JUEVES 30 DE NOVIEMBRE DE 2000

Ť No es efectivo buscar repetir fenómeno de Seattle, dice


Espanta a los poderosos ver a los pobres juntos: Sellers

Ť Sigue creciendo el movimiento, afirma el arquitecto de las protestas

Ť Se le considera uno de los hombres más peligrosos de Estados Unidos

Jim Cason y David Brooks, corresponsales, Washington, 29 de noviembre Ť Uno de los hombres más peligrosos de Estados Unidos habla suave, pero firmemente, sobre cómo en este país, hace exactamente un año, "nació un nuevo movimiento pro democracia, por la justicia global y contra la globalización empresarial".

Poco después de ser espiado y detenido durante la Convención Republicana (su fianza fue de un millón de dólares inicialmente), acusado de promover una "conspiración" y considerado peligroso por ser arquitecto de las protestas de Seattle, Washington, y ahora en Filadelfia, contra la injusticia económica y social, John Sellers, recién exonerado, considera que un año después de Seattle, el movimiento enfrenta nuevos desafíos más allá de sólo expresiones masivas en protestas callejeras.

Sellers dice que la verdadera democracia se tiene que crear desde abajo. Subraya que lo que nació en Seattle hace un año es precisamente un nuevo movimiento pro democrático en Estados Unidos, vinculado con otras expresiones internacionales de resistencia, y sigue creciendo, a veces invisiblemente, en este país.

"N30" bautizó una explosión social que hizo temblar a los encargados del nuevo mundo construido sobre la "democracia del libre mercado" y el "libre comercio", cuando, hace un año, las calles de una ciudad del noroeste de Estados Unidos se convirtieron en avenidas de una protesta internacional contra el modelo neoliberal. Fue hace un año, el 30 de noviembre (N30), cuando 50 mil manifestantes, "tortugas y teamsters", títeres gigantes, granjeros, ecologistas, estudiantes, indígenas, sindicalistas, punks, anarquistas e intelectuales obligaron a que la palabra Seattle entrara en el léxico mundial y funcionara como espantaglobalizadores.

De ahí en adelante, "Seattle" es más que el nombre de una metrópoli, es nombre de la resistencia popular al gran proyecto de la "globalización". El hecho de que esta protesta estallara en Estados Unidos, supuestamente el país más beneficiado por la llamada "globalización", fue hasta más sorprendente y temible para los campeones de esas políticas. Su impacto se puede detectar en una serie de actos y sucesos de estos últimos 12 meses. Después de la implosión de la reunión de la Organización Mundial de Comercio, ese organismo apenas está considerando cómo rescatar la agenda para lanzar una nueva negociación comercial mundial.

En cada esquina del mundo donde se han reunido empresarios o funcionarios con la agenda de promover el modelo "globalizador" empresarial, han enfrentado acciones masivas: en Davos, en Washington, en Australia, en Praga, y más. Directivos de la OMC, el Banco Mundial, el FMI, el presidente de Estados Unidos y otros encargados de promover la agenda "globalizadora" han tenido que reformar su retórica y se han visto obligados a hablar más sobre derechos laborales, protección del medio ambiente y cómo abordar la creciente desigualdad económica.

El movimiento de protesta también ha sido enfrentado por una represión sin precedente en tiempos recientes, con despliegues masivos de policía, virtuales estados de sitio en centros de ciudades donde se han realizado las protestas, mil 400 arrestos en Washington durante la protesta contra el Banco Mundial y el FMI, cientos más en Los Angeles y en Filadelfia, decenas de ellos encarcelados y con procesos judiciales en curso en su contra.

Se han realizado programas de espionaje y detección de "líderes", y su "detención preventiva", arrestos de títeres por ser "armas" que amenazan la "seguridad publica", intercambio de inteligencia entre los departamentos de policía de Seattle, Washington, Nueva York, Filadelfia y Los Angeles, además del gasto de millones de dólares para garantizar la "seguridad" en esas ciudades ante la "amenaza" de los manifestantes.

