La Jornada Semanal, 26 de noviembre del 2000 

Cinco voces de España
 
 
 
 

Este año, la FIL de Guadalajara tiene a España como país invitado. El poderío editorial peninsular desplegará todas sus velas y nos dará el informe completo de lo que pasa en las letras ibéricas. Nosotros queremos unir nuestra voz a la empresa difusora, recordando a dos poetas muertos (vivos a su manera) y a tres que, para nuestra fortuna, todavía andan por esas calles y siguen escribiendo. Pepe Hierro está enfermo, pero, como en otras ocasiones, va a salir del atolladero y va a seguir cantando, cazando libélulas, anotando nombres en su agenda y pintando cardos españoles.
 
 

Dos poemas

Luis Rosales

Autobiografía


Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir;
y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores,
hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.
Algo queda en el aire


Cuando estoy junto a ti,
siento la misteriosa sacralidad del cuerpo femenino
que al extenderse llena el mundo.
Es importante, desde luego,
sin embargo no basta;
hay que acercarse un poco, un poco nada más, para verte mejor,
y así comienzo a ver la implantación de tu cabeza sobre el hombro,
la frente todavía recibiendo el bautismo,
los ojos empezados y terminantes,
la boca tempranísima,
las orejas que tiemblan si te acercas a ellas,
¡es tan fácil temblar!,
la piel premeditada por el sol,
el cabello y sus pájaros.
Y me inclino a pensar que nada es tan inútil como esta descripción,
pormenorizada,
pues la belleza pertenece al conjunto y el atractivo es personal,
los rasgos siempre son provisionales
y transitivos,
ya que se influyen entre sí como las notas de un acorde.

Cuando estoy junto a ti sé que no eres un sueño
y puedo recordar algunos gestos tuyos, pues los gestos son más estables
  que los rasgos.
Así recuerdo por ejemplo
la descarnada prontitud de tus manos que siempre dicen la verdad,
la manera de pintarte los ojos puntuándolos,
la sombra de tu cuerpo que se ha ido haciendo tan pequeña que ya no
  puede acompañarte,
y el gesto de perdón,
ese sobreseimiento que aparece en tus labios y empieza a hacerlos sonreír
en ese instante en que basta callar para acabar con todo.
Pero, escúchalo bien,
lo que prefiero, sobre todas las cosas,
es ese empiece,
esa espontaneidad que es lo mejor que tienes y hace que vivas lastimándote.
He podido observar que hay un momento en que la noche se pone de tu parte,
y yo no sé si te das cuenta
de que estando contigo suelo quedarme lelo,
suelo quedarme entimismado,
y esa única respuesta a tus palabras acaso es la bondad que ha llegado
  a mi vida un poco tarde,
como al cortarse un tronco surge la desnudez de la madera,
sus capas temporales demuestran en la veta su unidad,
y ves su reciedumbre reducida a un olor,
un olor que se entrega hasta desvanecerse, pues en ello consiste su programa vital,

por lo que tú mas quieras no lo olvides.

Es fácil comprender que un olor es igual que un recuerdo,
algo deja en nosotros,
y ahora dime: ¿cuánto puede durar un olor en el aire?
Sus horas, sus minutos, sus segundos no pueden calcularse, pero su duración es
  evidente;
un olor en el aire dura toda su vida.
Y esto me viene a recordar
que esta es la situación vital en que se encuentran los amantes,

por lo que tú más quieras no lo olvides.

Pero no te preocupes,
no la cambio por nada,
para volver a darte la vida que me queda
me basta preguntar quién sería yo si no te hubiera conocido.



Dos poemas

Gerardo Diego
 

El ciprés de Silos


Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño;
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi, señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.

Eco


Repertorio del mar
Todos los días muda de programa y de traje
Cuánta música apócrifa
                                    Cuánto color teñido
Y cómo copia el cielo
                                    su tela y su oleaje

Un velero naufraga
y canta y canta y canta mi pañuelo

Se va alejando el mar
A veces se inclina un poco a la derecha
Pero siempre son nuevos sus versos de romance
mar exangüe de tantos mástiles y flechas

Los peces laboriosos
trenzando y destrenzando estelas

Está ya viejo el mar
Ya no puede cantar

y los navíos que cruzan
se deshojan de malestar

El color es ya aroma
y la música brisa

El último naufragio hoy a las seis

Mi flauta y la luna
hacen la espuma




 
Dos poemas

José Hierro
 

De agenda


Es cosa de libélulas,
de caballitos del diablo: aletean eléctricos,
vibran como cuerdas de una guitarra
que alguien acaba de pulsar,
zigzaguean como relámpagos,
rubrican la mañana azul.

Cosa también de cazadores de libélulas:
nos dejan en los dedos un grumillo de muerte,
un residuo viscoso, una turbiedad amarilla.

A veces se realiza el milagro:
el cazador cobra su pieza intacta y viva.
Comienza entonces la tarea primorosa del entomólogo:
le clava un alfiler para que muera poco a poco
a fin de que conserve intacta su belleza,
su perfección, su apariencia de vida
(porque de eso se trata).
Es cosa de entomólogos, es cosa de poetas,
maquilladores y embalsamadores de cadáveres.


