VIERNES 1Ɔ DE DICIEMBRE DE 2000

 

Ť Horacio Labastida Ť

Andrés Molina Enríquez

Apenas ayer jueves, en Jilotepec del estado de México, cuna del eminente ideólogo revolucionario Andrés Molina Enríquez, celebramos los mexicanos, en la plaza que se halla frente al palacio municipal, el 132 aniversario de su natalicio; y entre la concurrencia de ciudadanos libres, amantes del país, notábase un ánimo entusiasmado al recordar al célebre autor de Los grandes problemas nacionales (1909), obra cumbre al lado de Esbozo de la historia de los primeros diez años de la revolución agraria de México "1910 a 1920" hecho a grandes rasgos (1932-1936), cuyos textos, el primero sirvió al esclarecimiento en los ideales de justicia social de quienes prepararon e hicieron la revolución que iniciara Madero en 1910; y el segundo, difundido en la atmósfera que presidió el ascenso de Lázaro Cárdenas a la Presidencia de la República, iluminó en todo momento los proyectos que se pusieron en marcha: no sólo se propició el ejido colectivo en grandes proporciones o la administración obrera de empresas tan importantes como los Ferrocarriles de México, y también el financiamiento responsable del desarrollo industrial a través de Nacional Financiera, sino que se recobrarían recursos básicos de la nación al expropiarse, hacia 1938, las compañías petroleras que usufructuaban nuestros hidrocarburos en beneficio del capitalismo angloestadunidense. Cabría rememorar en este punto que durante la celebración del Constituyente 1916-1917, a invitación de Pastor Rouaix, diputado por Puebla, Molina Enríquez contribuyó con sus reflexiones y conocimientos en la elaboración del artículo 27 constitucional, en términos tan importantes que el propio Antonio Díaz Soto y Gama acentuaría al escribir que sin ser diputado el hombre de Jilotepec auxilió grandemente en la parte doctrinaria y jurídica de ese artículo; su curiosidad e interés lo hicieron miembro también de los debates relacionados con el otro artículo cumbre, el 123, y al destacarse estos altos valores de Molina Enríquez vale señalar un hecho que acredita su cabal honestidad. Sin estar convencido del gobierno que Madero asumió en los finales de 1911 y habiéndose opuesto al que manejara Francisco León de la Barra, defendió con valentía y generosidad a Madero y a Pino Suárez en la época de la Decena Trágica, cuando el grupo asesino de Victoriano Huerta edificó un Estado criminal sobre el magnicidio de los supremos mandatarios del pueblo. Así consta en la primera época del diario El Reformador, que fundara y dirigiera el distinguido hijo de Jilotepec.

Sus ejemplares 74 años de vida nos traen en todo momento la imagen del hombre honrado y apasionado por las causas más nobles de su generación. Su cuerpo murió hacia 1940, en la ciudad de México, mas su alma forma parte imperecedera de la majestad del pueblo.

Tanto por su conducta paradigmática cuanto por la sabiduría que nos legó en sus libros, ahora clásicos, Andrés Molina Enríquez ocupa un distinguido lugar entre los grandes de la patria. En el mundo político están Morelos y sus sentimientos de equidad y dignidad humanas; Juárez y el manifiesto de 1867, en el que proclama un principio de nuestro tiempo: el respeto al derecho ajeno es la paz; Zapata y su bandera de Tierra y Libertad como instancia de la liberación del hombre por el goce imparcial de la riqueza social; y Lázaro Cárdenas y su identificación de México con una civilización justa. Y en el orden de las ideas liberadoras están Carlos María de Bustamante y su radical condena a quienes entregan la nación a poderes extranjeros; José María Luis Mora y la negación de los partidarios del retroceso en favor de los partidarios del progreso; Melchor Ocampo y los emblemas críticos del dogmatismo y la monopolización de la riqueza en manos muertas; y Andrés Molina Enríquez y su devoción a las banderas de justicia y democracia que enarboló la Revolución Mexicana.

No hay ninguna duda. Rendir homenaje a Andrés Molina Enríquez es reconocer que los valores del espíritu nunca serán derrotados por las elites locales y extranjeras que intentan convertir al país en mercado propicio al acaudalamiento de castas privilegiadas. Lo repetimos. Molina Enríquez simboliza el triunfo de la justicia sobre la injusticia y de la libertad sobre la opresión, y este símbolo sigue vivo en la conciencia mexicana de hoy.