JUEVES 30 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Jean Meyer Ť
Gran Rumania
La Gran Serbia, el Gran Reich Alemán, la Gran Grecia: la megalomanía ha llevado al desastre a muchos estados y muchos pueblos y sin embargo la lección no sirve, tan es cierto que si bien la historia es "maestra de vida", los ejemplos que proporciona no disuaden y sus lecciones no ilustran. En Rumania, país que salió de manera tan violenta como extraña de la dictadura de Nicolás y Elena Ceaucescu, la megalomanía está a la orden del día con el siniestro Corneliu Vadim Tudor y su Partido Gran Rumania.
Nunca subestimé a este ultranacionalista que promete la expulsión, el gueto o la muerte a los judíos, a los gitanos y a los húngaros ciudadanos de Rumania. Hace unos años denuncié las actividades de quien fue el panegirista y poeta oficial del "genio de los Cárpatos", Ceaucescu. Eso fue antes de 1996. En 1996 dejé de preocuparme cuando los rumanos eligieron un gobierno de coalición centrista y, por fin, reformista, sacando al ex comunista Ion Iliescu, el cual no había dudado en cooptar a los hombres del Partido Gran Rumania.
El nuevo gobierno presidido por el honesto, simpático e idealista profesor Emil Constantinescu no supo o no pudo resolver los enormes problemas heredados de la quiebra del monstruoso nacional-comunismo de Ceaucescu. ƑIncompetencia, falta de preparación, de experiencia? Poco importa, el resultado fue la ineficacia y por ende la decepción rencorosa de un pueblo que no encuentra solución a sus demasiados concretos problemas en la sola democracia política. La democracia históricamente arraigada puede resistir la crisis económica; construir la democracia en la crisis económica y social es imposible.
El voto del domingo 26 de noviembre de 2000 en las elecciones presidenciales y legislativas es el resultado de esa situación. Como en otros países del difunto comunismo real, la mayoría escucha el discurso denunciador y negativo: contra los demócratas, asimilados a los judíos, al extranjero, al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, al liberalismo económico, al gran capital cosmopolita. Ese discurso lo manejan los dos candidatos más fuertes que tendrán que enfrentarse en la segunda vuelta del 10 de diciembre. Así, dentro de 15 días a los rumanos les tocará escoger entre Caribdis y Escila, entre el veterano ex comunista Ion Ilescu (ya probado entre 1992 y 1996) y el "gran rumano", para no decir nazi, Corneliu Vadim Tudor. Es normal que una sociedad desorientada diga no a las políticas de integración euroatlántica y de ajuste liberal; es triste que regrese, como el perro del refrán popular, a su vómito nacional socialista que nos remite a los años terribles de la Legión del Arcángel San Miguel, de la Guardia de Hierro, del mariscal Antonescu y del posterior comunismo real. Vi manifestantes en Lassi con pancartas celebrando a Ceaucescu.
Rumania es un país humillado por su miseria, por el estancamiento socioeconómico de los 10 últimos años, después de tantos años de estancamiento a lo largo de la dictadura; humillado por su pasado, humillado por su presente, por la negativa europea a su candidatura a entrar en la Unión Europea. Decepción y humillación han sido hábilmente explotadas por el Partido de la Democracia Social, de Ilescu, y el Partido Gran Rumania. Ilescu promete la justicia y Tudor el fin de las humillaciones. Enfrente, la división entre socialdemócratas, demócratas cristianos y liberales condenaba a los otros candidatos al fracaso.
Lo único claro es que 60 por ciento de los rumanos, a lo menos, considera que la situación era mejor "antes".