SABADO 2 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť La bancada priísta, como agua para chocolate
El relevo, demostración de que Fox quiere imponer su estilo
Ť Vestir de gris, saludar a sus hijos antes que al Congreso y modificar el juramento, aportaciones del Presidente al protocolo
Elena Gallegos Ť Dueño de la escena, conocedor de la repercusión de su imagen, sabedor de que importaban más los millones que lo seguían en los televisores que los cientos que estaban en el salón de sesiones del Palacio Legislativo, Vicente Fox Quesada quebró la voz para ofrecer a ''todas las chiquillas y los chiquillos de México'' que no les fallaría. Pero como los priístas estaban bien ardidos -lo están desde el 2 de julio-, el dramatismo de Fox los puso como agua para chocolate. Estallaron entonces, burlones, punzantes, algunos: ''šquiere llorar!, šquiere llorar!''
A esas alturas, ya le habían soltado repetidos ''šmentiroso!, šmentiroso!'', y retadores, habían tratado de sabotear sus promesas con sarcásticos ''hoy, hoy, hoy...''. Cuando parafraseó a Octavio Paz, la respuesta del bronx fue brutal: ''šni lo has leído!''. Tampoco ellos, pero era su pequeña revancha. Porque en la ceremonia de toma de posesión, Presidente y adversarios -salvo el PRD, que se concretó a mirar- dejaron atrás las formas que hacían el ritual de la transferencia de poderes de los gobiernos priístas.
Hasta hace muy poco incapaces de protestar, sumisos, ayer los priístas recibieron su primera gran lección como opositores. Fox, por su parte, aprovechó sus reclamos para el lucimiento. Los nuevos tiempos.
De entrada y contra lo que indica el manual, soltó: ''šhola, Ana Cristina; hola Paulina... Vicente... Rodrigo...!''(sus hijos). Fue hasta después de que se dirigió al ''honorable Congreso de la Unión''. Esto les cayó en el hígado a los legisladores, incluyendo a los eufóricos panistas. ''Hombre, ya ni la amuela, pues si este es un acto solemne''.
Un priísta lo explicó así: ''quiere imponer su propio estilo. Te acuerdas que Echeverría también lo intentó desde el principio, y así le fue... y nos fue''.
A otros les molestó la ropa que escogió para la ocasión. Diego Fernández de Cevallos convino en que ''indudablemente, en mi opinión, debió haber venido vestido de negro y no debió saludar, inicialmente y desde la tribuna, a sus hijos''. Con todo, le restó importancia. ''Es sólo una cuestión de protocolo''.
Conservadores y Ƒliberales?
Mientras Fox andaba en la Basílica -se dijo que sería privadísimo, pero pronto se supo que sólo estaría šla televisión!-, los ochos partidos representados en el Congreso fijaron sus posturas frente al cambio. Los primeros cuatro diputados pasaron prácticamente desapercibidos para funcionarios, legisladores, periodistas, intelectuales y diplomáticos que atestaron el lugar. Por más que Ricardo García Cervantes, el presidente de la mesa directiva, se empeñaba en llamar al orden, los grupitos se multiplicaban y el tiempo se aprovechaba en saludar a los conocidos.
A Félix Salgado le preguntaban con insistencia de su película. Pronto comenzará a filmar. Y le preguntaban también, sobre todo ingenuos priístas, el significado de usar para la ocasión una corbata roja con los 101 dálmatas: ''por eso de la perrada'', les contestaba.
El guerrerense se trajo de la funeraria Manzanares de Acapulco una carroza fúnebre Chevrolet modelo 1950. Quería llevarse en ella a Zedillo. Se encontró con que la máxima velocidad de la carcacha eran apenas š40 kilómetros por hora!, así que le llevó toda la noche recorrer la distancia desde el puerto.
Manuel El Meme Garza le contaba a quien se dejaba que él, muy de mañana, se había ido a depositarle una ofrenda a Juárez, y el perredista Emilio Ulloa revelaba que su fracción se abstendría de cualquier tipo de manifestación: ''lo de hoy es entre panistas y priístas; que se den ellos''. Y así sucedió.
Fue hasta que el senador perredista Jesús Ortega tomó la palabra y se lanzó lo mismo contra los que se van que contra los que llegan, cuando se hizo el silencio. ''No se equivoque, presidente Fox, no se equivoque...'', le repitió para advertirle: ''la generosidad del pueblo mexicano que le brindó su esperanza no puede confundirla con vasallaje''.
