DOMINGO 26 DE NOVIEMBRE DE 2000
Ť Compartió con el público sus Canciones desnudas
Ofreció Alberto Cortez un concierto en la intimidad, en el Metropólitan
Arturo Cruz Bárcenas Ť Una a una, las canciones desnudas del argentino Alberto Cortez lograron su cometido: romper el monólogo y crear la intimidad. Así lo había dicho al inicio de su presentación del pasado viernes, en el teatro Metropólitan, el ahora gordo cantautor de Mariana, a quien el peso de los años le hacen pensar y compartir con su público los estragos del tiempo, de las capacidades físicas disminuidas. Hasta en el mingitorio, precisó con peculiar gracia, donde para desahogar el alma hay que darse a la tarea de investigación y búsqueda, ante prepucios disminuidos.
Porque es dable que un buen día, ante el hartazgo de no poder atarse las agujetas, un vientrudo ser se levante antes de que cante el gallo, se tome un licuado verde sabor a rayos, dé dos vueltas a la cuadra, la primera para acabar agotado, con el corazón a punto de salir como de una catapulta, y la segunda para ir recogiendo hígado, estómago, garganta.
Con la vida llegan los achaques, los días de pagar las facturas de la vida bohemia; a veces ya se padece una enfermedad incurable, alguna afección del corazón... una pastilla, un chocho... cargar a los nietos, dar a las jóvenes, si se es del sexo masculino, sólo dos cosas: dinero o asco. A veces un poco de afecto.
Al público que lo ha seguido desde finales de los sesenta, Alberto Cortez dedicó un recital en el teatro Metropólitan donde entonó temas de la colección de cinco cidís Canciones desnudas, que reúne la "obra de mi vida", dijo. Desde la carta-canción que dedicó a Pablo Neruda, cuando éste estuvo en el exilio forzado por la dictadura militar en Chile, hasta la rola que los chavos del DF parafrasearon a su manera (Mi árbol y yo): "Mi padre y yo la sembramos/ y después nos la fumamos/ hasta ponernos bien chidos", Alberto fue creando esa atmósfera que ha buscado crear poco a poco.
Cuando quiere ponerse profundo se oye denso y las canciones se hacen inclusive lentas. Pero en Callejero muestra que lo cotidiano en el barrio alcanza niveles de humanidad y amistad indisolubles derivadas en un perro y el viejo Pablo. Lector del paisaje urbano, Cortez obtiene en dicha canción el éxito del mensaje llano, sin grandilocuencias. "Era callejero por derecho propio/ su filosofía de la libertad...". Fue uno de las interpretaciones más aplaudidas.
Algunas personas lloran en silencio cuando escuchan Cuando un amigo se va. Hay temas cuyos alcances ni el propio autor esperaba. Hay amistades que perduran, más allá de la muerte. Nadie-nada llena el espacio de un amigo. Algunos conocidos se nos adelantan en el camino y, por eso, la canción alcanza otra dimensión. Hace recordar a ese ser que estuvo en las buenas y en las malas, compartiendo la alegría del primer hijo, el padrinazgo, las reuniones familiares.
Busca el cantor poner énfasis en la noción de tiempo, en los temas de amor: "como el primer día/ te sigo queriendo", aunque se suelta con unos chistes ad-hoc, como ese en el que él, de 54 años, luego de décadas de matrimonio, le dice a su esposa que ha decidido separarse de ella porque no lo entiende. Se va con la secretaria, de 18. Se mandan mails. En la respuesta desenlace del chistorete, la esposa le contesta que ella también anda con un joven de 18 y que entran más veces 18 en 54 que 54 en 18. Venganza matemática.
Alberto Cortez toma aire una y otra vez. Su gordura no puede ocultarse en ese traje negro y la escenografía a oscuras. Le preocupan otras cosas, como la violencia en las calles, las guerras, el costo de éstas: llegará el día, de seguir así las cosas, en que las bendiciones las dé un sacerdote desde un púlpito blindado.
Padeció recientemente una afección cardiaca que lo retiró un tiempo de los escenarios. El bohemio se ha vuelto mesurado, aunque en la pasada rueda de prensa, hace menos de dos meses dijera que no hay tal. Genio y figura, un bohemio, a fin de cuentas, no aceptará nunca que le ha bajado de volumen. Ni Pastor Cervera, en Mérida, lo acepta. Aunque Cortez se da el lujo de dedicar una rola a su corazón.
Fue en 1969 cuando dio a conocer sus primeros temas en México, y dedica al recientemente fallecido Manolo Muñoz el tema que éste hiciera famoso, hace algunos ayeres: En un rincón del alma, aplaudido y coreado, en uno de los mejores momentos de la noche. Crece la audición con Camina siempre adelante. Duda en la frase de Mi árbol y yo en la línea que refiere que ese ser vivo verde y él han vivido juntos, de alguna manera, desde hace 25... no... 50 y tantos. Cada quien suspira o enjuga un recuerdo.
Canta un pedazo de Poema No. 15, de Pablo Neruda, con los arreglos y acompañamiento de Ricardo Miralles, su amigo. El piano de éste, en un alarde, se escucha excelso en Como la marea, una historia de amor abandonado, de esos de dejar puertas abiertas, para después cerrarlas, para que no se vaya una vez más. Llaves ocultas de por medio.
El amor desolado es la canción en la que Cortez llega a niveles de tango. Duele. El ser ha sido casi, casi, traicionado, a pesar de haber dado vida, cuerpo y alma. La infausta, nada. Son cosas que pasan. Alberto tiene canciones de sobra para componer ese momento de dolor, de nostalgia por lo que pudo ser y no fue.
No le hizo falta Facundo Cabral, con quien, dijo hace poco, no trabajará más, luego de que lo dejó morir solo en una presentación que debían hacer juntos.
Alberto logró su cometido de intimidad, ante los miles que lo han seguido desde el siglo pasado.