Ť Conmemora esa casa editorial cuatro décadas de actividad
La colaboración de Benítez con Ediciones Era todavía no termina
Ť Autor de La batalla de Cuba y Viaje a la Tarahumara, primeros volúmenes publicados por ese sello
Ť La ciudad que perdimos, antología con textos de juventud del decano del periodismo cultural
César Güemes Ť Desde algún lugar del éter, en la sala de redacción donde se encuentre, Fernando Benítez continúa, fiel, publicando en Era. La natural complicación que la biología determina es salvada por los editores para este su aniversario número 40 de la forma siguiente y que ellos mismos explican:
''La
batalla de Cuba y Viaje a la Tarahumara fueron en 1960 los primeros
libros de Ediciones Era. Al conmemorar la editorial sus 40 años
de existencia, Fernando Benítez, acaso el más constante de
sus autores, ya no está entre nosotros. Pero la colaboración
no ha terminado. Para iniciar una antología de las muchas páginas
que dejó dispersas a lo largo de casi 70 años de ejercicio
periodístico, elegimos una selección de sus primeros trabajos,
textos de juventud publicados en Revista de Revistas, excepto el
último, que apareció en El Nacional.
Los trabajos a que hace alusión el dato de los editores conforman la primera parte, la formativa, de quien fuera años más tarde el decano del periodismo cultural en México. Frescura, arrojo y una entendible dosis de inocencia integran la antología La ciudad que perdimos. La lista de textos vale la pena de reproducirse: Estampas del siglo XIX, Cuatro bibliómanos del siglo XIX, La sala de arqueología del Museo Nacional, Fiestas en el siglo XIX, El automovilismo en México, Un maravilloso jardín que desaparece, Arturo Arnáiz y Freg, el más joven investigador mexicano, Los ojos miopes que vieran la ciudad legendaria, El claustro de la Casa de la Profesa, Dos mensajes de muerte, El general don Diego Alvarez, Viajeros en México, Los cuatro grandes políglotas, El caballero D'Alvimar y Un episodio del sitio de Querétaro.
Fusión entre literatura y periodismo
El repaso que Benítez hace de los cuatro bibliómanos sería suficiente para acercarse al libro todo. Respecto de uno de ellos, Luis del Razo, lector y pícaro, dice el periodista que tenía ''infinitos recursos para saciar su hambrienta pasión por los libros, burlando la tradicional pobreza del coleccionador mexicano.
''Su biblioteca no se hallaba agrupada amorosamente en el mejor aposento de su casa, sino dispersa en la mansión que fundara el filántropo conde Romero de Terreros, consuelo de pobres y alivio de arrancados; ya que don Luis del Razo, para comprar nuevas obras, empeñaba grandes lotes de libros con gran pena de su parte. En compensación llevaba un gran número de papeletas de empeño. Cuidadosamente clasificadas."
A la ya de suyo extraña y singularísima forma de comprar libros pignorando otros que tenía el magnífico lector y bibliómano Del Razo, hay que añadir esta anécdota con que cierra Benítez el retrato del personaje: ''Cuando alguien le preguntaba por determinado libro, después de entendida la pregunta ?cosa que acontecía a la tercera o cuarta vez de formulada, pues era sordo como una tapia? se apresuraba a contestar:
''?Por supuesto que lo tengo ?y mostrando una papeleta, agregaba?. Aquí tiene usted a Veytia, y aquí están las Disertaciones de Alamán, aunque bastante reducidas."
La ciudad que perdimos tiene, ciertamente, un claro dejo de nostalgia, pero no es ese el tinte que engloba al volumen. Después que todo, o mejor, antes que nada el registro que Benítez ofrecía a sus lectores en Revista de Revistas y luego en El Nacional, se conforma por viñetas que pasaron por un proceso de investigación en muchas ocasiones de primera mano o de referencia casi inmediata. De modo que ahí está el periodista y se vislumbra ya, cuando tiene que echar mano de la imaginación para reconstruir un rostro o un modo de andar, al creador de personajes que lo llevarían de manera inevitable a la novela.
Es el caso del apartado El caballero D'Alvimar: ''El 5 de agosto de 1808, un general francés, ataviado de lujoso uniforme, se presentó ante el oficial de guardia destacado en Nacadoches, dependiente de la comandancia de Texas". Ahí está el inicio de un cuento perfecto que es en realidad la fusión contemporánea entre literatura y periodismo.