LUNES 4 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť José Cueli Ť

Ondular el aire valenciano

Enrique Ponce, despojado de toda teatralidad recogido con sobria torería dibujaba pases naturales y de pecho cuyas líneas de esfumaban como un sueño. Muñecas que sabían quebrarse a tiempo en exaltado rompimiento de alas. El movimiento de la muleta era una sinfonía que andaba sobre las nubes con empuje de alas. Envuelto en el aire, hendiendo en el aire la tela. Las zapatillas reposaban con majestad resuelta y los muslos como torres decían la gracia del ritmo. La belleza triunfaba sobre la barbarie en el toreo.

En la inspiración tenía un cierto aliento no sólo torero, sino escultural. Ritmo en el ajustamiento de líneas y distancias que determinaban la belleza de la faena. Ubicado en el espacio generaba una bella perspectiva con el graderío multicolor por fondo. Los pases naturales rematados clásicamente con el de pecho eran monumentos armónicos que se expresaban con vivacidad, plenitud y hondura; torería en una palabra. Su mar mediterráneo en línea de ondulación, perfectamente naturales vivas y hermosas, como soneto bien rimado.

Mando y temple quedaron agrupados sobria y serenamente en composición de todos que fueron de agudos a graves según el olé del graderío. Los redondos bien unidos y bien separados tenían valor propio valenciano que no perjudicaba el toro general de la faena. Pero era la ligazón que unía los lances lo más importante. La clara cifra de sus cualidades más características. Cites embarcando el burel muy reunido que daban por resultado una subyugadora impresión de belleza, aunada al sello propio del artista que con su maestría volvió a un manso remiso, dócil colaborador.

El torero en su relajada concepción del toreo -para el que lo entienda- era lenguaje revelador de espirituales misterios y grave gozo satisfecho. La sombra de la palma de la mano que llevaba la muleta tenía acción majestuosa, algo místico, remarcado por la seriedad en el rostro, en clásico gesto de inspiración que señalaba las curvas de los redondos y el pase natural al toro... los pliegues de la muleta que se abrían para el vuelo planeador a rítmica pausa marina entre lances bien deletreados, que refería el alma del ejecutante.

Todo hablaba en Enrique Ponce de reposo, quietud. El reposo trágico de la muerte expresado en la lidia de los toros bravos. Concepción trágica de la más sugestiva melancolía que encierra un espíritu recio y una voluntad luminadora. Faena de antología del valenciano que abrió el frasco de los aromas naranjaros en su torear. En tarde que El Zotoluco se fue para arriba al indultar uno de los toros de Los Encinos. šEn la Plaza México hubo ondular de aire valenciano!