¿LA FIESTA EN PAZ?
Espectáculo empequeñecido
Leonardo Páez Ť "Queremos hacer la fiesta para cincuenta mil gentes, no para cuatro", declaró hace algunos años en Tv Azteca el empresario de la Plaza México, como para ubicar a los que osan señalarle sus reiteradas pifias.
Lo interesante de tan rotunda declaración es que el empresario de marras, a pesar de quejarse de una inexistente sobreregulación del espectáculo, desde hace siete años ha hecho lo que su imaginación le ha permitido, por encima de leyes, reglamento y autoridades, no se diga del menor criterio empresarial.
Prueba evidente de que la fiesta de los toros carece del menor interés político para nuestros gobernantes es que desde el último año de Salinas y los seis de la administración zedillista, ni PRI, ni PAN ni PRD han querido perder el tiempo ni quemar la pólvora partidista en infiernitos taurinos ocupándose de un espectáculo otrora de masas y hace tiempo de minorías.
En 1996, como para dárselas de pluralista interesado en la legalidad, el hoy huido Oscar Espinosa Villarreal, entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, fue convencido de convencer al presidente Ernesto Zedillo de expedir un nuevo reglamento taurino para el DF.
Pero como ocurre con el resto de las leyes y reglamentos en el país, el de toros también fue reducido a normativa bien intencionada, a articulado sobre las rodillas, a letra muerta y a terapia ocupacional de algunos.
Sin embargo, el empresario, los publicronistas de la empresa y los empleados de la empresa ?ganaderos y toreros? en cuanto dicho reglamento fue publicado el 20 de mayo de 1997, iniciaron un frente común para no cumplir... lo que nunca han cumplido, invocando la autorregulación como única salida a la crisis en que, según ellos, sucesivas comisiones taurinas han sumido al extemporáneo espectáculo.
Y en efecto, en 17 años las comisiones taurinas sólo han hecho como que hacen, pero exactamente lo mismo puede decirse de la empresa que bajo distintos nombres ha manejado la Plaza México durante los últimos diez años. Ni toreros interesantes, ni toros con edad ni trapío, ni rivalidades auténticas, ni el menor repunte de la sanguinolenta función, como no sea cuando consigue apoyarse en dos o tres diestros españoles.
Ahora, lo verdaderamente grave ocurrió en la sexta corrida de la temporada, cuando la empresa recurrió a su única carta fuerte local, Eloy Cavazos, para tratar de meter esas cincuenta mil gentes a la plaza, y comprobó que esa capacidad de convocatoria que durante tres décadas acompañó al menudo matador, ha descendido, por lo menos en la Plaza México, donde con trabajos se llenó la mitad de su aforo.
A lo anterior agréguese un encierro soso, manso y con sobrepeso de Teófilo Gómez, la pobre expresión anímica del hijo de Manolo Martínez ?con una displicencia como si tuviera la fortuna de Cavazos y de Rivera Ordóñez juntas? y los esfuerzos infructuosos del hijo de Paquirri ?ahora convertido en miembro de la nobleza española? y tendrá usted un cuadro bastante realista de los resultados obtenidos por los partidarios de la autorregulación taurina en México luego de diez años de simular que promueven la fiesta brava. ¿Nuevos gobiernos, nueva fiesta?