Siempre en el límite -añorando el pasado en el que fueron amos y señores-, los priístas comenzaron el sainete. Protagónico como es, Eduardo Andrade se quejó porque no estaba funcionando el cronómetro y con eso armó su numerito. García Cervantes le recetó el artículo del reglamento en el que se establece el respeto que debe guardarse al orador.
No paró ahí, cuando terminó la intervención de Ortega, la líder de la fracción priísta, Beatriz Paredes -vestida de azul, muy ad hoc para la ocasión-, lo descalificó al expresar ''nuestra plena confianza en las decisiones de la mesa directiva''. Los panistas se regocijaron: ''šZas! -se escuchó en la bancada. ƑYa ven cómo entre ellos se van a hacer pedazos?''.
A la postre, Ortega fue el único que recibió aplausos de todos lados. De los priístas, cuando dijo que los electores no votaron por un programa económico de derecha y conservador. Los panistas cuando les dijo a los priístas que debían preocuparse por los millones y millones de pobres que dejaron y no porque perdieron el poder. ''Finalmente una cosa es consecuencia de la otra'', los remató.
A esas horas ya habían llegado los miembros de los dos gabinetes, entrante y saliente. A la derecha de la tribuna quedaron los foxistas; a la izquierda, los zedillistas. En el balcón del Presidente y dado el montón de nuevos puestos, se acomodaron tres hileras de sillones. En el de Zedillo, dos.
Por el PAN, Felipe Calderón le puso otra banderilla al PRI. ''Vicente Fox recibirá, a largo plazo, finanzas públicas en quiebra''. ''šFalso!, šfalso!'', le respondieron. Calderón tenía más: ''se cierra hoy una página triste de la historia nacional''. En este punto los silbidos sustituyeron a los argumentos.
El último de la ronda fue el senador Enrique Jackson. Mesurado, tejió un discurso que buscó apaciguar los ánimos. Sin embargo, aclaró a la nueva clase en el poder que su partido será leal en la defensa de la soberanía, la democracia, las libertades y la justicia social. Aquí, fueron los panistas los que se burlaron. Lo terminó así: šViva el PRI! šViva México! Enseguida, sus compañeros se pusieron de pie y, con el puño en alto, corearon ''Mé-xi-co, Mé-xi-co''. Los panistas se sumaron al grito haciendo la ''V'' de la victoria. Era la catarsis.
Y es que desde muy tempranito García Cervantes les mandó decir a los 207 diputados que integran la bancada de su partido, el PAN: ''deben moderar sus manifestaciones de júbilo; los priístas están muy tensos''. El ex alcalde de Tampico Diego Alonso Hinojosa estalló: ''šNi madres, he esperado esto por décadas!''. Pero los priístas no necesitaban mucho para salirse de sus casillas...
Eso quedó demostrado a las once en punto. A esa hora, cruzó el pasillo central Ernesto Zedillo. Los panistas le aplaudieron con ganas. Algunos priístas le propinaron sonoros: šuuulero, uuulero! Otros le dieron la espalda, algunos más sólo lo abuchearon y cuentan que el gobernador Ricardo Monreal festejó: ''šQué bueno que ya se va... A mí me traía jodido!''. Cinco minutos más tarde llegó Fox... En el área ocupada por el PAN fue la locura. Se abrazaban, se felicitaban. Algunas legisladoras lloraban.
El primer reclamo del PRI no se dejó esperar. Apenas acababa de tomar protesta y ya Efraín Leyva Mortera le gritaba: ''šque respete la Constitución, que respete la Constitución''. Fox decidió incluir en el texto que marca para ello el artículo 87 constitucional la frase ''por los pobres y los marginados''. No tardó en sumarse Andrade, pero el más beligerante fue Benjamín Ayala. Ssshhh, los callaron, y Fox leyó su discurso.
Dijo lo que todos querían escuchar. Este viernes, como cada 1o. de diciembre de cada seis años -ayer del PRI, hoy de Fox-, el sucesor se dispuso a convertir el presente en un mejor futuro. Así ocurrió con José López Portillo, quien hasta lloró al pedir perdón a los pobres. Al final de su sexenio, los aludidos estaban más pobres.
