JUEVES 30 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť Olga Harmony Ť

De monstruos y prodigios

Como estreno estelar, el texto de Jorge Kuri bajo la dirección de Claudio Valdés Kuri, sirvió para la fiesta de reinauguración de los teatros de la Unidad Artística y Cultural del Bosque, que devolvió a la comunidad teatral dos teatros de cámara, hasta entonces subutilizados -Orientación y Villaurrutia- y reforzó al precario Galeón, en donde se escenifica De mostruos y prodigios o la Historia de los castrati, amén de que todos los edificios teatrales recién restaurados cuentan con los adelantos tecnológicos que buena falta les hacía. Es ocasión de celebrar, a reserva de conocer lo que en ellos se escenifique en el futuro.

Jorge Kuri elabora una serie de juegos a partir de la figura de Ambroise Paré, el cirujano francés que fue el primero en ligar las arterias, al que convierte en siamés de su hermano Jean para identificar la unidad de ideas de la clase ilustrada en el siglo XVII, que poco a poco se irá separando en el XVIII con todas las ideas libertarias que introdujo la Ilustración, hasta llegar al bonapartismo, o sea, la traición de estos ideales. En este devenir se narra la historia de los castrati y la idea de usar al padre de la cirugía permite libérrimos contrastes como la introducción del mitológico centauro Quirón con el contrapunto del caballista Antoine de Pluvinel: caballo y hombre uno, caballo y hombre demediados, hermanos que en la vida real no lo eran, convertidos en siameses.

La cirugía creadora de prodigios monstruosos, como lo fueron los pobres castrados admitidos en la Capilla Sixtina en 1601 y que constituyeron un portento con su extraña voz -no del todo femenina- en los teatros de Francia e Italia hasta que el papa Clemente XIV prohibió la infame práctica. El compositor Baldessarre Galuppi, junto a los hermanos Paré es el encargado de narrar los pasos de la formación de los castrados, desde la búsqueda de algún prospecto hasta la vida casi esclava, después convertida en gloria efímera de estos personajes.

Esta compleja concepción dramática es presentada en un tono fársico que deviene melancólica añoranza en un final que muestra un mundo mutilado por un racionalismo que no admite más prodigios. Claudio Valdés Kuri refrenda todas las expectativas que causó con su primer montaje, el Becket de Anouilh. A su primera formación, como miembro del grupo de música antigua Ars Nova, añade un gran talento para la dirección escénica (y qué bueno que la CNT le haya brindado la producción de su segunda incursión teatral). Resultó el director ideal para este texto, en el que logra emparejar música y actuación con un gran sentido lúdico que llega a ser, por momentos, gran espectáculo con un mínimo de recursos.

En un escenario recubierto de arena (y aquí habría que preguntarse qué tanto puede afectar las voces de los cantantes, cuando el caballo Marengo levanta nubes del fino polvillo, sobre todo. Quizá Valdés Kuri debiera reconsiderarlo) y en lo que en la actualidad sustituye el foso de la orquesta, abajo del proscenio, y con dos pequeñas mamparas que ocultan la parte equina de Quirón, el director realiza su trazo escénico apoyado en el diseño de iluminación de Víctor Zapatero. La dirección musical de Magda Zalles, las danzas barrocas puestas por Alan Stark y el espléndido vestuario diseñado por Mario Iván Martínez -con cambios de época muy sutiles y que a mi entender tiene su momento más inteligente en el pleito de los hermanos Paré que arranca todos los adornos del vestuario de Jean que así queda, junto al gorro frigio, como un traje republicano- constituyen aportes sustanciales al espectáculo.

La brillante y graciosa escenificación quizá no hubiera sido tan lograda con otro reparto. Los Paré, representados por Mario Iván Martínez y Hernán del Riego, ajustan de manera ejemplar sus movimientos y hacen alarde de sus dotes de actores y cantantes, como Antonio Duque, cantante y clavicordista que encarna a un burlesco Galuppi. Javier Medina, que es el virtuoso castrado (parece que una seria afección en la garanta le dejó voz de niño) logra buen desempeño actoral. Kaveh Parmas, como el negro Sulaimán tiene escenas graciosísimas, Miguel Angel López hace un excelente Quirón y el caballista Luis Fernando Villegas, elegante montado en Campeador, entra también al juego cuando se convierte en Napoleón. Es un interesante texto con un chispeante montaje en el que un pequeño grupo de virtuosos logra un espectáculo cabal.