LUNES 27 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Carlos Fazio Ť
Fin de régimen
el cierre de la era del PRI es inminente. Después de 71 años de ejercicio hegemónico del poder, el viejo aparato de dominación autoritario y corrupto llega a su fin. Sin brújula ni control, después de la estrepitosa derrota electoral del 2 de julio, el otrora todopoderoso partido de Estado está dividido y al borde de la fractura.
La revolución institucionalizada deja paso a un nuevo orden de signo empresarial autoritario, ubicado igual que el viejo PRI a la derecha del espectro político. La nueva derecha foxista no traerá la democracia a México. Los nuevos administradores profundizarán las contrarreformas neoliberales y el proceso de desmantelamiento de todas las conquistas sociales. A un régimen reaccionario lo sustituye otro, bajo un nuevo barniz ideológico. Se trata de una nueva y más virulenta derecha capaz de manipular la retórica de la reforma mientras prosiguen una inalterada agenda de libre mercado a favor de los grandes negocios. El nuevo discurso moralizador y "democrático" del foxismo soslaya las condiciones reales de poder, violencia y opresión. Se trata de enmascarar a una nueva hegemonía, en beneficio de un puñado de oligarcas y oligopolios en competencia recíproca, pero tan clasistas como los anteriores; muchos repetirán en los puestos reales de mando. Con la nueva ola restauradora y el regreso a la normalidad capitalista seguirá el reparto del botín; del país como botín.
El cambio de estafeta ha provocado turbulencias en el PRI. Hace pocos días, el tradicional "jefe máximo" del partido de Estado, el presidente de turno Ernesto Zedillo, recibió una sonora rechifla de sus correligionarios. Sueltos todos los controles, la censura oficial no pudo evitar que los medios reprodujeran el repudio. "šMuera Zedillo!", "šVendido!", "šTraidor!", le gritaron al mandatario. Alguien lo llamó "Zedillo el enterrador". Muchos cuadros del sistema reconvertidos en disidentes han desatado una verdadera "guerra civil" dentro del partido. Es la hora de la "democratización" del partido, dicen. Piden la cabeza de Dulce María Sauri. Arguyen que ésta ya cumplió su ciclo. Ella insiste que le quedan tres años al frente del PRI y niega cualquier atisbo de "rebeldía" o "guerra" por el control del tricolor. Ni siquiera escuchó la estruendosa rechifla al presidente Zedillo, cuando la "familia revolucionaria" celebró por última vez el 90 aniversario de la gesta social iniciada en 1910.
Algunos dirigentes del partido están convencidos de que Zedillo "entregó" el poder deliberadamente al opositor Vicente Fox. Entre ellos, el senador Manuel Bartlett, un viejo zorro del sistema presidencialista que apoyó durante 18 años la instauración del modelo neoliberal, salvaje y depredador del PRI. Hoy el viejo dinosaurio alega que "hubo una voluntad deliberada de que perdiéramos". En la hora de los ajustes de cuentas acusa a Zedillo de haber sido un "líder partidista autoritario", falto de "sensibilidad social" y de ser el artífice de la "derechización" del gobierno, al adoptar posiciones radicales en política económica que perjudicaron a las clases medias, a los campesinos y a los obreros, antes los tres pilares básicos de la llamada aplanadora priísta. Cuestiona que Zedillo sea "el gran demócrata" porque sometió al ogro filantrópico --como llamó Octavio Paz al sistema político mexicano-- con la espada de la justicia electoral. Pero, Ƒdónde estaba Bartlett mientras ocurría todo eso?
Otro neoconverso a las causas sociales, Roberto Madrazo, afirmó que el PRI debe dejar de ser "un refugio de pandillas". El pato tirándole a la escopeta.
La disputa por el control del aparato partidario --de un PRI todavía fuerte, ya que controla 20 gubernaturas y tiene la mayoría del Congreso-- ha tomado la forma de un enfrentamiento entre "tecnócratas" y "populistas". Pero lo que menos está en juego es la Revolución Mexicana. El ex presidente Carlos Salinas ya se había encargado de enterrarla y Ernesto Zedillo sólo completó la obra; le dio el tiro de gracia.
Merced a una lucha de facciones rivales entre políticos de línea dura, tecnoburócratas y reformistas, el PRI está sumido en el caos. Acéfalo, casi en bancarrota y carente de una ideología que lo defina, enfrenta la disyuntiva de recuperarse para convertirse en una fuerza opositora viable, o apostar a erigirse en una oposición desestabilizadora.
La segunda opción podría conducir al PRI a un mayor resquebrajamiento y, finalmente, a una ruptura. Incluso a desaparecer. Con un agregado: el propio caos del PRI podría terminar envolviendo a los "nuevos modernizadores" foxistas y arrastrar a todo México.