LUNES 4 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Elba Esther Gordillo Ť
El tiempo y el espacio
Con la alternancia política que se inicia en Baja California hace una década y tiene su punto culminante el pasado primero de diciembre con la llegada de Vicente Fox a la Presidencia de la República, se inaugura una nueva era política en la que el papel central lo tendrá la sociedad, quien fue la que decidió hacer del cambio su objetivo y referente.
Si bien la distancia que medió entre el partido vencedor y el que ocupó la segunda posición fue relativamente pequeña, y el mandato electoral construyó un impecable equilibrio camaral, el consenso del que dispone el nuevo gobierno ha crecido y con ello se han ampliado sus márgenes de maniobra y gobernabilidad.
No es una desproporción afirmar que hay una verdadera luna de miel entre el gobierno que inicia y la sociedad, y que dicha situación se encuentra sustentada más por razones de carácter subjetivo que porque se haya empezado a demostrar la viabilidad de las ofertas electorales, o a traducir la esperanza en realizaciones objetivas, siendo muy posible que esa situación prevalezca por un buen tiempo.
Es en esas condiciones que el PRI tendrá que enfrentar el reto de, primero, sobrevivir, y luego preservar su capital político y hacerlo funcional no sólo con respecto a su perfil ideológico y programático, sino con el que la sociedad espera.
Negarse a entender el cambio de situación que ya se vive, como se negó a impulsar los cambios que lo hubieran colocado en otra circunstancia de cara a una sociedad profundamente transformada, significará su fin y, con él, la imposibilidad de convertir la alternancia en la vía privilegiada de la normalidad democrática.
Con todo y que es indispensable desentrañar las causas que lo condujeron a la derrota electoral, en este momento lo más importante es evitar la diáspora o el enfrentamiento faccioso que destruya la precaria cohesión que aún tiene, pero que no se percibe duradera. Si bien en política la definición de los tiempos resulta esencial, en estos momentos lo es más, ya que la dinámica de los sucesos no los fija el partido y contribuye poco en la elección de los contenidos.
La renovación de la dirigencia se hace indispensable más allá de los méritos o deméritos que se le pueden atribuir, porque ha perdido toda capacidad de concertación ya no se diga de conducción; sin embargo, esta decisión no debe contribuir a profundizar las diferencias y a reciclar los rencores. No se trata de proponer la elección de quien habrá de ser el dirigente que resulte de un proceso interno renovado y democrático, ni de definir la línea programática que habrá de impulsarse para la reconquista del Poder Ejecutivo, sino decidir por una dirigencia de transición, claramente acotada en tiempo y tareas a desempeñar, que pueda agrupar al priísmo y darle una conducción en estos complicados momentos.
En la medida que se acepte que lo importante es sobrevivir, que la sociedad no está dispuesta a valorar acciones de descalificación sin contenido ni destino, que la política no se define como la oposición a ultranza, que toda circunstancia es transitoria si se mira el largo plazo, en esa medida la derrota podrá convertirse en victoria y la fuerza política, más que preservarse, se incrementará.
Si por el contrario, seguimos pensando que la valoración social nos pertenece, aun por encima de las realidades objetivas, lamentablemente el PRI no tendrá una segunda oportunidad y la sociedad carecerá de los referentes para premiar, castigar, comparar y elegir, que es al final de cuentas la esencia de toda democracia.