SABADO 9 DE DICIEMBRE DE 2000

 

Ť Enrique Calderón A. Ť

Razones de optimismo

Grandes cambios han ocurrido en el país, a partir del primero de diciembre, en que Vicente Fox asumió la Presidencia de la República, mostrando una capacidad de liderazgo y oficio político, a la altura de las necesidades y carencias del país. Es claro que muchos de sus actos no gustaron a algunos: que apareciera postrado ante la Virgen de Guadalupe, seguramente molestó a muchos; la cena en el Castillo de Chapultepec le hizo ganar el apodo de Foximiliano, y su visita a Oaxaca con todo lo que ello significaba, seguramente disgustó a quienes abogan por una mayor importancia de la religión en la vida pública de la nación.

Todo ello resulta menor, o incluso intrascendente, ante el logro inicial del Presidente, de restablecer entre los mexicanos de todas las clases sociales un pequeño sentimiento de esperanza, luego de un sexenio completo de frustraciones motivadas por la ausencia de liderazgo, la mediocridad y la falta de compromiso hacia México de Zedillo y su equipo de colaboradores.

Ciertamente que la sola llegada de Fox no añade recursos al presupuesto, ni cambios de capacidad en la infraestructura social del país, pero lo que sí puede cambiar es la actividad, el entusiasmo y la confianza de los mexicanos en ellos mismos.

A tan sólo una semana del cambio de gobierno, es posible escuchar e identificar grupos hablando de proyectos, proponiendo nuevas formas de trabajo, planteando alianzas y definiendo estrategias. El país entero pareciera entrar en ebullición, como respuesta al desparpajo, el rompimiento de protocolos y la convocatoria del nuevo Presidente a iniciar la recuperación del país desde ahora.

Qué bueno que así sea, México no merecía más ni podía soportar los viejos modelos que le habían sido impuestos y que nos condenaban a la mayoría de los mexicanos al fracaso, a la miseria y a la autodevaluación; el tema de Chiapas marcó la diferencia entre el gobierno que se fue y el que llega.

Tiene, pues, sentido estar optimistas, pero ello no debe conducirnos a cerrar los ojos ante los riesgos que este nuevo escenario conlleva. Varios elementos resultan preocupantes: la propuesta del nuevo procurador con el estigma de su participación en el caso del general Gallardo, o la inclusión en el gabinete de empresarios vinculados con los intereses de grandes empresas de origen extranjero. Finalmente, está el riesgo de que la cultura en la que hemos aprendido a vivir, ligada a la enorme simpatía de Fox y a los reducidos niveles de escolaridad de la población, nos lleve a un proceso de fujimorización como el recientemente experimentado por el Perú.

En este sentido, han resultado de gran importancia los contrapesos representados por Andrés Manuel López Obrador y por el subcomandante Marcos, en la medida que los partidos políticos, pero muy particularmente el PRI y el PRD, se manifiestan pasmados ante los nuevos retos que se abren, desvinculados de la sociedad que supuestamente debieran liderear y sumidos en querellas internas que sólo reafirman las razones de su derrota.

El manejo de símbolos y el discurso inaugural de López Obrador, respetuoso para con Fox, pero claro en sus señalamientos y propuestas, marcan su proyecto político distinto al del Presidente pero complementario con éste en su afán de sembrar esperanzas. El nuevo jefe de Gobierno del DF se perfila por ahora como el líder nato de la oposición al proyecto neoliberal de Fox.

Por su parte Marcos, con sus dos comunicaciones después de los meses de silencio, y con su anuncio de visitar al Congreso en el Distrito Federal, vuelve a convertirse en punto de referencia y a mostrar su capacidad de liderazgo y negociación, que podrían convertirlo en una de las grandes figuras políticas del país. Vivimos, en verdad, tiempos de cambio.