SABADO 9 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť Edward W. Said Ť

Sionismo americano

Los hechos de las últimas semanas en Palestina han sido un triunfo casi total para el sionismo en Estados Unidos, por primera vez desde el resurgimiento del movimiento nacional palestino a finales de los años sesenta. Tanto el discurso político como el público han convertido definitivamente a Israel en la víctima de los recientes disturbios, pese a que más de 200 palestinos han perdido la vida y se han reportado más de mil heridos. Aun así se habla de que la "violencia palestina" ha perturbado el suave y ordenado transcurso del "proceso de paz".

En estos momentos se percibe una pequeña letanía de frases que cada comentarista editorial repite al pie de la letra, o bien, que permanece como una noción consabida. Esta letanía ha quedado cincelada en los oídos, mentes y memorias como una guía para los perplejos, como un manual o máquina de repetición de las frases que han enrarecido el aire por más de un mes. Puedo recitar de memoria la mayoría de ellas: En la cumbre de Campo David, Barak ofreció a los palestinos más concesiones que cualquier otro primer ministro israelí (90 por ciento de control sobre los territorios autónomos y soberanía parcial sobre Jerusalén oriental). Pero Arafat fue un cobarde y le faltó valor para aceptar el ofrecimiento israelí. Así, la violencia palestina, ordenada por Arafat, cierne amenazas sobre Israel (existe cualquier cantidad de versiones sobre estas amenazas atribuidas a los palestinos, incluido el deseo de destruir a Israel, antisemitismo, rabia suicida ejercida con el único fin de salir en televisión, el colocar a los niños al frente de las manifestaciones para convertirlos en mártires). Todo esto comprueba que el milenario "odio" hacia los judíos es lo que mueve a los palestinos. Arafat es un líder blandengue que permite a su pueblo atacar a los judíos, y lo incita aún más al excarcelar a terroristas y con textos escolares en los que se niega la existencia de Israel.

Probablemente hay todavía una o dos fórmulas más que no he citado, pero el concepto general es que Israel está rodeado por bárbaros que atacan a pedradas, mientras que los misiles, tanques y helicópteros artillados empleados por los israelíes se limitan a defender su territorio y "disuadir" a esta fuerza terrible. Bill Clinton ha hecho llamados (que han sido repetidos con la diligencia de un loro por su secretaria de Estado) para que los palestinos "se replieguen", como si fueran los palestinos los que invaden el territorio israelí y no al revés.

Vale la pena mencionar también que ha sido tan exitosa esta sionización de los medios, que nadie ha publicado o mostrado en las pantallas de televisión un solo mapa que pudiera recordar a lectores y espectadores estadunidenses --particularmente ignorantes de cuestiones de historia y geografía-- que son los asentamientos, puestos militares, carreteras y barricadas israelíes las que atraviesan las tierras palestinas en Gaza y Cisjordania.

Más aún, y tal como ocurrió en Beirut en 1982, existe un verdadero estado de sitio sobre los palestinos, que incluye a Arafat y a su gente. Se ha olvidado por completo, si es que alguna vez quedó entendido, el sistema de las zonas A, B y C mediante el cual se mantiene una ocupación militar de 40 por ciento de la franja de Gaza y 60 por ciento de Cisjordania. El proceso de paz de Oslo nunca estuvo diseñado para modificar o poner fin a esta situación.

Tal y como lo sugiere la ausencia de geografía en la presentación de este conflicto eminentemente geográfico, el vacío resultante constituye un punto vital, ya que las imágenes que se muestran o describen están, del todo, fuera de contexto. Pienso que esta omisión de los medios sionizados fue deliberada desde el principio y ahora se ha convertido en un reflejo automático. Ha permitido a comentaristas farsantes, como Thomas Friedman, promover su mercancía desvergonzadamente, con sus monótonas reiteraciones sobre la imparcialidad de Estados Unidos, la flexibilidad y la generosidad de Israel, y su propio pragmatismo perspicaz con el que fustiga a los líderes árabes y noquea a sus hastiados lectores.

Esto permite no sólo que se mantenga la absurda idea de un ataque palestino contra Israel, sino que deshumaniza a los palestinos al grado de convertirlos en bestias sin sentimientos ni motivos. No causa sorpresa el hecho de que cuando se dan las cifras de muertos y heridos no se mencionan las nacionalidades. Esto deja a los estadunidenses bajo la impresión de que el sufrimiento está siendo dividido equitativamente entre las "partes en conflicto". Más aún, se tiende a engrandecer el sufrimiento judío y a reducir y eliminar los sentimientos árabes por completo, a excepción, claro, de la rabia. La rabia y todo lo que está conectado a ella permanece como la única emoción que define a los palestinos. Esta explica la violencia y, en efecto, la materializa de tal forma que Israel ha llegado ya a representar a la decencia y a la democracia que se encuentra perpetuamente rodeada de la rabia y la violencia.