Un año después, una de las figuras clave en generar este movimiento evalúa el camino andado, y afirma que tal vez el resultado más importante podría ser el nacimiento de un "movimiento por la democracia" dentro del país que se declara el modelo de la democracia. Para los activistas como él, la democracia ha quedado anulada tanto dentro como fuera de Estados Unidos, "secuestrada" por las empresas trasnacionales, y violada por políticas que continúan abriendo la brecha entre los pobres y los ricos.

John Sellers, director del Ruckus Society, organización dedicada a capacitar activistas en las nuevas estrategias de protesta no violentas como las estrenadas en Seattle, comenta a La Jornada que este nuevo movimiento -que surgió de varios "movimientos pequeños"- enfrenta ahora el problema de cómo consolidar lo que ha ganado. Primero, señala, tiene el problema de su propio éxito inicial: todo mundo espera el próximo "Seattle", cuando eso fue un acto que no es fácil repetir. La OMC "generó esta convergencia de movimientos, campañas y luchas; era el villano perfecto. Por eso, y por la estupidez de ellos de seleccionar como sede de la reunión uno de los epicentros de conciencia social en América del Norte, les debemos una gran deuda, por ser una entidad tan nefanda y escoger ese lugar para su celebración". Y, señala, "no los vamos a sorprender de nuevo".

Además, seguir intentando repetir Seattle no es efectivo, consideró Sellers. Cada acción masiva se hace menos y menos dramática cada vez que se repite, y "la tentación es demostrar números masivos de personas en las calles cada tres meses para comprobar que existe este movimiento; eso es limitarnos, las acciones masivas son sólo una de muchas tácticas". Ahora se debe regresar a las comunidades, hacer trabajo menos visible y atractivo, señaló, para fortalecer e intentar construir puentes entre diversos sectores.

Para Sellers, el desafío principal es cómo consolidar ese potencial que se vio en Seattle, de las posibles alianzas entre sectores sociales, entre clases y razas, y cómo continuar ampliando las bases. "Es mucho más radical cuando hay gente común participando en acciones radicales en las calles, que cuando solo se llenan de lo que uno espera. Tenemos que enfocarnos en temas, emplear esta fuerza increíble... ofrecimos al mundo una evaluación más sofisticada de la globalización, y constatamos que hay más resistencia a la toma hostil del planeta por las empresas de la que muchos se imaginaban", argumentó. "Pero ahora tenemos que enfocarnos sobre los temas importantes para la mayoría del pueblo... tenemos que cumbre-comercio-violencia-jpeg respetar las diversidades y cómo tejer un hilo unificador entre los temas sociales diversos que preocupan a la gente".

Apunta: "lo que espanta más a los poderosos es ver a abuelas, doctores, maestros y mecánicos en las calles, a gente pobre y de diferentes razas unidos en las calles. Si ven a los mismos activistas, eso no espanta tanto". Pero esto implica nuevos esfuerzos para promover alianzas y solidaridad con trabajadores, con sectores de la clase media, con representantes de las comunidades, algo que Sellers dijo estaba más presente en Seattle, pero que ahora es uno de las principales limitantes del movimiento.

Esta tarea implica regresar al reconocimiento de que los temas de defensa del medio ambiente, de los derechos de los trabajadores, de la injusticia del sistema judicial, de las políticas contra los pobres no sólo se definen dentro de su propio contexto, sino que se deben ver en su centro con la estructura del poder y el poder empresarial.

En parte, el movimiento que estalló con Seattle ha sufrido, porque no se puede repetir ese acto, pero también por la represión oficial que ha enfrentado. "Han tenido éxito en presentarnos como violentos, hacer que la situación se vea violenta e insegura, y eso ha desalentado a mucha gente en general a unirse con los sospechosos de siempre, los activistas de acción directa no violentan", señaló Sellers.

Consideró que las expresiones de este amplio y aún no consolidado movimiento seguirán a la vista, no sólo en protestas contra instituciones como la OMC, el Banco Mundial y el FMI, sino en campañas sobre justicia social y en torno a objetivos claros como campañas contra la Escuela de las Américas, o contra empresas particulares como Citibank, y en torno a temas como la biotecnología.