VIERNES 8 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Jorge Camil Ť
México: transición sin pacto
En días pasados José Miguel Insulza, reunido con un grupo de políticos e intelectuales chilenos y mexicanos para presentar un libro de ensayos sobre las transiciones políticas en ambos países (Chile-México: dos transiciones frente a frente), hizo hincapié en un importante aspecto de la transición chilena: la concertación. Un factor que en opinión de Insulza, hoy ministro del Interior de Chile, permitió que las fuerzas opositoras se acercaran sin recelo para lograr un acuerdo que, sin hacer a un lado la presencia siempre amenazadora del Ejército, hiciera posible la llegada al poder de tres gobiernos de la concertación. (No es necesario reiterar que el secreto de la transición española, el factor que enraizó la democracia y permitió el despegue espectacular de una economía que hoy compite en igualdad de circunstancias con las potencias europeas, fue el Pacto de la Moncloa, un inusitado acuerdo político nacional de fuerzas que parecían divorciadas para siempre, cincelado bajo el liderazgo del rey Juan Carlos, artífice incuestionable de una transición democrática que es ejemplo para los países iberoamericanos.)
En México no ha habido una concertación ni pacto entre las principales fuerzas opositoras. Por el contrario, hoy, cuando el país le ha abierto espacios reales de poder a todos los partidos políticos éstos se encuentran más divididos que nunca, recelosos de los demás, envidiosamente atrincherados y dispuestos a impedir el avance de las posiciones divergentes. En una cultura política que no admite alianzas, la histórica derrota del PRI se fue armando como un complejo rompecabezas que sería imposible concebir sin la unión de todas sus partes. A ello contribuyeron la visión histórica y el carisma de Vicente Fox, una inteligente estrategia de campaña que recordó el plebiscito chileno por el šno!, la ciudadanización del IFE y el voto avasallador de millones de electores que se rehusaron a continuar apoyando a un sistema desgastado, que jamás emprendió con honradez la reforma democrática. Un factor importante del cambio fue el ex presidente Ernesto Zedillo, que permitió la libertad de prensa y restringió de manera considerable las facultades metaconstitucionales del cargo. Finalmente, sería difícil explicar el entorno democrático que permeó los eventos del 2 de julio sin el inmediato reconocimiento presidencial de la derrota priísta: un hecho que impidió conflictos poselectorales y le imprimió a la victoria opositora el carácter de irreversible.
Pero la victoria foxista no significa el fin de la transición. Al contrario, en su mensaje a la nación, el nuevo Presidente reconoció que el 2 de julio fue simplemente la salida, que nadie podía arrogarse la autoría de la alternancia, y que la tolerancia era un factor esencial para alcanzar una transición concertada. Es importante que Fox esté consciente que él, y no Ernesto Zedillo, es el Presidente de la transición: un hecho que lo pone en el ojo del huracán y lo hace responsable de armar los acuerdos que permitan avances irreversibles en el ingente programa de gobierno para consolidar la democracia, restablecer la seguridad pública, frenar la corrupción, combatir la pobreza, atender los reclamos de los pueblos indígenas, promover una verdadera reforma judicial, impulsar la reforma política, modernizar la educación y continuar con el crecimiento económico sostenido. Para lograr el milagro, Fox cuenta con enormes intenciones y escasos recursos. Además, debe reconocer que su gabinete gerencial es un arma de dos filos: sus integrantes tienen el entusiasmo del reto histórico y poseen la valiosa disciplina de la administración por objetivos, Ƒpero adquirirán en el camino la virtud de la solidaridad social? Más aún, Ƒpodrán trabajar con la autocomplaciente burocracia del régimen anterior y encontrarán criterios objetivos para evitar conflictos de intereses?
Lograr el consenso que aterrice una transición iniciada en 1968 es tarea de todos, pero Ƒcómo disipar los dilemas hamletianos de los partidos políticos? El PRI: convertirse en oposición responsable o continuar por el despeñadero del revanchismo y la intransigencia insolente. El PRD: consolidar la izquierda vigorosa del siglo XXI o diluirse en la división, el aislamiento y la ausencia de rumbo. El PAN: convertirse en partido en el poder o ser comparsa de lo que promete ser el gobierno personalísimo de Vicente Fox. Estos y otros factores ponen en riesgo el consenso requerido para consolidar la transición concertada que desea el Presidente.