Ningún otro proceso podría explicar de manera lógica a quienes arrojan piedras contra la vigorosa "defensa" israelí. Nada se dice de las demoliciones de viviendas, las confiscaciones de tierras, los arrestos ilegales, las torturas y otros asuntos. No se hace mención alguna sobre lo que es, con la sola excepción de la subyugación japonesa en Corea, la más larga ocupación militar de los tiempos modernos. Nada se dice sobre las resoluciones de la ONU ni sobre las violaciones de Israel a la Convención de Ginebra; nada sobre los sufrimientos de un pueblo entero ni de la obstinación del otro. Quedan en el olvido la catástrofe de 1948, la limpieza étnica y las matanzas, la destrucción de Qibya, Kafr Qassem, Sabra y Shatila, los largos años de gobierno militar para todos los ciudadanos israelíes no judíos que debían permanecer callados ante la continua opresión, en su papel de una minoría que ascendía a sólo 20 por ciento dentro del Estado judío. Ariel Sharon es presentado, en todo caso, nada más como un provocador, pero nunca como un criminal de guerra. Ehud Barak es un hombre de Estado, nunca el asesino de Beirut. El terrorismo siempre está del lado palestino de la balanza, y la defensa, del lado de israelí.

Lo que Friedman y otros "pacifistas" pro israelíes omiten mencionar cuando ensalzan la generosidad sin precedentes, es la verdadera sustancia de la misma. No se nos recuerda que nunca cumplió el compromiso de llevar a cabo la tercera fase del repliegue de sus tropas de 12 por ciento del territorio de Cisjordania, promesa hecha en Wye Plantation hace más de 18 meses. ƑQué valor tienen, entonces, las concesiones que ha prometido? Se nos ha dicho que estaba dispuesto a devolver 90 por ciento del territorio, pero no se dice que en realidad ese 90 por ciento equivale a todo lo que Israel no tiene intención de devolver. Gran Jerusalén tiene una superficie de más de 30 por ciento de los territorios autónomos, los asentamientos israelíes en dichas zonas son otro 15 por ciento, a lo que hay que agregar zonas y rutas militares que aún deben determinarse. Deduciendo todo eso, lo que queda de 90 por ciento original no es mucho.

En lo referente a Jerusalén, la concesión de los israelíes consistía principalmente en estar dispuestos a discutir y quizá, sólo quizá, a ofrecer una autoridad compartida sobre Haram al Sharif. La sorprendente deshonestidad del asunto es que toda Jerusalén oeste, en sus zonas árabes, ya había sido concedida a Arafat junto con la cada vez más extensa Jerusalén oriental.

Otro detalle: a los palestinos que disparan pequeñas armas en Gilo se les presenta generalmente como ejerciendo una violencia gratuita sin mencionarse que es una localidad cuyo territorio fue confiscado de la zona de Beit Jala, de donde provienen los disparos. Asimismo, Beit Jala es desproporcionadamente bombardeada por helicópteros que usan misiles para destruir viviendas de civiles.

He elaborado un sondeo entre los principales diarios. Desde el 28 de septiembre se han publicado diariamente entre uno y tres artículos de opinión en los diarios The New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal, The Los Angeles Times y The Boston Globe. Con la excepción de unos tres artículos escritos desde un punto de vista pro palestino en Los Angeles Times y dos en The New York Times (uno de ellos escrito por la abogada israelí Alegra Pacheco y otro por el periodista liberal jordano Rami Khoury, quien favorece los acuerdos de Oslo), todos los artículos --incluidos los de columnistas regulares como Friedman, William Safire, Charles Drauthammer, y otros-- han apoyado a Israel, al proceso de paz patrocinado por Estados Unidos, y la idea de que la culpa del conflicto la tienen la violencia palestina, la falta de flexibilidad de Arafat y el fundamentalismo islámico.

Los autores de estos artículos han sido oficiales militares y civiles del ejército israelí, apologistas de Israel, especialistas y expertos en los think tanks, cabilderos pro israelíes. En otras palabras, existe todo un estrato de la opinión pública que se ha dado a la tarea de eliminar de todos los conceptos las posiciones palestinas o árabes sobre tácticas de terror israelíes contra civiles, el colonialismo o la ocupación militar. Se trata de convencer de que no vale la pena escuchar todo esto.

Una situación así, sencillamente no tiene precedente en la historia del periodismo en Estados Unidos, y es un reflejo claro de cómo la orientación sionista, que trata de imponer a Israel como el modelo para la conducta humana, sin tomar en cuenta que existen 300 millones de árabes y 1.2 millones de musulmanes. A la larga, esto quedará, por supuesto, como una postura suicida para el sionismo, aunque pareciera que hasta ahora nadie ha pasado por semejante arrogancia del poder como para tener ideas semejantes.

La orientación que he descrito se encuentra tambaleante en su temeridad, y si no se tratara de una distorsión de la realidad, que además tiene fines prácticos, podría hasta hablarse de una forma privada de trastorno mental. Corresponde muy fielmente a la posición oficial de Israel tratar a los palestinos no como un pueblo con una historia de expulsión de la que los israelíes son en buena parte responsables, sino como una constante molestia para la que la fuerza, nunca la comprensión o la negociación, es la única respuesta. Cualquier otra posibilidad es impensable.

