MIERCOLES 6 DE DICIEMBRE DE 2000

Ť Intenso movimiento castrense en carreteras


Intactos, los cuarteles militares en la región de las cañadas

Ť La ausencia de puestos de control no quita a la tropa la costumbre del retén Ť Guadalupe Tepeyac, hoy el laberinto solitario del despojo

Hermann Bellinghausen, enviado, Guadalupe Tepeyac, Chis., 5 de diciembre Ť Ninguna guarnición del Ejército federal en la región de las cañadas de la selva Lacandona ha sido levantada. La desaparición de los puestos de control en Taniperla, Río San Juan, La Sultana, Vicente Guerrero o aquí mismo, y la suspensión de patrullajes a través de las comunidades no quitan aún a los soldados la costumbre del retén, y según testimonios de indígenas de distintas comunidades, "se dan sus vueltas" todos los días.

En Cuxuljá al menos, la tentación de la costumbre ha sido tanta que en repetidas ocasiones los soldados han detenido e interrogado a los transeúntes, después de que se ordenó el levantamiento de los controles. En Las Tazas, Taniperla, Amparo Aguatinta y el río Euseba, los soldados se mantienen pendientes del camino desde los cuarteles.

La pinta urbana de los nuevos cuarteles en Guadalupe Tepeyac y el puente sobre el río Euseba resultan muy contrastantes en medio del alguna vez llamado por los misioneros Desierto de la Soledad. Calles, oficinas, supermercados, gimnasios, bodegas y una población fija de varios centenares de soldados que sigue tal cual, dejan claro que la desmilitarización de la zona de conflicto, si la ha de haber, no ha comenzado. Se registra, en todo caso, una mayor concentración de tropas en los puntos nodales de la ocupación castrense. Monte Líbano, La Garrucha o Maravilla Tenejapa, además de los ya mencionados, siguen como los dejó la administración zedillista: en actividad. Incluso Amador Hernández.

Por las carreteras de Chiapas se observan ahora intensos movimientos militares; grandes convoyes transitando en ambas direcciones salen a, y llegan de, Tuxtla Gutiérrez, Ocosingo, Comitán y San Cristóbal de las Casas en lo que resulta, a pesar de lo impreciso de las declaraciones oficiales, uno de tantos recambios de tropa.

Estrenando cuartel en Tepeyac

Lo que más llama la atención es la calzada ancha, blanca de tan pavimentada, flanqueada por banquetas firmes y jardineras flamantes. Pero también sorprenden los muros de roca que flanquean la gran reja (20 metros de hierro negro que desde hace unos días sirven de portón para el cuartel de la Sedena en Guadalupe Tepeyac). Adentro, un trajín de tropa va y viene frente a las garitas de concreto, pintadas de verde muy oscuro. La extrañeza que produce esta radiante urbanización es doble: por el contexto verde de la selva Lacandona en pleno, y por encontrarse a un lado de la desolación total de un pueblo vacío y fantasmal, un caserío en ruinas, ya devorado por la maleza de casi seis años. Usado por los soldados y por otros como burdel, escondrijo o letrina, el que fue pueblo de Guadalupe Tepeyac es hoy el laberinto solitario del despojo. En las vísperas del cambio presidencial, el Ejército federal culminó la edificación de este conjunto arquitectónico, con edificios de dos y tres pisos, hangares y planchas de asfalto, en el mismo terreno donde los zapatistas habían edificado en 1994 su primer Aguascalientes. A partir del pasado 1o. de diciembre, en un mero movimiento de resguardo, el puesto de control que operaba en la pista aérea fue desmantelado completamente. Sólo quedaron algunas estructuras de piedra, y los soldados se concentraron en el cuartel, a 100 metros. La guarnición permanece intacta. Al parecer, se retiraron los agentes de Migración que hasta hace unos días, laboraban aquí. Los vehículos (Hummer, tanquetas, ambulancias), estacionados bajo cobertizos, aparecen rodeados por decenas de soldados en atavío de faena. La rutina de cuartel continúa. Un joven oficial sale por el portón y enfila hacia el poblado desierto en su jogging matinal. Atraviesa sobre el camino el antiguo caserío y llega a la esquina, al pie del cerro Tepeyac, donde se encuentra el gran hospital de aliento aún salinista, que desde su inauguración fue un injerto en ese pueblo tojolabal, un elefante blanco.

El corredor dobla a su derecha y sigue el trayecto de la carretera. A su derecha la escuela completamente destruida, después de servir de cuartel de la PGR y campo deportivo de la tropa, ahora ya no sirve para nada. A su izquierda, la casa donde antes estuvo la sede del municipio autónomo San Pedro de Michoacán, y desde que llegaron los soldados ha sido dormitorio de una variada fauna, lo mismo electricistas que policías y hasta prostitutas. Con paso firme prosigue hacia la colonia militar que ocupa el extremo opuesto del viejo Guadalupe Tepeyac, y en ella se interna, pisando nuevamente una calzada de asfalto, otra urbanización que trajo la guerra. En tanto, los más de 500 habitantes originarios, y dueños legales del pueblo y las tierras de labranza, han vivido en el exilio desde el 9 de febrero de 1995, cuando el Ejército federal ocupó la comunidad. El gobierno de Zedillo los "castigó" con un peregrinaje por la selva Lacandona que no ha terminado. Esa ha sido, y es, su resistencia.

En dirección a La Esperanza, atrás del viejo Aguascalientes, donde se ubican los tiraderos de basura del cuartel y de la colonia militar, varias familias de zopilotes vigilan desconfiados, indicando que, para ellos, la pepena no se acaba todavía.