MARTES 5 DE DICIEMBRE DE 2000
En una semana los peregrinos llegarían a la capital del país
A un paso del DF, la caravana de Xi'Nich
Ramón Vera Herrera, especial para La Jornada, San Hipólito Xochiltenango-Amozoc, Pue., 4 de diciembre Ť -Aquí abajo está enterrado tu papá, por ahí en la esquina --dijo doña Elvira.
-No, en la esquina están tus tíos, mi papá está más para acá, cerca del cantero -contestó la seño Josefina.
Platican dos de las integrantes del Frente Mixteco-Nahua-Popoloca que recibieron a la peregrinación de Xi'Nich y Las Abejas en San Hipólito Xochiltenango, una de las cinco o seis comunidades aledañas a Tepeaca, el mercado más importante de la región.
Y es que para comunidades así sigue siendo muy importante saber dónde están enterrados sus muertos, que ocupan el suelo del atrio de la vicaría en una especie de tramado de difuntos comunes que van acumulando una memoria que entre todos y todas comparten.
El atrio está arreglado para el recibimiento, modesto en principio, pero pleno del cariño de una veintena de mujeres, casi todas mayores, sembradoras de brócoli, calabaza, col, coliflor, pero también margaritas, noras, crisantemo y nube para los mercados de Tepeaca y Huixcolutla, y que seguramente terminarán en la ciudad de Puebla, tarde o temprano.
-Antes -dice seño Josefina-, todos estos pueblos estaban cada uno en su lugar; ahora un puente nos separa de San Nicolás, sólo un caño de La Candelaria. Y es que el mundo ya se está tejiendo. Ora la gente que ya se fue a la ciudad no siente el cariño de lo que somos. Ora ya empieza a haber asaltos, antes, cuándo. Muchos de los pueblos de por acá ya no hablamos el nahua, siendo que nuestros viejitos sí lo hablaban. Esto va a acabar siendo una ciudad bien grande; cada una de estas comunidades son ya barrios de Tepeaca, que siempre ha sido una ciudad muy principal. Pero la gente no se deja. Como se sentían fuertes los tepeacos, comenzaron hace unos años a cobrarle por todo a la gente que llevaba mercancías, que si por parar su carro cargado, que si por la cantidad descargada, que si por pitos y flautas. Y la gente de los pueblos se comenzó a enojar. Quisieron entonces hacer un mercado independiente a la salida de San Hipólito, y se llenó tanto que ya no cabíamos. Entonces la gente de Huixcolutla pensó y decidió donar un llano grande que nadie ocupaba y ahí se hizo el nuevo mercado. Ahora el centro de abasto de Huixcolutla es bien grande y ahí va a vender mucha gente a la que ya no le gustó el trato de Tepeaca.
Los peregrinos que al llegar a San Hipólito cumplían 48 días de camino, llegaron a una región muy combativa, antiguo territorio zapatista, como lo atestiguan los cascos de hacienda abandonados y llenos de hierba crecida que bordean la carretera federal entre San Hipólito y Amozoc.
Y tiene razón, seño Josefina, los pueblos se están tejiendo. Pero no sólo por el crecimiento urbano que torna con sus reverberaciones a antiguas comunidades campesinas en barrios pobres de ciudades más grandes, sino porque --como lo demuestra la enorme solidaridad encontrada en cada parroquia, vicaría o convento entre Acteal y la ciudad de Puebla-- existen ríos subterráneos que conectan la resistencia de comunidades, poblados y organizaciones campesinas e indígenas y los identifican sin mayor dificultad.
No habría sido posible una peregrinación así, si no existiera ese tramado de memoria común que los emparenta, aunque no hayan cruzado palabra hasta el día de hoy. Encontrarse es el evento del día, y de todo el viaje.
Después de la comida, como cada día durante todo el recorrido anterior, celebran su misa, que para los peregrinos no es sólo una comunicación con lo sagrado, con la memoria de sus muertos y vivos, sino casi una asamblea. La celebración de la comunión --acto central de su misa-- va más allá, y basados en las palabras de los evangelios reflexionan para todos en tzeltal, chol, tzotzil y castilla.
