SABADO 2 DE DICIEMBRE DE 2000

Ť LA MUESTRA

Canciones del segundo piso

El director sueco Roy Andersson es célebre en su país por su trabajo en la publicidad (más de 300 spots para la tv y el cine), y por su labor en su propia compañía, Studio 24, la cual le ha permitido gozar rápidamente de autonomía con los recursos suficientes para producir, en asociación con teledifusoras e institutos de cine de tres países (Suecia, Dinamarca, Noruega), Canciones del segundo piso, largometraje original, por momentos fascinante, que suscitó polémicas en el pasado festival de Cannes donde recibió el premio especial del jurado.

Sería inútil, ocioso y frustrante intentar encontrar en el guión del cineasta una línea narrativa convencional, acaso habría un hilo conductor en la figura de un hombre que acaba de prender fuego a su negocio para cobrar el seguro. Una y otra vez aparece este personaje con el rostro cenizo, la ropa estropeada, encerrado en un bar, mientras en la calle un embotellamiento de ocho horas sugiere el inicio del Apocalipsis.

Canciones... se construye a partir de 46 viñetas, que son otras tantas escenas fijas, con movimientos mínimos de cámara, y un recurso insistente al gran angular para acentuar en las perspectivas urbanas una sensación de desolación y caos. La fotografía en color, con sugerentes dominantes verdosas, reproduce un ambiente alucinante donde transcurren procesiones urbanas, con multitudes sometidas a rituales de autoflagelación; más adelante asistimos a una enigmática ceremonia de sacrificio en la que una niña con los ojos vendados es arrojada al abismo. No hay explicación alguna, este rito es sólo un elemento más del absurdo que domina en la cinta. Se ha señalado con insistencia la filiación estética y temática que existe entre esta película y el cine de Terry Gilliam (Brazil) y sus fabulaciones oníricas. Pero son tantas las anotaciones realistas de la cinta sueca, tan fuerte su deseo de transgresión, su pesimismo y desaliento existenciales, que es difícil no pensar en el finlandés Aki Kaurismaki, en alguna novela de Kafka, o en el espléndido Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, donde multitudes insomnes e invidentes recorren la ciudad sin meta ni objetivo.

Andersson procede a una acumulación de escenas extravagantes, inconexas o con correspondencias caprichosas, donde a veces se llega sin embargo a un toque de delirio surrealista, como cuando numerosos carros cargados de maletas aparecen frente a mostradores de un aeropuerto a los que no consiguen llegar nunca. O la escena culminante, donde un vendedor de cristos sufre una crisis nerviosa y arroja a un basurero sus cruces, gritando cuán mal negocio es tratar de vender hoy día a ''un perdedor crucificado". En esta cinta que desea ser evocación de poemas de César Vallejo (''Bienaventurado el que se sienta"), hay lugar aún para evocaciones del teatro pánico de Fernando Arrabal (Cementerio de automóviles) revisado 40 años después. Y paralelo a las irreverencias que prodiga el filme, figuran ocurrencias afortunadas, como la de los personajes que en una junta de trabajo ven aterrados cómo un edificio vecino se tambalea. Canciones... es una cinta singular en su construcción dramática y factura. Dista mucho de ser una mera colección de viñetas extravagantes y gratuitas. Es una reflexión sobre la soledad, los costos de la modernización y la prosperidad, y sobre la capacidad humana de soportar e infligir humillaciones físicas y morales. Un anciano celebra su centenario sobre una bacinica, mientras escucha los elogios oficiales a su gloria de latifundista. Por la noche, abandonado en su cuna de altos barrotes, casi inaudible pide auxilio. Una viñeta más de desolación, un momento inestimable de ternura. Una de las mejores cintas de la muestra.

Ť Carlos Bonfil Ť