 
 

Don Antonio Machado tacha
en su agenda un número de teléfono


Borra de tu memoria
este número de teléfono:
2-6-8-1-4-5-6.
Táchalo en tu agenda.
Si ahora marcaras ese número que no puede escucharte,
nadie respondería. Ese número sordomudo:
2-6-8-1-4-5-6.
Borra, olvídalo, tacha ese número muerto:
es uno más, aunque fue único.

Las hojas de tu agenda tienen más tachaduras
que números y nombres.
Ya quedan menos a los que llamar;
apenas quedan números y nombres que te hablen
o que te escuchen: 2-6-8-1-4-5-6.
Haz todo lo que puedas para que se disuelva en tu memoria:
destrúyelo, trastruécalo:
8-2-6-4-1-5-4,
rómpele el ritmo que le correspondía:
4-5-2-6-1-8-4,
ya no lo necesitas,
no necesitas esos números, esos nombres o sombras.
2-6-8-1-4-5-6:
"¿Está Leonor?"
Y suponiendo que alguien te responda,
será otra voz la que responderá.
Baraja el número, confúndelo, desordénalo.
Así: 1-4-2-5-6-8.
"¿Está Guiomar?"
Baraja números y nombres, barájalos,
sobre todo los nombres:
"¿Está Guionor?" "¿Está Leomar?"
                                                    Silencio.
Olvida, tacha, borra, desvanece
esos nombres y números
no intentes modelar la niebla,
resígnate a que el viento la disperse.

¡Colinas plateadas…!




Solo de trompeta

Francisco Brines



A Toni Puchol


Cuando ya las miradas de todos se conocían vagamente,
a través de las pupilas nubladas por el alcohol,
de aquella música confusa, de la penumbra de aquel humo,
del caos
vino un silencio imperceptible.
y una trompeta sola, de fuego, nos quemaba la vida.

O acaso era de hielo aquella música:
inertes los sonidos, para que cada uno de nosotros
los hiciese movibles, los llenase de espíritu.
Por cada uno de los hombres
la música cantaba diferente: con alegría estéril
en la mujer que me miraba, con cansada tristeza
en unos yertos labios, y en el muchacho solitario
con profunda nostalgia de vejez;
la música cantaba diferente, sin que nadie supiera
cómo sonaba junta, con qué intenso dolor.

En aquel cuarto oscuro nada correspondía a la verdad del hombre:
la emoción estridente del músico era falsa,
torpe el engaño de los otros.
La verdad es humilde y es sencilla.
La soledad, al compartirla con otras soledades,
hace más viva la impotencia,
y empuja al hombre entonces a regiones heroicas
con sólo el sentimiento.
Después cae un cansancio sobre el alma
por esta lucha inútil, se resiente
tanta falsa virtud, la mentida pureza;
y cuando la trompeta, desmayada, se extingue en el silencio,
sólo quedan visibles, descubiertos al fin, los más ocultos,
los más tenaces vicios:
se reconocen las miradas, y puede haber piedad,
y hasta sentir alguno un tibio amor.

La trompeta de fuego,
muda sobre una mesa, la vemos amarilla,
y está vieja y rayada.



 
Una larga espera

Juan Luis Panero


Alguien te espera en la terraza de un café, en Venecia,
mientras se pierde, desterrada por el golpeteo de la lluvia,
la música de una pequeña orquesta.
Alguien te espera en el caluroso camarote de un barco
viendo amanecer sobre los minaretes de Alejandría.
Alguien te espera, con un vaso en la mano y un cuerpo cerca,
–la lluvia aburriendo los cristales–
en una habitación de Hans Road, en Londres.
Alguien te espera, desnudo, en un cuarto art nouveau de París
–entra una luz borrosa a través de la ventana–.
Alguien en una esquina dorada por el sol,
cerca de Chapultepec, en Ciudad de México.
Alguien te espera, en otro camarote caluroso, mirando
atardecer sobre las olas del Caribe.
Alguien junto a la chimenea apagada en un piso de Bogotá,
con el aliento helado, en las orillas del Hudson, en Nueva York,
en la terraza de un hotel de Taxco
y en otra terraza, donde ladran unos perros, en Madrid.
Alguien te espera en la noche de Granada y en la madrugada de Veracruz,
recorriendo Lisboa desde el alto de la Serafina
y San Francisco desde Russian Hill.
Alguien te espera –hace mucho tiempo–
entre los viejos muros de una casa de Astorga
y haciendo el amor sobre la arena de una playa perdida.
Alguien te espera, espera con impaciencia tus noticias,
en repetidas habitaciones de apartamentos, en monótonos cuartos de hotel.
Y tú deberías avisarle, decirle de una vez la verdad,
que no puedes volver, que ya no tienes tiempo,
que es mejor cancelar la cita para siempre.
Pero no lo harás y él te seguirá esperando
soñando cada sitio como si tú estuvieras por llegar,
repitiendo las mismas frases en los antiguos escenarios.
Hasta que un día se canse de esperarte
y piense que tú ya no vendrás, que tal vez hayas muerto.
Ese día, poco antes de dormirse, cuando maldiga
tanto tiempo perdido, su agotada paciencia,
podrá leer –escrita en las paredes– la esperada noticia de tu muerte.