VIERNES 1o. DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť Sergio Ramírez Mercado Ť

Las horas que pasan, ya no vuelven más

El rostro tan familiar de Mijail Gorbachov con el lunar en la frente está otra vez en el periódico, pero en un pequeño recuadro, perdido entre avisos de pianos usados y baratillos de muebles y alfombras. "ƑAdivi- nen quién viene a la iglesia?", dice el anuncio que invita a verlo en el programa La hora del poder. Se trata, obviamente, de otro poder. El programa, de una emisora local, lo conduce un tal doctor Schuller, un teleevangelista de tantos como abundan.

He recordado, con este motivo, el comercial de televisión que Gorbachov hizo hace años para una de las cadenas de pizzas recién establecidas entonces en Rusia, en los días en que Mickey Mouse era paseado con honores por las calles de Moscú. Enfundado en un pesado abrigo gris, Gorbachov entraba a la pizzería llevando de la mano a su nieto, se sentaban a una mesa, los demás clientes comenzaban a hablar de él. Pero eso no fue todo. Después vi un documental sobre el anuncio mismo, donde el antiguo secretario general del PCUS y presidente del Soviet Supremo, repetía innumerables veces la escena de la entrada a la pizzería de la mano de su nieto, lo volvían a maquillar, volvían a medir la luz en su cara, hasta que quedaba perfecta. Y ya antes, había aceptado actuar como extra, representándose a sí mismo en su despacho del Kremlin, en la película sobre ángeles Tan cerca y tan lejos, de Wim Wenders, el mismo de Buena Vista Social Club.

No son malos oficios para un político retirado, que prueba, así, su falta de recursos económicos y debe ganarse la vida a como mejor puede. Otros llegan a ver en el Estado su única fuente de ingreso posible, a perpetuidad, porque no saben ser otra cosa en la vida que candidatos. Pero el veneno letal de la política, inoculado en las venas de Gorbachov, como en la de tantos otros que no saben desaparecer del escenario a tiempo, lo llevó a presentarse en las últimas elecciones presidenciales de la madre Rusia, en una campaña solitaria que le rindió, apenas, el uno por ciento de los votos.

ƑY se acuerdan, acaso, de Lech Walesa? Igual que Gorbachov recibió el Premio Nobel de la Paz, y los dos estuvieron en las primeras planas cuando el mundo del socialismo real saltaba en pedazos. Walesa, de dirigente sindical anticomunista de los astilleros de Gdansk, pasó a jefe supremo del Movimiento Solidaridad, y de allí a Presidente de la República en 1990; pero perdió las elecciones siguientes, y en las últimas de este año, ha sacado, igual que Gorbachov, apenas el uno por ciento de los votos. Y aún así, no piensa retirarse. Dice que llegará el momento en que Polonia volverá a descubrir cuánto le debe a él, uno de los mejores líderes que ha tenido el país en los últimos mil años, según su propio juicio.

La clave está en saber cuándo retirarse, pero no parece ser un asunto tan sencillo. Felipe González pudo hacerlo. El poder, o su recuerdo, llaman con voces engañosas, y el papel de candidato eterno acomoda el entendimiento de manera que todo lo que es mentira pasa a tener sustancia de verdadero, y las más groseras lisonjas toman el color de los más sanos consejos, mientras el ungido por el engaño, puesto ya en el camino de la perdición, llega a creer que las encuestas mienten cuando le dan tan poco, o que hay una voluntad secreta de los electores que sólo se mostrará en todo su esplendor a la hora de votar, para hacerlo volver triunfante.

Son una especie maldecida por los hados. Los candidatos eternos se alimentan de viejos recuerdos y de glorias pasadas, y se convencen a sí mismos de que aún es posible ganar la última batalla para la historia, o que sólo en su mano está el componer las cosas que tan mal andan, y que ellos mismos contribuyeron a descomponer cuando tuvieron poder. Los hados traidores nublan su sentido de la oportunidad, y los dejan ciegos frente al hecho incuestionable de que por regla general, las segundas oportunidades no existen, porque las circunstancias de los momentos de triunfo arman una figura mágica por una vez, y con la misma celeridad que armaron esa figura, la desarman para siempre. Cada cosa debajo del cielo tiene su tiempo.

Un viejo amigo de Walesa, fundador también de Solidaridad, dice de él que es un genio de la destrucción, y un mediocre en la construcción. Y es cierto en tantos casos que yo conozco. Hay quienes sirven para destruir un orden anterior, pero son inútiles a la hora de construir un orden nuevo. Son maestros en desatar conflictos, y llevar las situaciones al extremo para negociar con ventaja en las crisis; pero desde el gobierno, sólo se puede aplicar esos métodos con consecuencias destructivas, sobre todo si se trata de una sociedad democrática, en la que es necesario, antes que nada, saber conciliar y armonizar.

A estos viejos líderes que tuvieron su hora de gloria, la gente llega a verlos a las plazas públicas porque sabe que pertenecen a la historia y aún están vivos; muchos se los señalan a sus hijos, se fotografían con ellos, pero sabe que pertenecen al pasado. Sin embargo, no hay peor droga para revivir los síntomas del mal que una plaza llena de gente. La mente tocada por el deseo de volver, se enardece. Y entonces, si no es en ésta, será en la otra, pero siempre habrá una elección por delante, aunque sea más joven, y tenga otra visión y otras ideas que van mejor con el mundo de hoy que con el de ayer.