JUEVES 7 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Margo Glantz Ť
Disney, Ƒla banalización de la cultura?
El domingo pasado hubo un desfile memorable que hizo de la ciudad un gran teatro móvil y la desquició durante 10 horas, acto organizado por la empresa Disney y las tiendas Liverpool. Los célebres personajes que hizo famosos Walt Disney, Mickey Mouse, el Pato Donald, Tribilín quienes, sobre todo el primero, y según un famoso político, Fidel Castro, son más conocidos en México que los héroes patrios. Y en efecto, este desfile lo demostró. Esos personajes fueron definitivamente parte de la cultura popular, primero de Estados Unidos, luego del mundo entero, una nueva forma de expresión en todo el planeta, como podía apreciarse en los famosos dibujos animados o en las caricaturas dominicales. Sin embargo, ellos no fueron las más importantes figuras del desfile, las más relevavantes son las acuñadas por la nueva industria cinematográfica creada especialmente para los niños, aunque parece que para los adultos también. Se asegura que este desfile reunió a más de 7 millones de personas a lo largo del Periférico y las avenidas Revolución y Patriotismo (no sé quién ni cómo hicieron el cálculo). Y otro desfile muy reciente organizado por la Coca Cola que convocó a más de 3 millones de capitalinos.
Furioso, ante lo que parece ser un crimen contra la ciudadanía, un diputado del PAN propone que se decrete una ley para regular el flujo de los manifestantes que se reúnen para protestar por cuestiones políticas y demandas sociales, y bloquean continuamente las arterias más importantes de nuestra ciudad más transparente; su propuesta es sencilla: a los manifestantes sólo se les permitiría reunirse en espacios cerrados como los estadios; las autoridades y los medios acudirán a esos lugares para tomar y dar cuenta de sus agravios. Allí dentro estarán bien controlados y no trastornarán la vida regular de la urbe.
Cuando una reportera de Canal 40 le preguntó al joven diputado panista que si los desfiles, como el organizado el pasado domingo, deberían también confinarse en lugares cerrados y fácilmente controlables, su respuesta fue extraordinaria: esos desfiles deben permitirse, dijo, porque son actos culturales.
Y aquí viene la pregunta: Ƒson los desfiles organizados por este tipo de empresas fenómenos culturales?, Ƒdeben ser vistos como ejemplos de una popularización de la cultura?, Ƒestarán dentro de esos fenómenos que recientemente han recibido una nueva designación?, Ƒqué es realmente o qué es hoy la cultura? Es evidente que las grandes industrias globalizadas -palabra tan manoseada que da náusea- han puesto a circular mecanismos masivos y poderosos para distribuir sus productos.
Una de esas empresas es la Disney, cuyas películas se distribuyen en millones de ejemplares en los grandes cines de todas las ciudades del mundo, vendidas luego en formato de video y muchas ya en DVD, además de producir juguetes de plástico, utensilios domésticos, discos compactos, cuadernos para colorear, libros (lo que menos importan en realidad en este contexto), camisetas, productos todos que los niños conocen mediante anuncios televisivos o de boca en boca o hasta de cuerpo en cuerpo. Sí, definitivamente, los productos de la empresa Walt Disney han contribuido a moldear un nuevo imaginario colectivo infantil transmitido de generación en generación, un imaginario que como lo demuestra el éxito del desfile parecería definitivamente arraigado entre niños, jóvenes y adultos.
Y voy a correr un riesgo, me iré completamente del otro lado: El pasado sábado se le entregó a Juan Gelman el Premio Juan Rulfo. Un galardón convocado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En su discurso, Gelman se refirió a un peligro que parece amenazar la existencia de la literatura y, claro, de los libros, una de las formas fundamentales de la cultura, la que le permite al hombre no sólo contemplar, sino pensar, intervenir en su propio futuro. Dijo, si no recuerdo mal, que un simple microchip no iba a convertir nuestra lengua en trapo y agregó, ya de manera más general, ''que ninguna catástrofe natural o provocada por el hombre, como los constantes genocidios a los que se somete a la humanidad, ha podido jamás cortar el hilo de la poesía".
Sin embargo, y de regreso de Guadalajara adonde fui invitada para presentar una semblanza sobre el poeta laureado, leo la reseña de ese monumental desfile al que me he venido refiriendo desde el inicio de este texto. Y de inmediato hice una asociación, aunque parezca exagerado, aunque no venga a cuento, aunque caiga en versiones apocalípticas de bolsillo: recordé la polémica tesis que Hannah Arendt propuso en su famoso libro sobre el proceso de Eichmann.
Y vuelvo a preguntarme, Ƒla despersonalización absoluta que implica la asistencia a desfiles como éstos, el proceso de banalización que de ello se sigue, no constituirá una de las formas más refinadas de abolición del pensamiento, una de las formas más perfectas de la despolitización, una caída total en la uniforme banalización, una forma maquiavélicamente concebida de irresponsabilidad colectiva? Esa zona infame que, como dice Giorgio Agamben, refiriéndose a su vez a Hannah Arendt, se inscribe ''en la terrible, la inefable, la impensable banalidad del mal".
Pero no quiero hacer de un simple botón la muestra, y termino con una nota optimista: una golondrina no hace verano. Creo.