LUNES 27 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Victoria pos-mortem de Manolo sobre Eloy, en la sexta corrida
Hunde Cavazos a Martínez hijo, quien desperdició el mejor lote
Ť Patética actuación de Lanfranchi Ť Mansos y gordos novillos de Teófilo Ť Decoroso debut de Rivera
Lumbrera Chico Ť En el microcosmos taurino, Eloy Cavazos eligió ser todo lo que no fue Manolo Martínez. Si éste en sus comienzos era un artista soberbio, profundo, poderoso y temperamental, el chaparrito debutó como un lidiador carismático, tesonero, oportunista y frívolo. En la medida que el éxito, las malas mañas y las peores compañías transformaban a Martínez en un auténtico mafioso de la fiesta, Cavazos optó por la frugalidad, el tremendismo ratonero y la modestia. Si Manolo murió con el hígado destrozado por el alcohol y las parrandas, Eloy, su antiespejo, llega al epílogo de su carrera en plenitud de facultades físicas, pero sin un gramo de arte y con una capacidad industrial para hacer dinero.
Si Martínez vaticinó que su hijo Manuel Martínez Ibargüengoitia no tenía nada que hacer en los toros, Eloy, por contra, se convirtió en el padre putativo del muchacho y lo equivocó de cabo a rabo, alentándolo tercamente a proseguir en esto, por lo menos hasta ayer, cuando al borde mismo del llanto, el desamparado junior asestó š17 golpes de descabello!, mientras el público lo abucheaba sin piedad, y C avazos, poseído de maternal ternura, salió del burladero de matadores y se plantó junto a él para asesorarlo como un peón más de su cuadrilla.
Esta fue la gran, terrible paradoja de la sexta corrida de la temporada menos chica 2000-2001, en la que confirmó su alternativa Francisco Rivera Ordóñez (nieto de Antonio Ordóñez, hijo de Paquirri y yerno de la duquesa de Alba, la mayor latifundista de España), para que el albero de la Monumental Plaza México viera actuar, de pie y de hinojos, a uno de los nobles de la corte de Juan Carlos de Borbón, que aparece con más frecuencia en la revista Hola, pero que ayer suscitó pocos olés.
Lanfranchi, deleznable
Con más de media plaza vacía, el conde de Montoro, Cavazos y Martínez chico despacharon en una hora y 50 minutos, con todo y aguacero incluido, a un gordo, manso y débil encierro de la vacada de Teófilo Gómez, del cual sólo dos ejemplares -Espuma de mar, de 575, y Parrandero, de 562, correspondientes al infortunado junior-, fueron claros y nobles al llegar a la muleta, pero el muchacho no sólo no los cuajó sino que se dejó ver sin el mínimo de afición ante ellos, matando al primero de un pinchazo y tres cuartos de espada, y fracasando con el estoque ante el segundo, al que después de un pinchazo que lo amorcilló, le pegó 17 veces detrás del testuz, en medio de una silbatina infernal y con la indebida asistencia personal de Cavazos.
El juez Lanfranchi le envió dos avisos, pero no tuvo la dignidad ni el mínimo respeto por sí mismo y tampoco por el reglamento, para ordenar el tercer bocinazo, y ni siquiera produjo un toque de atención para que Eloy desapareciera de la escena.
De verde manzana y oro, más antiguo y más puesto que el Cerro de la Silla, Cavazos tomó al capote para recetarle algunos trapazos a Mi vejez, de 539, el más cornudo de la tarde, al que acabó danzándole por la cara debajo de un breve chubasco. Al cuarto de la lidia, Montañés, de 525, que se escupió dos veces de la cabalgadura del piquero, manso que fue como todos sus hermanos, el pequeño gigante le repitió su acostumbrada combinación de molinetes, trincherillas y falsos pases en redondo, para matarlo con tres cuartos de acero y salir, oh, my dog, rebotado "dramáticamente" de la suerte. Miembro honorario de la empresa, el deleznable juez Lanfranchi se apresuró a conceder la orejita que pocos solicitaban y que el diestro paseó al hilo de las tablas ante ruidosas e iracundas protestas.
Rivera, un noble excéntrico
Cuando se tienen tantos millones de pesetas en el banco hay que ser dueño, además, de una afición desmedida a la fiesta, para venir a la México y lancear de rodillas a un bicho tan feo y tan pesado como Orujo, de 536, al que Rivera Ordóñez toreó con elegancia y valentía con la muleta pero sin transmitir ninguna emoción a los tendidos. Antes, el conde de Montoro había despachado a Qué de raro tiene (sic por el ganadero), otro bovino obeso, manso y menso, al que probó en naturales y derechazos sin fu ni fa, para matarlo de una estocada trasera y caída, coronando su confirmación de alternativa con el silencio del respetable.