LUNES 27 DE NOVIEMBRE DE 2000

 


Ť José Cueli Ť

De borreguillos

šQué melancolía tan honda la de la Plaza México la tarde de ayer, tocada con el gris turbante de las nubes! šQué deslumbradora su nitidez y qué triste su sepia! El toldo de las nubes era denso y pizarroso hasta que una ráfaga de viento las desgarró en largas bandas que asemejaban renglones de versos y pases toreros, escritos con tintas de colores en el "horizonte infinito", que dicen algunos poetas por los abuelos y padres de Manolo Martínez y Rivera Ordóñez que no parecen poseer esa poesía.

El aire contaminado de la plaza por los gases y humos del embotellamiento disneylandio, en las avenidas que la circundan, llegaba al tendido impregnado de penetrante olor a cervecería de barrio, atechada por nubecillas que no parecían ofrecer peligro. Los famosos "borreguillos" que dicen los campesinos que se confundían con los "borreguillos" regordetes de Teófilo Gómez, que se deslizaban por el redondel. Semejaban pelotitas hechas de lana cardada con plumas de guajolote navideño, resbalada en espuma de la más clara y transparente de las cervezas.

Si bien a los cabales nos gusta jugar a los borreguillos "regresándonos a la niñez, también, a cambio de eso, nos gusta ver a los matadores torear peligrosos de edad y trapío, con los que no se juega y fueron la base de eso que se llamaba toreo. Más los "borreguillos" instalados en el coso se extendieron por el cielo rápidamente, hasta formar una masa informe, obscura, rasgada en los bordes, en la misma forma que los otros "borreguillos" se arrastraban por el redondel. Una sola masa informe, repetida, obscura, rayada por las puyas, sin que nunca llegaran a deshacerse en tempestad que retumbara en los tendidos de la plaza mixcoaqueña.

Ya después de dudar los "borreguillos" en el cielo y el ruedo, a una orden de los matadores -Cavazos, Martínez y Rivera Ordóñez, que confirmó su alternativa- comenzaban a barrer su lodo del redondel con la lengua, murmurando quién sabe qué y en espera tranquila de la muerte. Incluso a pesar de que el hijo de Manolo hizo tacos de suadero con la cerviz de uno de los "borreguillos".

Cavazos y Rivera Ordóñez, maestros del pastoreo de "borreguillos", al anuncio de los deseados animalitos, corrían, se revolvían por el ruedo, ebrios de alegría y hasta se arrodillaban de gusto, pero un público ya aborregado bostezaba al giro del consumo de la victoria clamacrudas y ni se enteraba de la enésima versión del numerito cavacista y el inicial de Rivera Ordóñez con el borreguillo que ni a borreguillo llegaba. Menos mal que la corrida terminó en dos horas.