Lo hizo también Miguel de la Madrid y su administración acabó con la puesta en marcha de un plan económico de choque. Lo prometió más tarde Carlos Salinas de Gortari. Con él, los mexicanos dejarían el tercer mundo para colarse al primero. Se construiría un mejor país ''para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos''. Hoy, millones de ''hijos e hijos de nuestros hijos'' continúan abonando los créditos que adquirieron creyendo que era cierto.
Este 1o. de diciembre del 2000 correspondió el turno a Vicente Fox. Habló 75 minutos de ese México que se debe dejar atrás y delineó el país ideal del futuro. ''Está en nuestras manos y a nuestro alcance. Con el esfuerzo de todos, todos estaremos mejor. Empecemos hoy''. Llamó alentando aún más las enormes expectativas que se han creado por un eficaz manejo mediático y eso sí, con otros modos.
Se apropió de las figuras y las frases de todos los signos ideológicos. De Vasconcelos a Campa; de Revueltas a Clouthier; de Colosio a Castillo Peraza. Del otro lado de la mesa -ya en la oposición-, los priístas se lo tomaron a chunga y le exigieron, a gritos, que incluyera a Calles.
Hizo su propia versión del ''mandar obedeciendo'' de los zapatistas -a quienes por cierto nunca mencionó por su nombre- y se comprometió, entre muchas, muchas otras cosas, a consolidar la autonomía del Poder Judicial, aunque en los últimos días se haya desatado una agria polémica con los ministros por la cuestión de los dineros; también señaló que no privatizará la Comisión Federal de Electricidad, pero adelantó que la inversión privada alimentará a esa industria.
También agradeció a Dios que le permitiera vivir este momento ''porque no hay nada más hermoso que servir a la patria'', lo que le valió abucheos, y cuando se comprometió a respetar la educación laica, pública y gratuita, provocó que los del PRI -a una señal que les envió la diputada Paredes- se levantaran al grito de ''šJuárez, Juárez, Juárez!''. Muchos perredistas se sumaron. Los panistas no, pero Fox sí, condescendiente con el benemérito y con ellos. Todavía los felicitó: ''šmuy bien, jóvenes!''
Desde las galerías una quincena de mandatarios -lo mismo el comandante Fidel Castro que el chileno Ricardo Lagos-; directivos de las más poderosas trasnacionales, gobernadores, amigos, parientes e intelectuales, en ese orden, atestiguaban el acontecimiento.
Fox se dio además el lujo de jugar con las protestas del PRI. Al hablar del dolor que produce el hecho de que miles de mexicanos tengan que emigrar a los Estados Unidos -''los quieres de jardineros''-, sus opositores acusaron: ''son de Guanajuato...''. El replicó: ''efectivamente de Guanajuato y de Oaxaca, y de Zacatecas, y de Michoacán y de Chiapas...''. A carcajadas sus simpatizantes lo festejaron.
Y aunque reconoció el ''ánimo republicano'' de Ernesto Zedillo para facilitar el tránsito, no lo salvó de la tunda que le puso a los regímenes priístas. Condenó la corrupción y el engaño; el uso de la violencia como prerrogativa de gobierno, y advirtió -cosa que puso a temblar a muchos- que no habrá borrón y cuenta nueva en el caso de los funcionarios que delinquieron.
Quizá por eso, cuando todo pasó, cuando presidente saliente y entrante bajaron de la tribuna, Zedillo no se despidió. Al contrario, apretó el paso para salir de la escena. Se dio un segundo para darle un fuerte, fuertísimo abrazo a Fernando Ortiz Arana, y en un descuido, la diputada potosina del blanquiazul Beatriz Grande lo pescó en la salida y lo besó.
''Vivan, disfruten, gocen la democracia'', recomendaba a modo de despedida. En la explanada del palacio, decenas rodearon a Fox. Le pedían una foto, un favor, una frase. En el interior, un remolino de admiradores atrapaba al presidente Castro. Zedillo iba sólo con algunos de sus ex colaboradores. Porfirio Muñoz Ledo fue de los pocos que se le atravesaron para saludarlo.
A punto de abordar su auto, camino al olvido, el general Enrique Cervantes Aguirre -hasta el jueves su secretario de la Defensa- se apresuró para abrirle él mismo la portezuela. Se puso frente a él y le hizo el saludo militar. Era su adiós.