Esta ceguera sorprendente se recrudece en Estados Unidos, gracias a que aquí nadie presta atención a los árabes y musulmanes, excepto, según dije en este artículo, como una de las prioridades menores de los políticos que aspiran a algún cargo.

Hace unos días, Hillary Clinton anunció, en un gesto de la más repugnante hipocresía, que devolvería un donativo que le otorgó un grupo musulmán americano que, según ella, apoya el terrorismo. Esto es una mentira descarada, pues el grupo en cuestión sólo ha dicho que apoya la resistencia palestina contra Israel durante la actual crisis, lo cual no es una postura extrema, pero sí es propensa a ser criminalizada por el sistema estadunidense sólo porque el sionisimo totalitario requiere que cualquier --literalmente cualquier--crítica a lo que hace Israel, se considere intolerable y del más bajo antisemitismo. Esto ocurre, a pesar del hecho (nuevamente literal) de que el mundo entero ha criticado la ocupación militar israelí, su violencia desproporcionada y el estado de sitio al que somete a los palestinos. En Estados Unidos debe uno callarse cualquier crítica, pues de lo contrario, se le acosa y acusa de ser un antisemita merecedor del mayor desprecio.

Otra particularidad del sionismo estadunidense, que es un sistema de pensamiento antiético con distorsiones dignas de Orwell, es cuán inadmisible es hablar de violencia judía y acciones judías, pese a que todo lo hecho por Israel se hace en nombre del pueblo judío y por un Estado judío. Jamás se dice esa denominación es inexacta dado que casi 20 por ciento de la población de Israel no es judía, lo que está relacionado con la sorprendente y deliberada discrepancia entre lo que los medios llaman "árabes israelíes" y "palestinos". Ningún lector o televidente podría imaginar que se trata del mismo pueblo dividido por una política sionista, o que ambas comunidades son el resultado de la política israelí de un apartheid, por un lado, y de la ocupación militar y la limpieza étnica, por otro.

En conclusión, el sionismo estadunidense ha logrado que cualquier discusión pública seria sobre Israel, que es con mucho el principal receptor de ayuda extranjera estadunidense, sobre el pasado y el futuro de esta entidad, se considere un tabú que no deberá romperse. No es de ninguna manera una exageración decir que éste es el último tabú del discurso estadunidense. El aborto, la homosexualidad, la pena de muerte, y hasta el sacrosanto presupuesto militar han sido discutidos recientemente con alguna libertad (aunque siempre dentro de los límites preestablecidos). La bandera estadunidense puede ser quemada en público, mientras que discutir el sistemático y continuo trato que Israel ha dado a los palestinos durante 52 años es inimaginable; una narrativa sin permiso de emerger.

Este concepto sería tolerable de no ser por el hecho de que convierte en una virtud el constante castigo y la deshumanización de los palestinos. No existe pueblo en el mundo hoy en día cuyo asesinato mostrado en las pantallas de televisión sea considerado aceptable por el público estadunidense, como si se tratara de un castigo merecido.

Este es el caso de los palestinos, cuyas vidas perdidas a diario se explican con el argumento de la "violencia bilateral", como si las piedras y resorteras de los jóvenes cansados de injusticia y represión fueran una ofensa y no una valiente resistencia hacia un destino humillante que les fue impuesto no sólo por los soldados israelíes armados por Estados Unidos, sino también por un proceso de paz diseñado para encerrarlos en bantustanes y reservaciones aptas para animales.

El que los promotores estadunidenses de Israel hayan dedicado siete años a producir un documento diseñado eminentemente para enjaular a la gente como en un asilo o una prisión, es el verdadero crimen. Y que esto pueda hacerse pasar como una paz en lugar de la desolación que ha existido desde siempre, sobrepasa mi capacidad de comprensión y de describir esto como otra cosa que no sea inmoralidad rampante. Lo peor es que tan impenetrable es la pared de hierro estadunidense sobre Israel que no puede cuestionarse a las mentes que produjeron los tratados de Oslo, y que durante los últimos siete años han vendido su esquema como modelo para la paz mundial. Imposible saber qué es lo más pernicioso: la mentalidad según la cual no tienen derecho siquiera a expresar su sentimiento de injusticia (son demasiado inferiores para eso) o la mentalidad que pretende perpetuar su esclavitud.

Si esto fuera todo, ya sería bastante malo, pero nuestra miserable condición, la que nos atribuye el sionismo estadunidense, implica también que no existe ninguna institución, aquí o en el mundo árabe, lista y capaz de producir una alternativa. Temo que la cobertura de los manifestantes arroja-piedras en Belén, Gaza, Ramallah, Nablus y Hebrón no ha sido adecuadamente reflejada por el nervioso liderazgo palestino, que no puede ni avanzar ni retirarse. Esta es la pena última.

Traducción: Gabriela Fonseca