Uno de ellos dice: "yo lo que entiendo de esta lectura es que nuestro trabajo que llevamos en este camino es ver que los pueblos están juntos, se reconocen. Quizá es que estamos unidos en el cielo, por eso caminamos, para unirlos también en la tierra".
"Evento social"
Después de la misa se abre un espacio que ellos llaman "evento social". Canta un grupo norteño --pero poblano-- con bajo eléctrico, acordeón y bajosexto, puros corridos revolucionarios, en memoria de Emiliano Zapata y los antiguos coroneles de la región.
El encuentro entre los peregrinos chiapanecos y los pueblos nahuas, mixtecos y popolocas es entonces un tramado de signos, pero también de tiempos. Pesa en el ambiente la globalidad que se cierne, el pasado zapatista de los anfitriones durante la Revolución, la fiesta de San Andrés que se celebra y da pie para recordar a los tzotziles de San Andrés Sacamchen de los Pobres, en Los Altos de Chiapas, y los acuerdos que alguna vez ahí se firmaron y que incumplidos están; los cantos de los viejos a la hora de la misa, con su tinte de canciones rurales del siglo xix; el gesto del vicario, muy de la Edad Media, de permitir que en el templo duerman los peregrinos que no alcanzaron piso en la escuela de San Hipólito. Es recordatorio de que esos pueblos poblanos están vacíos de hombres jóvenes que van y vienen entre Puebla y Nueva York, y donde los que se quedan son albañiles o trabajan en las plantas de cal que bordean la carretera federal, mientras ellas son las que trabajan la tierra.
El camino entre San Hipólito y Amozoc se recorre pausado, fluyendo por entre el polvo fino de la cal, entre cascarones de automóviles y tráilers, laderas sembradas, pastores con sus hatos de ovejas y árboles muy antiguos. El tránsito es pesado y se hace difícil por momentos. Siete vehículos chocan entre sí pese a estar parados por un torton que no obedece las señales de la policía de caminos y la seguridad vial. Los peregrinos abren los ojos al ver tanto betabel, flor, chivitos, mulas y becerros montados en las camionetas que esperan poder avanzar.
Cambio de ruta
Al arribar a Amozoc, los peregrinos llegaron a 49 días de marcha y cumplieron los mil 100 kilómetros que Xi'Nich' cubrió por otra ruta de Palenque al Distrito Federal. Les faltaban 200 más, ocho días de viaje. Se instalaron en una escuela y ahí reciberon, como siempre, la comida y el cariño de los lugareños. Decidieron cambiar su ruta y no cruzar por el Paso de Cortés, porque les informaron por celular que la ceniza estaba muy pesada, el frío era intenso y podría haber riesgos para la salud de los peregrinos. Estaban muy enteros y contentos, pero más vale. Cruzaron hacia Chalco desde Cholula, por Río Frío, en donde hicieron una concentración importante con la gente que desde México iría a saludarlos, en Llano Grande. De ahí, la peregrinación entró a Chalco, desde donde se esperaba que una gran cantidad de personas se sumara.
Carlos, un xi'nich' de 17 años, plantea sin proponérselo algunos de los sentidos de esta peregrinación.
-Yo vivo cerca de Chenalhó y estudié mi primaria. Si ya no seguí es porque hay mucho salteador que te agarra cuando te vas a la escuela. Hay parajes muy de peligro. No podemos ir. Nos da miedo. Por eso casi nadie estudia la secundaria. Si son muchachas, las violan. Son los paramilitares, quién más. A mí me cogió el miedo y mejor no salgo; ahí trabajando con mis papás quedo mejor.
-ƑY por qué andas por acá, tan lejos de tu casa?
-Ah, porque aquí ando entre compañeros, aquí no siento miedo, estoy contento, pues; aquí sirvo para algo, tal vez.