JUEVES 30 DE NOVIEMBRE DE 2000

 

Ť Sami David Ť

ƑUn México nuevo?

Para México, mañana inicia un ciclo inédito, con un gobierno diferente, opuesto a los generados por nuestra gesta revolucionaria. Una postura distinta, una respuesta contraria a las administraciones conocidas, derivada del voto mayoritario. El 2 de julio la ciudadanía sufragó por una modificación en la manera de operar las responsabilidades públicas, aunque ello involucra, consecuentemente, el aspecto ideológico.

Pero los extremismos no deben llevar a los mexicanos a una situación que alimente la inquietud y la incertidumbre. Ni tampoco a que desaparezca el esfuerzo colectivo. Lo cierto es que una conducción disímil comenzará a manifestarse este primero de diciembre, por lo que conviene puntualizar que el respaldo de la sociedad mexicana no garantiza que el régimen foxista sea, precisamente, un dechado de virtud republicana, o democrática. El sufragio de ninguna manera respalda la dirección que el Ejecutivo asuma.

Los colaboradores del nuevo aparato administrativo, con una mentalidad gerencial, pretenderán encontrar el hilo negro. Hombres y mujeres profesionales, ciertamente, aunque sin experiencia gubernamental, tendrán que demostrar sensibilidad social, talento suficiente para conciliar soluciones prácticas con aspectos políticos. Un equilibrio difícil, desde luego, cuando la tendencia estatal está encaminada sólo a la productividad, independientemente del valor humano.

Los derechos y garantías sociales obtenidos con sangre y sacrificio durante el movimiento insurrecto de 1910, seguramente quedarán en el olvido. La frialdad de los números estadísticos, la severidad de las metas que deben cumplirse, se contraponen con el individuo perecedero, pero con capacidades y debilidades. Porque si bien es cierto que un porcentaje elevado de mexicanos tiene preparación académica, la mayoría apenas rebasa el nivel de secundaria. Y así, la conformación de la productividad corre el riesgo de deterioro. Concebir al gobierno como una empresa es un absurdo. Rezagos y resabios constituyen un lastre difícil, pesado. La educación y la cultura representan el problema fundamental de la nación. Y ahí es donde se debe trabajar intensamente, sin olvidar, ciertamente, los mecanismos financieros, programas de producción de empleos, de capacitación de cuadros.

El desarrollo social --o humano, según la expresión foxista-- debe ser prioritario. Pero también el sentido de identidad y pertenencia, de soberanía y territorialidad, sin soslayar la raigambre indígena e hispana, con las aportaciones de los demás pueblos del orbe. México es un conglomerado de etnias y culturas. Con un pacto federal que debe ser fortalecido. El respeto a los derechos y tradiciones indígenas, a la mentalidad de la gente, es básico. Por ende, el trabajo legislativo también asume, ahora, una nueva dimensión, para establecer equilibrios y contrapesos.

Las instituciones mexicanas no pueden fracturarse. El borrón y cuenta nueva no es admisible. El fuego nuevo comienza no precisamente con el deterioro de cacharros viejos, sino con la adecuación institucional y la concurrencia de todos. El pueblo mexicano merece consideración. Hay leyes, ciertamente, pero también persisten los usos y costumbres. El equilibrio debe ser tal de manera que la nación no se desmiembre. Tampoco es prudente que en el nuevo gobierno prevalezcan las descalificaciones sin sentido: ahora más que nunca es necesario que tengamos principios esenciales de diálogo, ética de responsabilidad y una enorme prudencia para mantener lo alcanzado. Es de reconocerse formas novedosas y acciones que generen, dentro de todo, buenas expectativas. Actitudes inéditas, sí, ante acciones novedosas. Pero en beneficio de todos.