LUNES 27 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť León Bendesky Ť
Una simple proposición
Ha pasado ya el entusiasmo por el resultado de las elecciones del 2 de julio, y está por concluir la expectación un tanto morbosa que se generó en torno al nombramiento del gabinete presidencial. Es cierto que despierta mucho interés y no pocas expectativas la alternancia de partidos en el gobierno que se ha conseguido. Es cierto, también, que faltan aun muchos acomodos ante la nueva situación política del país. Al reacomodo están forzados los partidos políticos que tienen que hallar sus espacios de acción y superar el despiste en que se encuentran. Deben hacerlo las organizaciones sociales y sindicales que tendrán que moverse con otras coordenadas y sacudirse prácticas que se hacen obsoletas, e igualmente los empresarios chicos y medianos que deberán aprender a hacer demandas más efectivas para evitar que se sigan achicando sus negocios.
Pero el mismo equipo de gobierno que toma posesión en unos cuantos días tiene que ser capaz de rebasar el contenido y el estilo del discurso con el que se ha proyectado hacia la población. Ese discurso y los lemas de campaña se han estirado en demasía, se gastan, se vuelven huecos y es momento de pasar a asuntos más sustanciosos. Ya oímos de la calidad total con la que se quiere administrar los asuntos públicos; ya oímos de la persecución del éxito como fórmula privilegiada de medición de las cuestiones de la vida cotidiana para los individuos y las empresas. Sabemos, también, de la figura central que hoy representan los empresarios como modelo colectivo y de la oportunidad que deben tener todos de hacerse de un changarro.
En el marco de la libertad que debe caracterizar a esta sociedad, ésa es, y debe reconocerse así por los mismos que la proponen, una visión muy particular. Esos principios son moralmente discutibles e intelectualmente endelebles, pero es con ellos que se plantea la forma de gobernador en los próximos años. Sin embargo, se hace muy evidente la ausencia de una visión de naturaleza más general que comprenda al ámbito del Estado, de una propuesta que abarque a la nación y de instrumentos claros que refuercen las instituciones. Ambas concepciones se nos presentan como si fueran compartibles, pero de la primera no se desprende necesaria ni directamente la consecución de la segunda.
El nuevo gobierno no debería seguir machacando esa idea que dice que se ha escogido como sus miembros en los cargos administrativos a las mejores personas para integrarlo. Esa idea es insostenible lógicamente, imposible de comprobar y absolutamente inverosímil. Ojalá no empiecen a creerlo los que han sido escogidos por la mano de quien ha tenido la capacidad de identificarlos, incluyendo los infalibles buscadores de cabezas talentosas o head hunters, para estar a tono. También los jíbaros se especializaban en cabezas.
Una vez que se empieza apenas a sacudir el influyentismo político que prevaleció por tantos años, no deberá caerse en la meritocracia o instaurar el régimen de los excelentes en un país de enormes desigualdades. Además, de modo muy poco elegante, aunque efectivo, se condena al resto de los habitantes de este país a convertirse en seres de segunda categoría, condenados a ser subordinados por quien ejerce el poder, pues de eso se trata la política. Y no escapa el sentido autoritario de la cuestión, que es como una forma de iluminación. En el marco de la calidad total y de la excelencia que se pregona como forma de entender la vida individual y colectiva, concepción esa muy propia de los centros en que se desenvuelven quienes ahora las proponen como forma de identidad global, habría que plegarse a las decisiones de quienes tienen la virtud de ser los mejores. Vamos a requerir un poco más de tolerancia para llevar a este país por otro camino. La duda y el escepticismo han reclamado siempre un lugar en la concepción del hombre y del mundo, démosles un lugarcito siquiera para que sigan existiendo, por el bien de todos.
Esta es una simple proposición que no intenta siquiera ser satírica. A partir del 1o. de diciembre el nuevo presidente y su equipo echarán las pelotas al aire y como buenos malabaristas tendrán que mantenerlas en movimiento constante y en equilibrio. Ese necesario equilibrio tiene sus primeras contradicciones en la forma en que se aplicará la política económica para poder gastar más en todos los programas que se están ofreciendo. Conviene que todo el gabinete esté pendiente de hechos como los que ocurren hoy en Argentina y que atiendan a otras manifestaciones más allá de las que se exponen en los entornos de la calidad y la excelencia, como la que trata de película francesa titulada Recursos Humanos.