado su respeto por el Congreso de la Unión y su voluntad de inclusión política, posición que puede caracterizarse como un republicanismo cívico. En cambio, sorprendentemente López Obrador omitió el reconocimiento de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y de los delegados electos.

En contraste con su corrección programática y política, Fox incurrió de inmediato en dos errores. Primero, el republicanismo discursivo dio paso al caudillismo católico-populista, desplegado en los días subsecuentes a través de una saturación mediática. Segundo, la prometida pluralidad e inclusión resultaron muy parciales dada la hegemonía en el gabinete de una elite gerencial y el completo descuido de la política social, puesta irresponsablemente en manos inexpertas y ajenas a los actores relevantes en ese campo .

López Obrador no canta mal las rancheras. No sólo ha olvidado la necesidad de cooperar con el Poder Legislativo local y con los delegados electos, sino que ha tratado de diferenciarse del gobierno anterior, de su mismo partido, emprendiendo iniciativas propagandísticas efectistas que implican una severa descalificación de su antecesora en el cargo. Más aún, López Obrador ha dejado en claro en su discurso de toma de posesión que es su objetivo convertirse en el alter ego del presidente, es decir, en su imagen opuesta, posicionándose así como el líder de facto de la oposición de izquierda.

Ahora bien, dadas las semejanzas programáticas entre ambos, la diferenciación es ante todo simbólica (las diferencias en política económica son, a decir verdad, discursivas, puesto que en el corto y mediano plazos no hay margen de maniobra en esta materia). Si Fox profesa la religión católica, López Obrador asume la religión cívica. A la Virgen de Guadalupe se opone un santón cívico igualmente mitificado, don Benito Juárez. Si Fox es un empresario exhibicionista, López Obrador es un burócrata austero y serio. Si Fox se rodea de enriquecidos ejecutivos empresariales y de intelectuales con éxito mercantil, López Obrador convoca a modestos profesores universitarios y líderes civiles. Pero el caudillismo populista resalta aquí también de inmediato: López Obrador es quien garantiza que los malos empresarios no se saldrán con la suya, y quien gobernará directamente con el pueblo, representado por los comités vecinales, los cuales han de ser fortalecidos, mientras las instancias intermedias (delegaciones y Asamblea) pierden su visibilidad.

El mesianismo de ambos dirigentes políticos tiene, a decir verdad, casi el mismo sentido: la historia se deposita en ellos. Este juego de espejos no ayuda a la democracia mexicana en formación. Lo que se requiere ahora es crear instituciones fuertes y hacer valer el estado de derecho; darle su lugar a los poderes Legislativo y Judicial, que son los principales contrapesos del desbocado protagonismo de nuestros nuevos depositarios del Poder Ejecutivo.

Urge transparentar al ejercicio de gobierno para que los medios de comunicación y las asociaciones de ciudadanos, instancias que componen la sociedad civil, sean capaces a su vez de hacer un contrapeso a todos los poderes del Estado y logren evitar que los pleitos internos de las elites políticas den al traste con la tan difícilmente lograda democracia electoral. Moderación y espíritu de negociación deben ser el signo de los tiempos.